sábado, 21 de agosto de 2010

EL TERCER TIEMPO

Algunos de los clientes más fieles del "Ideal"

El tercer tiempo: Dícese del rato que pasan los contendientes de un partido de rugby al finalizar el mismo comentando las incidencias entre cervezas.

En los primeros ochenta yo bajaba todas las tardes a entrenar al polideportivo de la Concepción. Mi casa era un palco VIP del “poli”, desde donde podía ver quien entraba, quien salía y qué hacía cada uno de los miembros de A.R. Concepción. A eso de las ocho de la tarde cogía mi bolsa y bajaba a la pista. Allí estaban mis compañeros de entrenamiento. Estirábamos un rato mientras esperábamos a los más retrasados y comenzábamos el calentamiento entre comentarios, historias, chistes y risas. A las ocho y media cada uno se dedicaba a su especialidad, así que nos separábamos en grupos a hacer series o salidas o pesas o … a ver sufrir a los demás. Una hora después volvíamos a reunirnos en la esquina de las gradas y dábamos por terminado el entrenamiento del día. Poco a poco salíamos del “poli” en dirección a la terraza del bar Ideal, situado a pocos metros de la puerta y paso obligado para todos los atletas de “La Concha”. El bar Ideal era un baretucho modesto y pequeño, estrecho e incómodo, pero su terraza era la sede del “tercer tiempo”. A partir del mes de junio - si los exámenes lo permitían- y a lo largo de todo el verano, se convertía en el lugar de reunión y tertulia de varios grupos de atletas. Allí nos contábamos nuestros problemas, nuestros planes, hablábamos de cine, de música, de deportes, de atletismo, de competiciones, de viajes… Un “tercer tiempo” que se prolongaba hasta las once o más allá -mucho más allá- si asomaba el fin de semana o si ya estábamos de vacaciones. Alrededor de una pequeña mesa redonda cabíamos todos, solo hacía falta echar la silla un poco más atrás. Cuando las cervezas, las cocacolas o las mirindas se arrimaban demasiado al borde sobre la mesa, se añadía otra y listo. Comiendo cacahuetes -la tapa estrella en la terraza del Ideal - tuvieron lugar los más enconados debates sobre los duelos Coe-Ovett, Gonzalez-Abascal o Lewis-Jonhson. Repasábamos la actualidad y arreglábamos el mundo, como en cualquier tertulia de cualquier parte. Y así las calurosas noches del verano madrileño daban paso a las más frescas del otoño hasta que un día Jóse (el acento en la o) recogía mesas y sillas, les pasaba la cadena y clausuraba la temporada, mientras los árboles de la acera (por cierto, una rareza botánica en las calles madrileñas, Koelreuteria paniculata, o jabonero de china), dejaban caer sus hojas despidiéndonos hasta la siguiente primavera.

Años después (bastantes), en una reunión de otro club, me preguntaron sobre cómo hacer para conseguir mejorar y potenciar el equipo. Yo me aventuré a sugerirles tres cosas:
- Una camiseta, es decir, una “identidad corporativa” en términos de empresa. Los “colores del club” en argot deportivo.
- Un punto de encuentro para los entrenamientos: un lugar desde donde empezar y donde terminar.
- Y por último lo más importante: un lugar donde disfrutar de “el tercer tiempo”.

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