miércoles, 31 de marzo de 2010

DIAS DE GLORIA

Hay días en los que me duele todo. Como yo tengo una desviación psicológica tendente a cuantificar las cosas, estimo que eso me ocurre en un 30% de los días. Me duelen los pies, las rodillas (especialmente), la espalda. Si me apuras hasta mi querido páncreas.
Hay otros días en los que simplemente tengo molestias, pero no son importantes. Puedo correr y casi disfrutar, si no focalizo mi atención en esa porción de mi anatomía que está dando la lata. Termino el entrenamiento casi satisfecho. Eso ocurre el … digamos el 60% de los días. No está mal ¿eh?
Pero lo mejor es que todavía queda un 10%. ¿Qué pasa ese pequeño pero significativo porcentaje de ocasiones? En efecto: no me duele nada. NADA.
Y lo que es más, algunos de esos días no solo corro sin dolores y sin molestias sino que, además, el entrenamiento sale solo. Quiero decir que, aunque sea duro, hay días, pocos pero verdaderamente especiales, que corro en plenitud de mis facultades.
No sé cuál es la explicación. Si se puede hablar de biorritmos, de ciclos, de sugestión,… de lo que sea. Me da igual. Esos días valen sus segundos por minutos y sus minutos por horas. En ocasiones tengo la necesidad de extender los brazos. Cualquiera que me conozca sabe bien que la intención no es echar a volar. Yo necesito tener los dos pies en el suelo y sobre mis zapatillas, no sobre cualquier artilugio que pueda ponerse en movimiento de forma autónoma. Extiendo los brazos con la intención de expresar una forma de plenitud. Al fin y al cabo estoy solo. Completamente solo en el campo. Corriendo por un sitio en el que, a kilómetros a la redonda, no hay nadie. Pero es que aunque lo hubiera, tampoco me importaría que me viera. Yo formo parte de ese paisaje. Me lo he ganado a base de decenas de miles de kilómetros corriendo por la misma zona.
Y si he estado allí los días de granizo, de viento huracanado, de lluvia, de frio a -8ºC … ¿qué importancia tiene que extienda los brazos? Ninguna.
También he dado gritos y he hablado con las vacas.
Correr es una forma de liberación y también de comunicación. Aunque sea con el reino animal.

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