domingo, 7 de agosto de 2011

MARGARITO

Margarito era, tal vez, el tipo más pintoresco de cuantos usuarios nos dábamos cita en el Polideportivo de La Concepción. Eso sí, Margarito era un usuario “de temporada”: solo aparecía a partir del día en que se abría la piscina exterior del complejo deportivo. Ese día volvía su figura a protagonizar los meses de verano del barrio.
Margarito, que así le llamábamos los del equipo de atletismo y quizás el barrio entero, era un tipo pequeño talla, no más de 1,60 metros. No sabría decir su edad, pero con seguridad superaba los cuarenta y quizás los cincuenta. Llegaba a la entrada en su descapotable rojo, un coche viejísimo, pero bien cuidado, como su mismo dueño. Algunas veces acompañado de una o dos chicas (o no tan chicas). A continuación Margarito entraba en el vestuario y de allí salía, transformado, con su uniforme veraniego: un tanga rojo dos tallas más pequeño de lo necesario, unas gafas con cristales verdes y montura dorada, de patrullero americano y varias cadenas de oro (o sucedaneo) colgadas del cuello. Margarito completaba su figura con una melena rizada, de rizo fino y denso, que le colgada por la nuca, patillas hasta media mejilla, una piel morena desde el mismísimo comienzo del verano que, con el paso de los días, se iba oscureciendo más aún, fruto de las numerosas horas que quedaba expuesta al sol y apergaminándose como consecuencia de la propia agresión solar, a pesar de las capas de crema que generosamente se dispensaba. Además Margarito presentaba un torso peludo, pero peludo de verdad, muy lejos de los actuales cuerpos “maxidepilados”, una ligera tripita que, comprimida por la cinturilla del tanga, rebosaba por encima de este y unas piernas arqueadas que provocaban el habitual comentario acerca de su caballo.
Margarito lo tenía todo en su pequeño cuerpo.
Y rompía.
Margarito rompía de verdad.
Su mirada castigaba. Cualquier chica que apareciera por el polideportivo era escrutada por esos ojos a lo Lee van Cliff: Esos ojos que aseguraban a su propietario que la chica, antes o después, caería rendida a su inigualable atractivo. Algunas eran agraciadas con un piropo, pero un piropo auténtico, no esas expresiones soeces muy alejadas del costumbrismo castizo con el que el ingenio del autor se abría puertas.
La mayor parte del tiempo Margarito era el amo de la piscina. Deambulaba por allí departiendo con otros habituales, algunos tan acartonados como él, clientes de 10 de la mañana a 8 de la tarde que iban moviendo su toalla según se desplazaban las líneas de sol y sombra para no perder ni un rayo con que broncearse. Pero Margarito no solo protagonizaba los días en la piscina, también, con frecuencia, se daba unas vueltas por la pista de atletismo y allí coincidía con nosotros. Ataviado con su tanga rojo se nos pegaba cuando le adelantábamos, entonces ponía a funcionar sus arqueadas piernas moviéndolas a una enorme frecuencia para compensar la cortedad de su zancada. Dos o tres vueltas junto a nosotros hasta que lanzaba un sprint que él calificaba de irresistible, terrorífico, demoledor ... y se paraba con una sonrisa de triunfo en sus labios estilo “Otra vez os he demostrado quien corre aquí”. Nosotros le jaleábamos, le felicitábamos y continuábamos … calentando.
Margarito desapareció del poli igual que todos los demás. Igual que desapareció la pista de atletismo sustituida por un vergonzoso anillo de tres calles de cemento que rodea al campo de fútbol (este sí, de hierba artificial, ¡faltaría más!) e igual que cayó en desuso la piscina exterior, tres años vacía porque no hubo dinero para resolver no se qué problema.
Si el ecosistema se deteriora desaparecen las especies que lo pueblan.
Margarito, un icono del barrio.

1 comentario:

  1. Jajaja... Creo que todos hemos conocido algún Margarito que no desentonaría en Pepito Piscinas junto a Esteso y Pajares o en Torrente...

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