Pista de atletismo Río Esgueva de Valladolid.
20:00 en punto.
Campeonato de Castilla y León de 10.000 categoría veteranos.
Tomamos la salida 14 corredores y
dos corredoras. 10.000 metros por delante. 25 vueltas.
Transcurridos 50 metros, (cincuenta,
no me equivoco) ya estoy solo. Dudo unos instantes si pegarme a JIme y a
Ricardo, pero sé que ese no es mi ritmo. Queda mucho por correr, en realidad
queda toda la carrera. Mi plan es hacer cada vuelta en 1’31’’ o cosa así, para
estar en torno a los 38’ 20’’.
Cuatro vueltas me dura el plan.
Cuatro. 1600 metros. A partir de ahí entro en un ritmo anodino, cansino,
pegajoso, aburrido …
El fuerte viento sopla en contra
en la recta de meta y, como siempre, entorpece mucho más de lo que ayuda en la
recta contraria.
Miro el crono un par de veces más
al pasar por meta, pero ver lo que me estoy alejando de las previsiones me
obliga a dejar de hacerlo. Tan solo el paso por el 5000 me da una referencia …
desalentadora.
Empiezo a ser doblado y a doblar.
Tampoco me ayuda mucho porque los ritmos son muy dispares.
Pasan las vueltas, de las que
llevo rigurosamente la cuenta para evitar errores.
Sé que la pista no perdona, que
no da tregua y que te castiga con segundos lo que tú no das en la carrera. También
sé que podría ir más deprisa, mucho más deprisa, cinco o seis segundos más
rápido por vuelta, pero ni en la cabeza ni en las piernas encuentro esa
fortaleza que hay que tener para sufrir uno o dos puntos más. Así que dejo
pasar las vueltas y, con ellas, el crono se apresura a penalizar mi falta de entrega.
Cuando entro en meta y miro el
crono mezclo el alivio con la decepción.
Jime, Miguel y Aurora, los otros
tres abulenses, debutantes en competiciones en pista lo han hecho muy bien y
además han sabido disfrutarlo.
¿Volveré a correr otro 10.000 en
pista?
¿Algún día volveré a estar lo suficientemente loco?
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