viernes, 5 de junio de 2015

LA PISTA DE ATLETISMO DE LA "CONCE". UNA HISTORIA EN BLANCO Y NEGRO.

Construcción del colegio y el polideportivo de La Concepción.
Imagen del archivo fotográfico de la Comunidad de Madrid

Mañana corro un 5000 en la pista de atletismo de la deportiva.
Si. Es verdad que para el domingo tengo una ración de Zapatero, pero no deja de ser menos cierto que para el sábado por la tarde voy a empeñar todo mi esfuerzo en ver cuánto tiempo puedo estar tumbado sin moverme.

El caso es que con esto del 5000 me ha venido a la memoria un recuerdo más del pleistoceno, aquella época de mi vida en la que salía de casa peinado a raya.

En aquellos años no existían las pistas de tartán. La pista de mi barrio, la pista de "la Conce", era de tierra. Por más que unos cuantos se pudieran referir a ella como una “pista de ceniza”, lo cierto es que la única ceniza que formaba parte de ella era la de los puros de Ramón el portero (aquí os dejo el enlace de una de sus anécdotas Ramón, el portero).

La calle 1 de aquella pista de atletismo tenía más tráfico que la M-30 en hora punta y ...así estaba,  llena de agujeros, marcas de tacos de fútbol y charcos en cuanto caían cuatro gotas. Dura como una piedra en el verano y permanentemente embarrada en invierno. Por esa calle y solo por ella (¡Darse cinco vueltas!, gritaba el entrenador), corrían todos los futbolistas,  todos los nadadores, waterpolistas, baloncestistas, gimnastas etc que entrenaban en el poli. Todos. 
La calle dos suponía un recorrido infinitamente más largo para ellos. La tres, cuatro ... ¡qué horror!¡imposible!. 
Esas solo las pisaban los atletas.

El caso es que la pista se cerraba los días antes de cada competición. 

Había que prepararla.

El ritual comenzaba con un ligero riego. Ligero según quien estuviera al mando de las operaciones, porque había veces que alguno de los empleados del” poli” consideraba que no había atletismo más bonito que las carreras sobre barro. Un precursor de las actuales carreras “extrem” .

Una vez regada se pasaba una rastra, bien a mano o, con los años y el progreso, tirada por un tractor, para que quedase más o menos regular. Más o menos. Tampoco se podían hacer milagros. 
A continuación se marcaban las calles con una barra en la que estaban soldadas unas marcas para “arañar” la tierra a la distancia correspondiente y dividir la pista en seis calles manteniendo la geometría.

Y por último y con más esfuerzo, se marcaban con yeso las calles una a una empujando un carrito con un dosificador para trazar las líneas por cada marca, las líneas de las calles y las de las diferentes salidas, del 200, del 400, etc. Todo un trabajo de artesanía y que le llevaba casi la tarde entera al empleado del lugar.

Al final, después de varias horas de trabajo, quedaba la pista de lo más curioso, con nosotros, los habituales mirando desde fuera sin poder pisarla hasta el día siguiente. 
Hasta el día de la competición.

En el fondo … el pleistoceno tenía su encanto.

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