viernes, 24 de diciembre de 2010

A UNA SEMANA DE LA SAN SILVESTRE

Queda una semana. Siete días. Siete días de Navidad. Siete días de esos que forman parte del periodo más especial del año. ¿Por qué especial? Porque, a diferencia del resto del año que buscamos hacer cosas diferentes para no caer en la rutina, en Navidades hacemos precisamente lo contrario: lo mismo año tras año. La lotería de Navidad, la salud (en Ávila nunca toca), el Belén, cenamos en Nochebuena con la familia, comemos en Navidad con la familia, el cuñado pone verde a los funcionarios, comemos turrón, cantamos villancicos, volvemos a cenar en Nochevieja con la familia, volvemos a comer en Año Nuevo, el cuñado vuelve a poner verde a los funcionarios (tal vez no quedó claro la vez anterior), nos comemos 12 uvas, brindamos, vemos los saltos de esquí desde Garmisch Partenkirchen, el concierto de Año nuevo desde Viena, seguimos comiendo turrón, vemos la cabalgata, vienen los Reyes Magos y …de pronto… siempre hay un día siguiente en el que se ha acabado todo. Y un año después, vuelta a empezar. Y entre toda esta tradición… una carrera. La San Silvestre Vallecana del último día del año. La última carrera del año. Mi primera edición fue en 1983, es decir, hace 27 años. A pesar de que ha pasado mucho tiempo, no siempre ha participado. Este año será la decimo quinta vez. Desde el año 99 solo he faltado en el 08 por aquél maldito dolor de rodilla que ya no me ha abandonado, aunque ahora convivimos, incluso nos vamos entendiendo.
Este año volveré a estar allí, merodeando alrededor del Bernabeu desde las 19:00. Tal vez antes si voy a ver la salida de la carrera popular. Otro año más estarán Mercedes (quizá algún día me atreva a contar la brutal fuerza de voluntad que reune para estar en la linea de salida) y mi padre, otra vez convertido en el abuelo de la San Silvestre y otra vez acompañado de sus incondicionales del equipo de rugby de Veterinaria. Su escolta pretoriana.
Rondaré por las aceras en busca de caras conocidas, cada vez menos numerosas. El tiempo no pasa en balde y muchos de mis colegas de hace años, fieles a este ritual, han ido abandonando. Comenzaré un trotecillo suave a eso de las 19:15. Me quitaré el chándal y la ropa de abrigo hacia las 19:40 y haré la cola más histérica que se puede formar en Madrid: cuatrocientos o quinientos corredores intentando dejar la bolsa en una furgoneta atendida por un par de solitarios y desbordados voluntarios que no entienden de nuestras prisas. La organización siempre ha fallado en este aspecto. Tal vez este año sea diferente. Y minutos después me pondré en la salida, sabiendo que salga en primera fila (reservada para las estrellas, o sea que no) o en la última, desde el primer metro formaré parte de una manada de ñus en estampida. Tal vez este año vuelva a alcanzar el premio de un copo de nieve. Otro año más intentaré conseguir la mínima para estar el 31 de diciembre de 2011 cumpliendo el ritual. Esa mínima que no es más que un pasaporte para que, un año más, las navidades vuelvan a ser iguales. Una prórroga para que todo vuelva a ser igual que siempre. Y que sea así por muchos años.

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