lunes, 11 de julio de 2016

¿Y SI HAILE NO HUBIERA SIDO EL MEJOR?






Cuando Haile volvió a Asella, su lugar de origen, aún tuvo que atender durante varios días a algunos periodistas y televisiones que le habían seguido desde que anunciara su retirada. Enseñarles su primera casa, su escuela, sus lugares de entrenamiento …Además debía recibir a todos sus vecinos, sus fervientes admiradores locales, como había hecho desde que se marchara muchos años atrás y también visitar a los ancianos del pueblo a los que siempre  había pedido consejo.

Y por fin, después de tanto ajetreo llegó el día. El primer día de calma.

Haile preguntó por Kuru.

-         - Kuru está en el árbol

Haile conocía la respuesta desde antes de formular la pregunta, pero era una manera de indicar dónde estaría las próximas horas. Así que Haile cogió un poco de fatira y una botella de tej y partió hacia el árbol. No podría decir cuántas veces había hecho ese trayecto corriendo, pero esta vez no tenía prisa y quería acompañar sus pasos de los recuerdos de su infancia, de los sonidos, de los olores.

A unos centenares de metros de distancia pudo distinguir la silueta de Kuru bajo el árbol. Apoyado en su base, con el bastón entre las manos y el manto medio caído cubriéndole parte de la espalda. Haile apresuró el paso.

Solo cuando estaba a pocos metros de distancia Kuru se giró para saludarle.

-        -  Haile. Qué alegría. Sabía que estabas de vuelta.
-        -  Kuru, perdonamé por no haber venido antes.
-       -  No tienes de qué disculparte. Siempre levantas mucho revuelo. Esta vez no sería menos.

Haile y Kuru eran amigos desde niños. Desde muy niños. Con cinco años ambos recorrían todos los días los diez kilómetros que mediaban entre su casa y la escuela. Primero lo hacían andando, hasta que un buen día comenzaron a correr. En aquella primera ocasión llegaron completamente cubiertos de sudor y polvo, pero también de una enorme satisfacción por haberlo conseguido. 

A partir de ahí, todos los días se convirtieron en jornadas de carrera. Haile y Kuru se retaban constantemente. Al principio Haile  ganaba a Kuru, pero a las pocas semanas Kuru comenzó a igualar el marcador. Cada día que llegaban a la escuela colocaban una piedra a un lado u otro de uno de los árboles del camino. Lo mismo hacían al llegar a la entrada del pueblo, en el árbol. En su árbol.

Según fueron pasando los años, en ambos lugares había centenares de piedras en dos montones... muy desiguales.

Por fin llegó el día. Un entrenador afincado en Addis Abeba había recibido una carta de un maestro que contaba las correrías de dos chicos de Asella. Fue al pueblo y les vio correr. Y quedó impresionado. 

Haile era bajito, pero muy fuerte y muy rápido. Con un correr eléctrico y unos tobillos prodigiosos, capaces de impulsar ese menudo cuerpo hacia adelante como si se tratara de un antílope.

Por su parte Kuru era tan elegante corriendo cómo  nunca había visto a nadie antes. Alto, fibroso, con un estilo prodigioso. Este chico de apenas quince años sería campeón de lo que quisiera. Solo había que elegir la distancia y afinar la preparación. El resto, las cualidades naturales que atesoraba, serían suficientes.

Así que el entrenador se fue a hablar con los padres de Haile y de Kuru.

En casa de Haile estaba la familia entera reunida. El padre, la madre y un montón de hermanos. El entrenador les expuso su propuesta: Haile firmaría un contrato con su empresa y se iría con él a Europa en entrenar y a competir. Cuando escucharon sus palabras comenzaron a bailar alrededor de la mesa, a saltar de alegría y a abrazar a aquél tipo al que no habían visto nunca pero que acababa de traer la mejor noticia a aquella casa. Haile se iría a correr a Europa. Con sus cualidades, eso traería fortuna a la familia.

Haile sería el sucesor de Bikila… si pudiera algún día ganar a Kuru.

El entrenador fue entonces a casa del otro chico. Allí estaba Kuru, junto a su padre y su madre. Igual que había hecho antes, expuso las condiciones los progenitores del muchacho. Cuando terminó se hizo un momento de silencio. Por la cara de Kuru comenzaron a rodar dos enormes lágrimas. El padre se levantó de la mesa. Se apoyó en dos bastones y se puso enfrente del hombre blanco.

-        - Miramé. ¿Cuánto tiempo crees que me queda para poder ir a cuidar las vacas?

El entrenador no pudo ocultar una mueca de sorpresa y de dolor. El padre de Kuru tenía una pierna amputada desde la rodilla y de la otra ya había perdido algunos dedos del pie.

-       -  Yo faltaré dentro de poco. ¿Quién cuidara de mi mujer de mis hijos y de mis vacas si Kuru, mi primogénito, se va?

El entrenador trató de explicarles de nuevo que Kuru ganaría dinero con las carreras desde el mismo momento en que comenzara a competir en Europa. Sus condiciones le garantizaban el éxito con toda seguridad. Eso traería prosperidad a la familia y así, podría trata su enfermedad con los mejores especialistas del mundo.

El entrenador habló durante horas. Pero por más que lo intentó el padre de Kuru no cedió. El chico no se iría de Asella.

Y no se fue.

El resto de la historia es conocida.

Haile se sentó al pie del árbol, junto a Kuru. El sol se fue poniendo lentamente. Pasaron varias horas así, uno junto al otro, sin mediar palabra hasta que Kuru le dijo.


-      -  Ayúdame a meter las vacas. Pero antes … echemos una carrera de aquí a la escuela.

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