miércoles, 17 de noviembre de 2010

HAY DIAS QUE LOS ENTRENAMIENTOS SON UN “CARAMBA”



He salido a entrenar después del trabajo. Los miércoles toca rodaje rápido. Siendo “rápido” de por sí un concepto bastante subjetivo, hay veces que, además, se convierte en algo tan flexible como el usuario necesite, según el día, las ganas y … el tiempo.
Lo que antes, en épocas mejores era “una hora de rodaje rápido” ha sido transformado en la actualidad por el más asequible “diez kilómetros de rodaje rápido”.
Así que manos a la obra y pies al camino, por cierto, bastante encharcado. Hace frio. El calentamiento ya apunta que el cuerpo no tiene su mejor día, pero yo soy de los que sigue rigurosamente el mantra “el entrenamiento se termina, salvo catástrofe”. El circuito de 10 kilómetros es bastante simple: cinco para allá y cinco para acá. Esta vez bien medidos, no como otras distancias que las hago a ojo. Comienzo. Mal. Voy lento y encogido. Mala señal. Los días que corro encogido, me acaba doliendo todo. La primera parte es más cuesta abajo y soy consciente que el viento, que sopla fuerte, lo llevo a la espalda. Cuando me de la vuelta … me voy a enterar. Me paro a masajearme la rodilla. Miro el crono. Horror. Ya tenía que estar regresando. Lo normal de estas últimas semanas es ir en 20’30’’ y volver en 21’30’’, es decir, rondar los 42 minutos. No he llegado al kilómetro 5 y ya llevo 21’. En efecto, giro en 21’ 40’’ y me encuentro con un huracán y encima cuesta arriba. Para colmo me entra un hambre atroz. ¡Vaya regreso! Bueno. No me voy a quedar aquí. Comienzo la subida. Voy lento. Bueno, seamos sinceros. Voy lentísimo. Las nubes corren por encima de mi cabeza y a ratos sale el Sol. Pero llevo las manos heladas a pesar de los guantes. Termino la cuesta. No quiero mirar el reloj. Buena gana. Sigo. Noto una pájara sobrevolarme. Llego a la parte llana del recorrido. Intento acelerar. En realidad lo único que quiero es llegar y comerme un buey. A falta de un kilómetro la pájara es un quebrantahuesos. ¡Qué hambre, por Dios! Miro el reloj. La semana pasada ya había llegado a estas alturas y me quedan mil metros por delante para pensar en mis comidas favoritas.
Por fortuna me encuentro con Miguel Angel:
-¿Los miercoles no tocaba rodaje rápido?
- Miguel Angel, esto es rodaje rápido.
Silencio prudente.
Me acompaña de regreso al coche. Me da conversación y aparta de mi cabeza un cochinillo al que estaba a punto de hincar el diente. Cuando llego a la encina que marca el principio y final de mis entrenamientos miro el crono. Un poco de reojo porque bastante bien se lo que debe marcar… 47’ 22’’. ¡Qué sufrimiento! Me voy al coche. Antes los asientos de los niños eran una despensa llena de sorpresas: galletas, patatas, gusanitos, caramelos, gominolas … suficiente para sostener un cuerpo hambriento unas horas. Ahora no han dejado de serlo, pero yo llevo mis propias fuentes de alimentación. Me repongo. Entrenamiento terminado. ¡Caramba!Mañana será otro día.

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