sábado, 9 de octubre de 2021

LA FOTO DEL RETIRO


 22 DE NOVIEMBRE DE 1980.

Gonzalo vio al fotógrafo desde unas decenas de metros antes. Más que verlo lo adivinó entre la espesa niebla que aquella mañana, envolvía el Parque de El Retiro madrileño.

Tener las clases de la Universidad por la tarde, había trastocado toda la organización de su tiempo, sus hábitos y sus compañías. Tenía que entrenar solo y, además, si quería aprovechar la mañana, tenía que hacerlo temprano. En caso contrario se quedaría en la cama hasta que su conciencia le reprochase su vagancia y le obligase a espabilar para enfrentarse al soporífero Maham de Química o al no más ameno Lang de Cálculo infinitesimal, cuyas extensas explicaciones se ocultaban como jeroglíficos indescifrables.

Tirarse de la cama y salir a correr. Si no entrenaba estaría de mal humor todo el día.

Así que aquella mañana se fue a rodar al Retiro como hacía últimamente. El Parque Calero se  quedaba demasiado pequeño, obligándole a dar más vueltas de las razonables como para no sufrir la tentación de abandonar una o dos antes de lo previsto.

Hacía frio. Esas mañanas gélidas de Madrid en las que la humedad cala los huesos. Una camiseta de manga corta y una fina sudadera no era ropa suficiente para abrigar. No había cogido guantes ni gorro y le dolían las manos y las orejas. Esas eran las consecuencias de ser friolero. Y despistado. Así que Gonzalo aumentó el ritmo para tratar de entrar en  calor.

Cuando llegó al Retiro se encontró el Parque sumido en la bruma. Abandonar las calles con el movimiento de las personas y el ruido de los coches para adentrarse en los caminos solitarios y silenciosos era como cambiar de mundo. A esa hora apenas había algún paseante, obligado por la necesidad de sacar al perro antes de la jornada laboral y algunos jardineros recortando los setos que delimitaban los paseos interiores.

La niebla amortiguaba el poco ruido que traspasaba la arboleda y proporcionaba un ambiente casi irreal.

Al salir al paseo lateral del estanque aumentó la luz. Los árboles se apartaban para dejar espacio a aquella lámina de agua sobre la que flotaban algunas barcas recogidas en una esquina. En el extremo opuesto un complejo grupo escultórico se elevaba entre las columnas sobre una gran escalinata.

Un paisaje solo para el disfrute Gonzalo. Ralentizó el ritmo y se dejó atrapar por las sensaciones. Él era la nota discordante entre tanta quietud. Se sentía el dueño del parque. Construido solo para que su disfrute en aquel momento único. Vacío, para que nada alterase la quietud.

Silencio. Soledad.

Entonces vio al fotógrafo. La cámara sobre un trípode enfocando el estanque con toda la columnata de fondo. La niebla difuminando los contornos. Un tono grisáceo sobre el que destacaba el color rojo de las barcas.

Gonzalo escuchó el disparo justo antes de girarse hacia la cámara. El fotógrafo le había esperado para captar su imagen en movimiento en aquel lugar. Ese momento quedó recogido en su memoria a la vez y de la misma manera que en el rollo de película de la cámara. Imaginó la foto con su figura recortada sobre la barandilla del estanque con el fondo casi borrado por la niebla de aquel conjunto. No le hacía falta verla. No le hizo falta verla nunca. Fue suficiente la imaginación y el recuerdo.

17 DE JULIO DE 2018. 

Gonzalo se encontraba de viaje por motivos de trabajo en Nueva York. Nunca perdonaba una carrera matinal por el Central Park. Se sentía como Dustin Hoffman en Marathon man, …salvando todas las distancias, que no todas eran a favor del actor.

Aquella tarde su compañero Sam, también corredor, le prometió que le llevaría a beber cerveza a un típico y famoso pub, cuyo dueño había recorrido el mundo participando en todo tipo de carreras. Fotógrafo de profesión, la exposición que decoraba las paredes del local constituía una colección histórica para todos los amantes del atletismo, que frecuentaban el lugar como uno de los templos sagrados del running neoyorquino.

Aún no había mucha gente así que Gonzalo y Sam pudieron disfrutar con una pinta en la mano recorriendo las imágenes colgadas de las paredes y comentando las hazañas de muchos de los atletas que allí compartían aquél “Hall of Fame”. Fotos de la salida del maratón de Nueva York, de sus legendarios ganadores, de corredores anónimos, de muchos lugares emblemáticos de carreras por toda la geografía mundial: algunos tan conocidos como París, Londres, Roma o Tokio, otras fotos más personales en las que una pequeña tarjeta de cartón indicaba su localización.

Entonces la vio. Casi se le cayó el vaso de la mano.

Allí estaba colgada aquella foto que desde hace casi cuarenta años llevaba guardada en su memoria: la foto del Retiro. La foto de aquella fría mañana de niebla. Tal cual la había imaginado: el encuadre, el color, la textura.

Aquel corredor era él.

Dio un largo trago a su cerveza solo para deshacer el nudo que se le estaba formando en la garganta y amenazaba con desatar sus emociones. Cuarenta años después, Gonzalo seguía corriendo, pero ¿Cuánto de aquel muchacho que aparecía en la foto quedaba en la persona que la estaba contemplando? ¿Cuántos de sus sueños, de sus esperanzas, de sus proyectos, se habían cumplido? Encontrarse con aquella imagen de sí mismo, aquella foto que había guardado en su memoria tanto años después, le hizo retroceder al momento exacto del disparo y recordar ese día, ese lugar, ese instante como si estuviera pasando de nuevo. Y desde ahí, recorrer vertiginosamente su vida hasta el presente.

Aquella foto, aquel trozo de papel, era exacto a la imagen que él dibujó en su cabeza tantos años atrás.

Por un instante sopesó decírselo a Sam. También contarle su historia al dueño del local, a aquel fotógrafo con quien coincidió una mañana cualquiera, en un lugar concreto del mundo, en un breve intervalo de tiempo, hace tantos años, para compartir una imagen, que ahora, décadas después veía impresa.

-Sam, te invito a otra pinta y …. Recuérdame que un día te cuente la historia de una foto.


domingo, 1 de agosto de 2021

ADIÓS PAPÁ. (EN RECUERDO DE MI PADRE)

 

Mi padre falleció hace ahora justo un año.

Al poco tiempo escribí unas líneas. Este blog, Correr como los ángeles, recibe su nombre de los "ángeles" de la familia y, de alguna manera, después de escribir aquí tantas cosas sobre él, necesitaba que aquellas también quedaran recogidas en esta "cibermemoria". Pero pasaban los días y no lo hacía. Y no han sido pocas las veces que lo he intentado.

Y me sigue costando. Pero quiero desempolvar este blog y volver a escribir sobre carreras, deporte y otras rarezas. Ahora, un año después, las dejo como homenaje y recuerdo a mi padre, de quien siempre recibí apoyo, consejo y aliento sin agradecérselo en su justa medida, como casi siempre hacemos los hijos.

ADIÓS, PAPÁ.

“Lo correcto es decir que las carreras se celebran porque correr es una fiesta”.

Así se expresaba mi padre en una entrevista que le hicieron hace unos años para un diario digital.
Y así lo vivió durante su vida de corredor.

“Esto yo no me lo pierdo”.

Recién concluida la primera edición del maratón de Madrid, en 1978, mi padre decidió que estaría en la siguiente. No tardó mucho en ponerse a entrenar, una vez liberado parcialmente de las enormes obligaciones que le había supuesto sacar a su familia adelante: había estudiado una carrera universitaria con nosotros tres por medio (dando mucha guerra), había estado pluriempleado durante años y ahora, por fin, podía permitirse dedicarse un tiempo para él. Y sería corriendo.

Y así empezó.

Su vida de corredor se puede seguir pormenorizadamente a través de sus inseparables agendas anuales, donde anotaba con cuidadosa regularidad todos y cada uno de sus entrenamientos y sus competiciones, contabilizando los kilómetros recorridos.

