Construcción del colegio y el polideportivo de La Concepción. Imagen del archivo fotográfico de la Comunidad de Madrid |
Mañana corro un 5000 en la pista de atletismo de la deportiva.
Si. Es verdad que para
el domingo tengo una ración de Zapatero, pero no deja de ser menos cierto que
para el sábado por la tarde voy a empeñar todo mi esfuerzo en ver cuánto tiempo
puedo estar tumbado sin moverme.
El caso es que con esto
del 5000 me ha venido a la memoria un recuerdo más del pleistoceno, aquella
época de mi vida en la que salía de casa peinado a raya.
En aquellos años no existían
las pistas de tartán. La pista de mi barrio, la pista de "la Conce", era de
tierra. Por más que unos cuantos se pudieran referir a ella como una “pista de
ceniza”, lo cierto es que la única ceniza que formaba parte de ella era la de
los puros de Ramón el portero (aquí os dejo el enlace de una de sus anécdotas Ramón, el portero).
La calle 1 de aquella
pista de atletismo tenía más tráfico que la M-30 en hora punta y ...así estaba, llena de agujeros, marcas de tacos de fútbol y
charcos en cuanto caían cuatro gotas. Dura como una piedra en el verano y
permanentemente embarrada en invierno. Por esa calle y solo por ella (¡Darse cinco vueltas!, gritaba el entrenador), corrían todos los futbolistas, todos los nadadores, waterpolistas, baloncestistas, gimnastas etc que entrenaban en el poli. Todos.
La calle dos suponía un recorrido infinitamente más largo para ellos. La tres, cuatro ... ¡qué horror!¡imposible!.
Esas solo las pisaban los atletas.
La calle dos suponía un recorrido infinitamente más largo para ellos. La tres, cuatro ... ¡qué horror!¡imposible!.
Esas solo las pisaban los atletas.
El caso es que la pista se cerraba los
días antes de cada competición.
Había que prepararla.
El ritual comenzaba con
un ligero riego. Ligero según quien estuviera al mando de las operaciones,
porque había veces que alguno de los empleados del” poli” consideraba que no
había atletismo más bonito que las carreras sobre barro. Un precursor de las
actuales carreras “extrem” .
Una vez regada se
pasaba una rastra, bien a mano o, con los años y el progreso, tirada por un
tractor, para que quedase más o menos regular. Más o menos. Tampoco se podían hacer milagros.
A continuación se marcaban las calles con una barra en la que estaban soldadas unas marcas para “arañar” la tierra a la distancia correspondiente y dividir la pista en seis calles manteniendo la geometría.
A continuación se marcaban las calles con una barra en la que estaban soldadas unas marcas para “arañar” la tierra a la distancia correspondiente y dividir la pista en seis calles manteniendo la geometría.
Y por último y con más
esfuerzo, se marcaban con yeso las calles una a una empujando un carrito con un
dosificador para trazar las líneas por cada marca, las líneas de las calles y
las de las diferentes salidas, del 200, del 400, etc. Todo un trabajo de artesanía
y que le llevaba casi la tarde entera al empleado del lugar.
Al final, después de
varias horas de trabajo, quedaba la pista de lo más curioso, con nosotros, los
habituales mirando desde fuera sin poder pisarla hasta el día siguiente.
Hasta el día de la competición.
En el fondo … el
pleistoceno tenía su encanto.
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