lunes, 1 de febrero de 2010

MI PRIMER MARATHON. EL PRIMER MARATHON DE MADRID.


CRONICAS DEL PLEISTOCENO.



Foto: mi dorsal del primer marathon de Madrid

El 21 de Mayo de 1978 yo tenía 15 años y siete meses recién cumplidos y por consiguiente era todo un ignorante.
No llevaba más de un año practicando atletismo y de una forma un tanto irregular, pero ni mis amigos ni yo tuvimos dudas: no podíamos faltar en todo un acontecimiento atlético: el primer Marathon Popular de Madrid.
A lo largo de las últimas semanas se había publicado en la prensa la organización de la prueba y Samuel, ávido lector del Marca, nos tenía puntualmente informados de los acontecimientos que se sucedían. Así que, el miércoles anterior a la carrera decidimos hacer “un test” y nos fuimos a dar una vuelta corriendo por Madrid: desde el polideportivo de la Concepción, Parque de las Avenidas, Francisco Silvela, Castellana, el Bernabeu, Plaza de Castilla y volver. No sé cuantos kilómetros recorrimos, pero decidimos que era suficiente. Si habíamos sobrevivido al entrenamiento seríamos capaces de afrontar con garantías el marathón … cuatro días después. El jueves nos fuimos a la calle Salitre 43, donde se formalizaban las inscripciones y después de esperar una cola infinita que daba la vuelta por varias calles del barrio, conseguimos el anhelado dorsal.
El domingo, a las 8:30 de la mañana, el Paseo de Coches del Retiro estaba abarrotado de corredores. Yo no recuerdo los detalles de aquella salida porque además no soy del todo capaz de separarlos de los de los años siguientes, pero lo que si me atrevo a asegurar es que la inquietud, la emoción y el espíritu de aventura se mezclaban con el enorme desconocimiento que teníamos los más de 7.500 corredores que estábamos pendientes del disparo de salida de lo que iba a ocurrir en las próximas horas. De todos nosotros no había más de un par de docenas de maratonianos con experiencia, del resto, miles y miles no habían disputado nunca una carrera.
Prueba de ello es uno de los recuerdos más claros que tengo: subiendo por la Calle Alcalá escuchaba, entre jadeos, el golpeteo de unas pisadas a mi espalda, al poco rato me adelantó un corredor calzando botas de futbol, ¡con sus tacos incluidos!.
Mi padre siempre me recuerda la sorpresa que se llevó cuando nos vio pasar a mis tres amigos y compañeros de aventura, Samuel, Francisco y Miguel y a mí por la Plaza Mayor a muy poca distancia de los primeros de la prueba… en realidad quedaba casi todo el marathon por delante, ya que aquello no sería más que el kilómetro 5.
Y de entre todo el recorrido que quedaba, ahí estaba el calvario de la M-30: una infinita cinta de asfalto gris, sin un solo árbol, un territorio desierto de público, hostil por el tráfico que circulaba ajeno a la prueba y estratégicamente situado en lo que luego conocimos como el “muro”, palabra mítica entre los corredores de marathón y que en aquella carrera se hizo palpable y evidente para casi todos nosotros: allí donde te quedas sin fuerzas, vacío. Como ese explorador del desierto que, en las películas, claudica y se arroja de bruces a la arena hasta que el director dice “corten”. Solo que aquí no había tal película ni director que te sacase de la pesadilla y ¿Qué podías hacer en mitad de la M-30 sino andar hacia delante en busca de la civilización? Pues eso: andar. Yo llegué a la meta. Mis amigos también. Éramos atletas. Éramos orgullosos. Pero estuve una semana bajando las escaleras de mi casa “arrastraculo” y casi un mes con un dolor en cada músculo de mi cuerpo, incluidos los faciales.
También alcanzo a rememorar la enorme generosidad de los madrileños: además del avituallamiento oficial, decenas de personas se apostaron en la calle con fruta, agua o un puñado de “sugus”. Aquél maratón fue el bautizo para todos: organización, corredores, espectadores, conductores…, en cierto modo, quienes participamos fuimos pioneros.

En alguna ocasión me he preguntado cuanta parte de mis lesiones han tenido su origen en correr estos maratones de juventud (casi diría de infancia). No lo sé y tampoco me importa mucho. Ya no puedo remediarlo. Pero me alegro que los tiempos hayan cambiado: se ha evolucionado enormemente en el mundo del atletismo y por tanto, también en el de las carreras populares.

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