miércoles, 9 de enero de 2013

SAN SILVESTRE VALLECANA 2012: DESDE EL OTRO LADO



Foto marca.com
Este año viví otra San Silvestre Vallecana diferente. Ni de corredor como tantos años, ni de espectador como algún otro, ni de “mochilero”. Este año me volví a quedar sin correr, así que otra vez estaría “en la orilla”. La huelga de los trabajadores del Metro de Madrid modificó todos los planes así que no tuve más remedio que improvisar sobre la marcha. El plan era acercarme lo más posible hasta la zona del Puente de Vallecas para ver pasar por allí (para intentar ver pasar por allí) a Mercedes y mi hijo debutante. El plan incluía a mi padre, la estrella anónima de la San Silvestre, que con sus 82 años volvía a estar inscrito, pero un inoportuno catarro le dejó en casa.
Así pues, armado de paciencia me fui acercando a mi objetivo. Mi conocimiento del callejero de Madrid no me garantizaba una aproximación sencilla. Mi proverbial sentido de la orientación no colaboraba en la tarea. Mi criticado esmero en buscar un aparcamiento legal sin pisar vados, aceras, carrilesbus y el propio tamaño del coche no permitía aparcar en “cualquier sitio”. La hora prevista del paso de mis corredores se acercaba y yo no paraba de dar vueltas y vueltas y más vueltas.
Cuarenta minutos después encontré aparcamiento. Me apresuré (dentro de mis actuales limitaciones) a la Avenida Ciudad de Barcelona … sin posibilidad alguna de verlos. Por allí ya habían pasado hacía un buen rato.
Entonces me di cuenta que detrás de la San Silvestre de los corredores hay otras San Silvestres: la de los conductores, la de los peatones, la de los trabajadores de los servicios públicos municipales …
Así, vi una pareja de la Policía Municipal junto a las vallas situadas para evitar el paso de vehículos en una calle que, con una paciencia infinita, una y otra vez explicaban a los conductores por qué estaba cortada la calle y qué alternativas tenían. Les vi retirar las vallas tantas veces como fue necesario para que pasaran vehículos que iban a los garajes de las calles próximas. Les vi aplacar las iras de algún conductor que debía de haber intentado cruzar la zona por algún otro lugar sin éxito.
Qué deciros de aquella mujer mayor, con un bolso colgado del brazo y una bolsa de la otra mano,  que salió del portal de su casa y no pudo dar más allá de dos pasos  antes de darse cuenta que, no solo la calzada, sino también la acera estaba invadida de una horda de alienígenas de color naranja (el color de las camisetas de este año). La pobre mujer, muerta del susto, tuvo el tiempo justo de retroceder de nuevo hasta el portal sin atreverse a poner un pie en la calle hasta muchos minutos más tarde.
O aquél papá con un niño cogido a cada mano intentando cruzar por un semáforo en mitad de la carrera cuando más corredores pasan, sin conseguirlo por más que el semáforo, ajeno a las circunstancias, tornase alternativamente del rojo al verde con puntualidad suiza. Ni la impaciencia del padre ni el desconsuelo o el aburrimiento de los niños eran herramientas suficientemente poderosas para abrir el rio de corredores como Moisés las aguas del Mar Rojo.
Y así … cuantas historias no se contarían en la cena de Nochevieja sobre esa maldita carrera “que me hizo llegar tarde a casa de mis suegros y que ya no me aguantan”, o “a casa de mi novia que me dijo que no admite la falta de puntualidad”, o “al trabajo, vaya día para tener guardia y encima llagar tarde”.
Y es que corriendo no nos damos cuenta de las que liamos…

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