domingo, 26 de abril de 2015

MARATON BAJO TIETAR 2015… EL DESAFÍO



Estoy en el kilómetro 70. En el Hornillo. Justo enfrente de mí un par de colaboradores indican… “la corta a la izquierda. La larga a la derecha”. Son las tres de la tarde. Media hora justo antes del cierre del control por este punto. Llevo seis horas y media de pedaleo.

Atrás han quedado las localidades de Mombeltrán, Santa Cruz, San Esteban, Villarejo y Cuevas. El barranco de las Cinco Villas. Setenta kilómetros y más de 2000 metros de desnivel acumulado. Llevadera la subida al puerto de Pedro Bernardo, una pendiente mantenida y una pista en buen estado. Muy dura la del Alto de la Centenera. Conozco bien esta zona y sé lo que me esperaba. Además, unas bajadas demasiado técnicas para mis escasos conocimientos… y la lluvia.

Todo eso queda a mis espaldas.

Ahora es el momento de decidir.

Corta … a la izquierda. Llegar, ducharme, comer y compartir con el resto de ciclistas la carrera. Reconocer el extraordinario trabajo de la organización y disfrutar en el Castillo de Arenas de lo que queda de tarde. Una pocas agujetas, algo de dolor de piernas y a casa.

Larga… a la derecha. 60 kilómetros más de pedaladas. Solo, porque nadie detrás de mí continuará y porque los que decidieron seguir pasaron hace más de media hora.

En realidad no tengo dudas. No las tuve en ningún momento de los setenta kilómetros anteriores en los que el objetivo era llegar con el control abierto. Así que … la elección está clara: derecha.

¿Por qué? Hay personas que nos alimentamos de retos. Otras, en cambio, no los necesitan para nada. ¿Es una cuestión de reafirmación personal? No acabo de saberlo. Ni me alegra someterme constantemente a cualquier tipo de desafíos, no solo deportivos, también académicos o profesionales, ni envidio a los que no lo hacen. Somos como somos y vivimos como creemos que debemos hacerlo, condimentando el día a día de los elementos que nos pueden hacer más felices.

¿Feliz? Tampoco lo estoy. Pero sé que eso es ahora. Cuando termine lo estaré.

Lo que estoy es empapado, cansado y dolorido. 

Tengo que bajarme de la bici otra vez. No me compensa subir esta cuesta que se empina delante de mi a 5 km/h si andando lo puedo hacer a la misma velocidad y con menos esfuerzo. Un 25% de pendiente a estas alturas es un muro. 

Llevo solo más una hora. No es que no haya visto a nadie de la carrera. Es que no he visto a nadie. Afortunadamente la señalización no ha dejado una sola posibilidad de error. Pero debo ir atento a no pasarme ninguna flecha o una cinta.

Voy camino de Candeleda. Aún me quedan 40 kilómetros. Hace tiempo dimensioné el esfuerzo sobre algo que me resultara conocido: cada tres kilómetros cuenta como uno de un maratón. Estoy en el 90, así que… más o menos en el 30. Recuerdo las sensaciones en los maratones que he corrido. Pero sé que queda mucha carrera. Todavía no es momento de pensar en la meta.

Llueve. Y hasta ahora no me ha importado. A pesar de ir mojado, no hace frio y, además, no he sido consciente de lo que podía significar que lloviera. Pero de pronto me doy cuenta: la pista que lleva a Candeleda es un barrizal. Veo las roderas de los que han pasado antes por aquí. Patinazos y cambios bruscos de dirección. El barro hace más difícil avanzar. No hay un momento de descanso porque tengo que pedalear hasta en las bajadas. La bici “se pega” al camino.

Por fin llego a Candeleda. Me duelen terriblemente los brazos de la última bajada, larga, deslizante, llena de “cortaderos” para desaguar el agua que no escurre ni drena. Bailando sobre la bici. Varios patinazos. “Controla”. Me digo en alto varias veces. “Si te la pegas te quedas aquí “tirao” un buen rato”. “Atento a lo que haces”.

Me quedan 20 kilómetros. Kilómetro 35 de un maratón. Sé lo que significa.

Caminos llanos y un barro que sencillamente me impide avanzar. Tengo que parar en un par de ocasiones a limpiar con un palo el desviador, los platos y la cadena.

Pero ya me da igual. Solo pienso en llegar. Vine a hacer la ruta larga y ya no puedo hacer otra cosa que llegar a Arenas de San Pedro sobre mi bici. No me he caído, no he tenido averías y no he pinchado. Nunca había estado sobre una bici más de 70 kilómetros y llevo 120. Nunca había subido más de 870 metros de desnivel y he subido y bajado tanto que lo he multiplicado por cuatro. Y, ¡Caramba! no soy ciclista.

“Sigue” “Sigue” “Sigue”.

Subida a Poyales. Es de asfalto. Podría hacerla a 12 o 14 km/h y, sin embargo, no alcanzo a subir a más de 7 km/h. No me quedan piernas. Desde aquí casi todo será bajada.

Un coche de la organización me indica el camino. Estoy llegando. De pronto veo Arenas y muy poco después la torre del castillo. Última curva. 10 metros. 5 metros.

Y, por primera vez, recibo el premio que se le brinda al último. Más de cien personas me aplauden y me saludan. Han estado esperando al último corredor. Se lo agradezco. No saben ellos cúanto.

Y ahora ya sí. Me bajo de la bici. Me dan de comer y de beber. Me siento.

Lo he hecho.

Todavía no estoy para disfrutarlo… eso queda para dentro de unos días o unas semanas.


No soy ciclista…Pero ¡Caramba! lo he hecho.

3 comentarios:

  1. Muy buena cronica del sufrimiento se tuvo ese dia. Te puedo asegurar que lo que sentiste tu, lo sentimos tambien lo que llegamos algo antes, no pasaban lo kilometros.

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  2. Enhorabuena!!
    Ya no puedes decir que no eres ciclista. Lo eres. Y de los grandes.

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  3. Enhorabuena por el reto conseguido

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