jueves, 9 de septiembre de 2010

RAMON, EL PORTERO.

Cross de Sonseca en el año... 82 o cosa así. Las camistas del ARConcepción controlando la carrera...

A estas alturas del año se iniciaba la temporada de entrenamientos en el AR Concepción. Todos estábamos de vuelta de las vacaciones, empezaba el curso académico y la Escuela de Atletismo. Era como volver a la rutina, después de dos o tres meses de verano en los que, quien más quien menos, había salido por ahí de viaje o había dejado de entrenar unas semanas para dar descanso al cuerpo. Ahora nos volvíamos a encontrar.
Durante este mes de septiembre y la primera quincena de octubre se renovaban las fichas federativas y los pases para entrar al polideportivo. Había que pagar las cuotas correspondientes al equipo para tener la licencia y el carnet del club. Y ahí empezaban los problemas.
Por diversas razonas las cosas se demoraban algo más de la cuenta y los porteros de la taquilla del polideportivo comenzaban a advertirnos de la necesidad de tener el carnet para entrar. “Os dejo hasta el lunes de la semana que viene”. El lunes no estaba el carnet. “Mañana no pasáis”. Mañana tampoco estaba el carnet. Hasta que llegaba el día en que no te dejaban pasar. Alguno hacía la vista gorda, prefiriendo no tener lío. Otros te daban un poco más de margen si les razonabas las causas del retraso (que no siempre eran ciertas). Y luego estaba Ramón. Ramón era un individuo de 1,50 metros de estatura y otros tantos de anchura, de unos 50 años aproximadamente muy mal llevados, con la nariz completamente roja fruto de un consumo excesivo de bebidas espirituosas y un eterno apestoso puro en la comisura de los labios. Ramón hubiera sido un perfecto acompañante de Torrente en sus aventuras. Todo grasa y caspa. El tipo disfrutaba con su trabajo … si el trabajo consistía en no dejarte pasar. Empleaba todo el repertorio nacional de tacos para advertirte que no eras bienvenido al polideportivo y toda su anatomía para ocupar el espacio de la puerta, a sabiendas que la velocidad era un arma en su contra. Por muy escurridizo que fueras, la hoja de la puerta que dejaba abierta escasamente permitía empotrar su cuerpo.
Con Ramón había que emplear táctica y estrategia.
Había que observarle unos días y conocer sus hábitos.
Había que atacar por sorpresa y en grupo.
Ramón no podía permanecer más de cinco minutos al pie de la puerta. Eso era mucho más de lo que su cuerpo le permitía.
Ramón… entraba a la caseta de la taquilla a sentarse de vez en cuando … y ese era el momento.
El entrenamiento comenzaba ahí. Un sprint seco, un latigazo fulminante y … a veces ni se enteraba. Una vez dentro si acaso podías ser el blanco de sus iras, pero no pasaban de una docena o docena y media de insultos. “Mañana nos volveremos a ver”, te retaba.
Y así un día y otro día hasta el punto de convertir la entrada en el poli en un calvario, o una competición.
Hasta que de pronto, un día, la ira se Ramón se transformó en cólera…
Una tarde más se vivió el ritual tal como os he relatado. Entré (me colé), estiré y me puse a calentar al trote por la calle exterior de la pista. A la segunda o tercera vuelta y a la altura de la escalera que daba acceso a aquella desde la taquilla, se abalanza sobre mí una nariz roja con un cuerpo … ¡corriendo!. No me costó mucho esfuerzo eludir la embestida de Ramón, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando a los treinta o cuarenta metros veo que viene corriendo detrás de mí como un búfalo. El jolgorio que se montó en la pista fue de aúpa, como podéis imaginaros, unos jaleando a Ramón y otros animándome a que cambiase de ritmo para no ser superado por tan inesperado rival.
Yo a esas alturas solo pensaba en que Ramón estaba viviendo sus último minutos y que en cualquier momento o bien estallaba su corazón o bien estallaba él entero. Pero la furia le daba fuerzas y, sin soltar el puro que esta vez, prudentemente, llevaba entre los dedos, estuvo a punto de completar una vuelta (¡400 metros!) tras de mí. Al llegar a la altura de la escalera un rayo de lucidez le iluminó y se detuvo, resollando, bufando y resoplando, intentando llenar de aire unos pulmones acostumbrados a estar llenos de humo y buscando entre jadeos los tacos que adornaran su furia contra mí.

No sé lo que pasó los días sucesivos a este episodio. No lo recuerdo. Probablemente no bajé al “poli” y me fui a correr directamente desde casa. De lo que estoy seguro es de que conseguí el carnet para entrar esa temporada a entrenar antes que nadie. No quería que sobre mi conciencia pesara la explosión de Ramón en plena pista de atletismo.

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