lunes, 26 de enero de 2015

¿POR QUÉ NOS LESIONAMOS? UNA REFLEXIÓN BASADA EN LA EXPERICIENCIA DEL PLURILESIONADO





¿Por qué nos lesionamos? ¿Por qué casi todos los corredores nos lesionamos?

Seguro que esta pregunta tiene varias respuestas posibles. Vaya por delante que mi respuesta está fundamentada tan solo en mis treinta y ocho años de corredor, mis dolores, intervenciones quirúrgicas y lesiones más o menos serias que he padecido. Cualquier parecido con la respuesta de un especialista en la materia, no es más que una coincidencia.

¿Por qué nos lesionamos? ¿Por qué casi todos los corredores nos lesionamos?

En primer lugar vamos a acotar el término lesión. Dejo voluntariamente al margen las lesiones por accidente, una rotura, un esguince, etc.

Muchos corredores dicen estar lesionados y sin embargo les vemos correr un día sí y otro también. Desde mi punto de vista, estar lesionado es tener un determinado dolor que te impide correr. Cualquier otra cosa previa se puede calificar de molestia.

Con molestias se puede correr. Con dolores no. Una molestia, que te deja correr, se puede acabar convirtiendo en un dolor, que no te deja.

En segundo lugar está la siguiente cuestión: el cuerpo humano es una máquina casi perfecta.

Casi.

No es perfecta del todo, tiene … imperfecciones. Esos pequeños (o grandes) “defectillos de fábrica” pasan desapercibidos cuando no exigimos nada de nuestro cuerpo, cuando llevamos una vida más o menos sedentaria, pero se ponen de manifiesto (¡Y de qué manera!) cuando obligamos a nuestro cuerpo a repetir un determinado gesto millones de veces o cuando ponemos la maquinaria a tope de revoluciones.

Ese famoso cajón del IKEA que siempre está abriéndose y cerrándose acabará por descolgarse un día. (No lo veremos porque en seguida vendrá un sueco y pondrá otro). De la misma manera, nuestro cuerpo acusa los defectos “avisando” con una molestia (oye que te estás pasando) y “advirtiendo” con un dolor (vale, majete, hasta aquí hemos llegado).

Como os decía llevo 38 años corriendo (¡Hay corredores compitiendo conmigo en categoría de veteranos que no habían nacido cuando yo ya llevaba más de un marathón en mis piernas!... Arrgggggg!!!!!!) . Y como no solo tengo patología física sino también psíquica, he ido anotando todos estos años en mis agendas los entrenamientos diarios. Así que sé que estoy cerca de 60.000 kilómetros recorridos a la carrera. A unas 700 zancadas por kilómetro, supone 42.000.000 pasos.

42 millones de zancadas. Eso es repetir un gesto.

Y como mi cuerpo no es perfecto “desgasto” más por un lado que por otro, hago trabajar a una parte de mi musculatura más que a otra, “tenso” más unas determinadas zonas que otras … e inevitablemente, sobrecargo (la palabra clave) mis músculos, mis tendones y mis ligamentos de una manera desigual.

Entonces mi cuerpo me avisa y  aparecen las molestias. Y … ¿Qué hacemos la mayoría de los corredores? … Quejarnos un poquillo, decirles a los colegas de entrenamiento lo fatal que tenemos la rodilla, el isquiotibial o el ligamento colateral fibular (¡ole!), apretarnos la zona para ver cuánto nos duele … y seguir saliendo a entrenar a y a competir.

Si la cosa no es muy seria es posible que aguantemos semanas, meses e incluso que se acabe pasando (¡a veces ocurre!).  Pero si la cosa es seria, acabaremos por fastidiarla del todo y entonces tocará parar.

Eso es estar lesionado.

Parar porque no puedes correr más. Parar porque no soportas el dolor. Hemos llegado a un punto de sobrecarga tan grande que la molestia se ha convertido en una inflamación severa, una de las “… itis” a las que tanto tememos, tendinitis, periostitis, fascitis … , de esas que duran semanas en el mejor de los casos y años en el peor.
Y después de esos treinta y ocho años corriendo ¿no he escarmentado? …

Si. Algo si. 
Algo he aprendido en carne propia cómo gestionar esta situación. Me ha costado, pero mi cuerpo y yo nos vamos entendiendo.


Ese es el siguiente capítulo.

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