viernes, 9 de junio de 2017

SI ALGÚN DÍA OLVIDO ESAS PIEDRAS DEL CAMINO EN CUYO FILO APOYÉ MIS BOTAS.


Esas piedras del camino en cuyo filo yo apoyé mis botas.

Las primeras luces aún estaban lejos de imponerse en el valle. Apenas una alborada que competía por teñir de color los infinitos grises que vestían las montañas, los muros de piedra, incluso los escasos árboles.

Hacía frio. Una ligera brisa dibujaba olas invisibles que iban  y venían.

Caminé sin saber dónde ir. No importaba. Solo trataba de empaparme de aquél lugar. ¿Podría mi memoria arrinconar otros recuerdos y hacer sitio a estas impresiones? ¿Cómo conseguirlo? ¿Puede uno elegir qué evocar?¿Sería capaz de retener este momento y rememorarlo?

La bruma de la mañana y el humo de las primeras lumbres de los hogares se mezclaban, elevándose como una ofrenda hacia la falda del Khumbila.

Olía a enebro quemado en los incensarios de las casas.
Un perro ladraba.

La escuela, aún dañada del terremoto, limpia, cuidada… desierta a esas horas, esperando el bullicio de cientos de niños y niñas que irían llegando desde todos los lugares del valle.

El primer rayo de sol eludió la imponente mole del Ama Dablam y tiñó las paredes carmesí del monasterio, sus figuras multicolores dibujadas, los molinillos de oración esperando la mano que los hiciera girar.

Esas cumbres en las que yo fijé mis ojos.

Cuando me crucé con la mujer me detuve a saludarla. Sonrió ampliamente, dejando ver tantos dientes como agujeros en su boca y me indicó algo con la mano que yo no entendí entonces…

Los campos limpios, la tierra removida esperando la próxima siembra de patatas.

Una cortina tibetana bailaba al son del viento, dejando ver en su interior a un anciano sentado en un escaño de madera girando su khor.

Om mani padme hum.

Aquél chorten en el que apoyé mi mano y mi frente.

Giré. Volví sobre mis pasos. ¿Me había perdido? De nuevo me crucé con la mujer, que esta vez no ocultó una carcajada. Ahora creí entenderla por sus gestos que había tomado un camino equivocado desoyendo sus consejos.

Me senté en una piedra a verla tender la ropa mientras no paraba de hablar.

Entonces vi esa bici. No hacen falta palabras. O tal vez sí.

Quizá nos quejamos demasiado en esta otra parte del mundo.
Quizá nos quejamos demasiado.

Ha pasado un año y las piedras, las cumbres, la gente … están en mi memoria.

Las palabras, los olores, los colores y esa bici… aún las guardo conmigo.


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