miércoles, 16 de febrero de 2011

CORTOCIRCUITOS: EL MONTE DE VALONSADERO

Siempre que voy a un a ciudad y el tiempo lo permite, me gusta levantarme temprano (más bien no me queda más remedio) y darme una vuelta corriendo por ella. Visita-express. Aquél día la ciudad de Soria no era el objetivo. A unos pocos kilómetros está el monte de Valonsadero, un enclave con un doble atractivo para mí. Por una parte en él se sitúa el Centro de Investigación Forestal con quien he tenido cierta relación profesional. Por otra parte, Valonsadero es el terreno donde se forjó la leyenda de los dos atletas sorianos más ilustres: Fermín Cacho campeón olímpico en 1500 m y Abel Antón, bicampeón mundial en marathón.
Así que, ajustando el horario, estoy a las 8:00 en un parking en las proximidades al circuito de entrenamientos de la “cuadra” de Enrique Pascual. A estas horas, como es normal, no hay nadie. La mujer del hotel me aseguró que por aquí corre gente a todas horas. Está claro que estas no son horas.
Salgo del coche. Hace un frio tremendo, el cielo está grisáceo y el terreno completamente helado. Tengo una hora por delante para explorar mundo. Unas señales indican el circuito entre los pinos. Doy una vuelta por él. Termino en pocos minutos, no es muy largo, así que investigo un poco por los alrededores. Encuentro un sendero y lo sigo. Voy a intentar encontrar la Casa del Guarda. Salgo del pinar. La helada es fuerte. Campo a través por un cortafuegos veo a lo lejos una estrecha carretera entre chopos. Me dirijo hacia allí. A lo lejos está mi objetivo.
El silencio es absoluto. Solo el golpeteo de mis pies contra el suelo y mi respiración. Tampoco hay movimiento. Todo es quietud a mi alrededor. Unos suaves y escasos copos de nieve flotan en el aire. Son tan ligeros que no acaban de caer nunca. Llevo 25 minutos. Si me doy la vuelta estaré en el coche en unos 40. Es poco. Ya que estoy aquí voy a ver un poco más de monte. Subo una cuesta y me adentro en una extensa zona de onduladas praderas salpicada de robles y chopos. Hay mucho hielo así que sigo los senderos marcados por el ganado. Desciendo hacia un arroyo. Está casi helado del todo. Lo sigo un trecho con la esperanza de encontrar una zona por la que poder cruzar. Miro el reloj. ¡Caramba!. Ya llevo 40 minutos. Ahora sí que debo volver. Si cruzo el rio puedo atajar campo a través y plantarme en el coche en 20 minutos. Si me doy la vuelta sobre mis pasos tardaré bastante más. Mi proverbial sentido de la orientación, legendario entre quienes me conocen, me obliga a tomar una decisión dolorosa: …volver sobre mis pasos. Dicho y ¿hecho?… encuentro un chopo caído sobre el arroyo que permite cruzarlo y… lo cruzo. ¡Qué demonios! ¿Por qué me voy a perder? Diez minutos más tarde tengo la respuesta. Me pierdo como me he perdido siempre y esta vez no iba a ser distinta. Pero ya no hay marcha atrás. Sigo por un senderillo prometedor. Voy a toda pastilla porque a estas alturas ya debería estar de vuelta en el coche. Subo una cuesta y de pronto me doy de bruces con la casa del Guarda. ¡Vaya! ¿Qué hace esto aquí? Sea como fuere acabo de obtener mis coordenadas en el mundo. De aquí al coche, por la carretera a tope estoy en diez minutos. Miro el reloj. Glup. Una hora y diez de rodaje, que serán y veinte al terminar. Por fin llego al aparcamiento. El coche está tan solo como al empezar. Ni un alma. Arranco y salgo dispara hacia el hotel. Seguro que los demás ya me están esperando. Incorrecto. Se han marchado. Subo corriendo, me ducho y me visto rozando el record del mundo de ducharse y vestirse. Y salgo pitando al desayuno.
Me acuerdo, una vez más, de la pregunta de mi fisio favorito:
-¿Tú estiras todos los días?
- Si - afirmo con rotundidad-. Estiro todos los días.
Estiro todos los días el tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario