viernes, 29 de julio de 2016

LA SALIDA...





TOMA1. Salida de los 100 metros final. Estadio abarrotado. Público expectante, tenso. Banderas, flashes. Mucho ruido. Plano frontal a 15 metros de distancia de los atletas. Zoom lento sobre la figura del atleta protagonista hasta que su imagen completa la pantalla. Sonido ambiente.

Se escucha nítida la voz del juez “on your mark”. Nuestro atleta mira de frente. Visualiza su carrera. Los telespectadores no lo ven pero lo pueden imaginar. Él solo ve dos líneas blancas sobre el tartán azul. El resto desaparece. Vacío. Abismo. El retumbar de su corazón. Nada más: es el día, es la final, es el final del camino. Aquella línea situada exactamente a cien metros es el final del camino. Una vez más. La última oportunidad de ser campeón.

TOMA 2. Zoom sobre la figura del atleta. Una rodilla apoyada en el suelo. La otra apuntando al frente. Un último retoque al borde del maillot antes de que la mano izquierda busque un amuleto que cuelga de una cadena de oro al cuello. La mano derecha se eleva al cielo apuntando con el dedo índice. Los telespectadores no lo saben pero lo pueden imaginar. Es una dedicatoria a un ser querido ausente. Tal vez al final de la carrera, si vence, podremos averiguarlo.

De nuevo la voz del juez de salida indica la siguiente fase: “get set”. Entonces lentamente nuestro atleta inclina la cabeza hacia el suelo. Coloca cuidadosamente la mano izquierda justo al filo de la línea blanca. Todavía desplaza unos milímetros el pulgar hacia delante hasta lograr un apoyo algo más estable. Aún queda tiempo para deslizar la mano derecha por la pernera del maillot y estirar una pequeña arruga que se forma al encoger la pierna. Un segundo después se coloca en perfecta simetría tras la línea. Pura mecánica. Un gesto repetido miles de veces. La pierna izquierda se lanza hacia atrás en un movimiento eléctrico y poderoso para, posteriormente buscar la sujeción del taco. Lo mismo se repite con la derecha. Ambos pies golpean secuencialmente los tacos para comprobar, una vez más,  su firmeza. Entonces la figura del atleta queda completamente inmóvil. El espectador contempla la imagen de un poderoso cuerpo con todos los músculos en tensión. Solo el amuleto que cuelga de la cadena, oscilante adelante y atrás, impide que parezca una fotografía. Se hace el silencio en el estadio.

Nadie lo sabe y pocos lo pueden imaginar, pero por la cabeza del atleta, en forma de una secuencia  formada por destellos de milisegundos aparecen imágenes de los últimos cuatro años.

Destellos. Imágenes.

La muesca en el banco de madera del vestuario con sus iniciales. El charco en la salida de la calle 2 en la pista  de entrenamiento. El cronómetro de su entrenador apoyado en la torre de los jueces, con el cordón azul oscilando al viento. El cuero del banco de pesas, descosido, desgastado y mugriento. La chaqueta del chándal verde colgada de una valla un día de invierno. 

El parking. La noche. El disparo. 

El disparo y el dolor. 
El disparo, el dolor y la sangre. 

La luz blanca del quirófano. La mano del médico sobre su hombro. La sonrisa de la chica rubia de la sala de rehabilitación. La tarta de cumpleaños. El gimnasio. Las lágrimas en los ojos de su entrenador el día que volvió a la pista. Aquellas nuevas zapatillas de clavos. 

Destellos. Imágenes. Milisegundos.

TOMA 3. El disparo retumba en el estadio casi simultáneo a los gritos de miles de gargantas. 

El disparo. 

Cuatro décimas de  segundo después tanto ruido queda ahogado por una segunda detonación que anula la salida. 

El disparo. 
El disparo y el dolor.




Fundido en negro.

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