“El que no se emocione con esto es que está muerto”, escuché a la
altura de Cibeles de boca de un corredor situado detrás de mí. Y es que … esto es … La San Silvestre.
Las siete de la tarde.
Estamos saliendo del Metro en Santiago Bernabeu. Voy con Ángel. Si me hubieran
preguntado hace diecinueve años si me parecía posible que en 2015 pudiera
correr esta carrera con mi hijo, hubiera contestado que me encantaría que así
fuera, pero que no lo consideraba posible. Y sin embargo … aquí estamos los
dos.
Parece que ha pasado
mucho tiempo, pero ha pasado muy deprisa. Y lo hemos hecho posible.
Nos vamos encontrando
un buen grupo de abulenses, Javier Repiso, Javier Olivares, Luismi Sanchez
Blanco, Jorge Hernández Rico y nosotros dos. Calentamos juntos.
Correr la prueba
Internacional es como llegar tarde a una fiesta. Según rodeamos el estadio
Bernabeu, cientos de personas trabajan en la limpieza, la retirada de vallas,
de carpas y de todos los elementos de la organización de la carrera popular.
Hay que esquivar máquinas limpiadoras, camiones, saltar por montones de ropa y
de botellas. Y sin embargo nosotros no hemos empezado aún.
Nos vamos para la
salida. Se nos ha hecho un poco tarde pero podemos colocarnos bastante adelante.
Aún tenemos que esperar un buen rato. No entiendo muy bien a qué viene la clase
de aerobic que nos están dando dos chicas sobre un escenario y menos aún el
concierto de batería que le precede. Esta carrera siempre ha sido eso… una
carrera. Solo una carrera. Ni más ni menos que una carrera.
Por fin suena el
disparo y salimos en estampida. Los primeros 500 metros son en subida. Se me
hacen muy duros. Llego arriba fundido. Me adelanta mucha gente. Ahora vienen 7500 metros de bajada en los que
es necesario mantener un ritmo fuerte. Voy “agobiao”. Por la gente, por el
ritmo, por mi respiración, porque me duelen las piernas. Voy todo lo deprisa
que puedo y sin embargo me parece que voy lentísimo. Me siento fatal, de esos
días que “vas que no vas”. Sigo perdiendo posiciones. No soy capaz de mantener
el ritmo de nadie. Me voy hacia la parte izquierda de la calle para correr más
desahogado, pero allí no hay señales de los kilómetros, así que no sé cómo voy
de ritmo.
La calle Serrano a
nuestros pies. Las luces, las tiendas, la gente, los gritos, los flashes de las
cámaras, motos de la organización, pancartas, aplausos, las pisadas de cientos
de corredores,…Ya se ve al fondo la Puerta de Alcalá. Giramos hacia Cibeles. “El que no se emocione con esto es que está
muerto”. Paseo de Recoletos y Atocha. Un pasillo de gente.
Paso el kilómetro 5 y
miro el crono y me llevo una sorpresa: 17’54”. ¿Cómo es posible? ¿Solo dos
segundos más lento que el año pasado? Hago mis cuentas: estoy por debajo de los
37’ … si sigo corriendo así.
Pero … algo pasa.
En la Avenida Ciudad de
Barcelona me desconecto. Estoy más pendiente de la gente que nos anima, del
ruido, del ambiente, de la gente que corre conmigo que de seguir a tope. Sigo
corriendo, evidentemente, pero he dejado de pensar en la carrera. Si hasta aquí
he venido exigiéndome en cada zancada, ahora me doy involuntariamente una
tregua.
Y llego a Vallecas. Se
acaba la bajada y empiezan los últimos dos kilómetros de carrera. Empiezan las
cuestas. Y sufro. Me duelen las piernas. Me obligo a subir a tope, pero si ya
en la bajada me parecía que no iba bien, ahora me siento lentísimo. En esta
cuesta he hecho subidas memorables, sin que nadie me adelantara y corriendo con
mucha fuerza. Hoy me pasa todo lo contrario. Llego al kilómetro 9, pero no
quiero mirar el reloj. Voy a hacer el último mil con todas mis fuerzas. Me
recupero un poco en la única zona llana y afronto las dos últimas cuestas
sabiendo que no queda nada.
El estadio, por fin. La
rampa de bajada y … ¡sorpresa! En vez de girar a la izquierda hacia el fondo
del campo de futbol … seguimos rectos. Unos segundos de desconcierto… ¡No veo
la meta! ¡Está en la recta de enfrente, a menos de 100 metros! Un sprint muy
corto y veo el crono … 37’12”… ¡La cagué!
Me hubiera gustado
bajar de 37’. Era una barrera exigente pero pensaba que podía conseguirlo.
Lo más sorprendente es …que
no me sorprende. Me dejé muchos segundos en las cuestas de Vallecas. Pero a
cambio, también recogí muchas sensaciones que siguen alimentando mi predilección
por esta carrera. Y, además, tampoco me preocupa mucho. Podré volver al año que
viene a cumplir el rito de la San Silvestre. A mi fiesta de Nochevieja.
Quedan más historias que
contar; la primera San Silvestre de mi hija Alicia acompañando a mi padre, que
volvió a correr y a terminar con sus 85 años, los cambios que está
experimentando esta carrera, buenos y malos …
Pero las dejamos para otro día.
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