En sus últimos años, aquellas agendas eran el apoyo que le ayudaba a comprobar los datos que se iban borrando de su memoria cuando cualquiera de nosotros, sus hijos, sus nietos o sus amigos nos acercábamos por casa a ver qué tal andaban mi madre y él. Sesenta y un años juntos, construyendo.

Mi padre disfrutó de una vida larga y activa. Nunca podré agradecer lo suficiente a todos sus amigos del Retiro que, aun cuando ya apenas corría unos pocos pasos, siguieran llamándole para citarle a los desayunos del Corretiro, su equipo, a un paso del parque donde recorrió miles y miles de kilómetros.

Una de las cuestas del circuito de cinco kilómetros de ese oasis madrileño, fue, en su día y por sus compañeros de entrenamiento, bautizada – y rotulada debidamente- como "Cuesta de Ángel", por el eterno y cabezón empeño de mi padre en cambiar de ritmo desde su inicio hasta el final.

Tampoco quiero olvidar a los chicos del equipo de Rugby de Veterinaria que los últimos años le animaron a participar en la San Silvestre Vallecana acompañándole y protegiéndole en la carrera como un pack de forwards, permitiéndole disfrutar durante la primera mitad de cada año de tan magnífico recuerdo y soñando la otra mitad con la siguiente edición.

Mi padre, además de ser mi padre, era otro amigo y compañero más de carreras. Compartimos muchas competiciones juntos y unos cuantos maratones por el extranjero. Hablábamos con frecuencia de nuestros entrenamientos, de las competiciones, de nuestros camaradas de afición. Tras cada carrera, la primera llamada que recibía era la suya, para preguntarme qué tal me había ido. Entonces charlábamos un rato del frío que había hecho, de las marcas, de las cuestas, de los recuerdos que me habían dado Carlos, Enrique, Félix, Sergio o Miguel para él y siempre, siempre, siempre, concluía con un clásico: “cuando tengas mi edad ya verás cómo no puedes correr tan deprisa”, que siempre, siempre, siempre, nos llevaba a una eterna discusión nunca acabada.

La vida de mi padre fue una larga carrera y creo que, a pesar de sus duros comienzos, la celebró. No lo tuvo fácil, pero fue superando obstáculos gracias a una de sus más admiradas virtudes: la tenacidad. Mi padre no se rendía. Acompañado durante toda su vida por mi madre, fue tejiendo con esfuerzo una sólida red en la que criarnos y educarnos y durante mucho tiempo pudo disfrutar de nuestros pequeños éxitos y ayudarnos en nuestros momentos más difíciles.

Sus últimos días en el hospital fueron difíciles. Verle inmóvil después de recordarle tantos años corriendo en el polideportivo de La Concepción, en el Retiro, en los pinos de Béjar o en las carreras que compartíamos, fue duro. Verle luchar sin rendirse, apurando el último resquicio de sus pulmones para prolongar una zancada más la vida…

Y también es difícil escribir sobre ello. Podría contar tantas cosas… pero todavía se me hace un nudo en estómago, mi cabeza no acierta con las palabras ni los dedos con las teclas.

Tampoco hace falta. Muchos de vosotros le conocisteis y compartisteis con él esos pequeños momentos que, al final, son los recuerdos más duraderos. 


miércoles, 2 de junio de 2021

EL DÍA QUE UN PORTERO PREBENJAMIN DE LA SECCIÓN DE HOCKEY PATINES UNIÓN MAÇANETENCA LES DIO UNA LECCIÓN DE FAIR PLAY A LAS ESTRELLAS DEL DEPORTE

 


Supongo que esto que os voy a contar pasa con frecuencia en muchos deportes todos los fines de semana. Tampoco es tan extraño. Afortunadamente no es tan extraño. Probablemente va dejando de ser normal conforme los equipos de chicos o chicas se van haciendo más mayores hasta convertirse en una excepción en el deporte profesional.

Ya sabemos: los resultados mandan.

Se disputaba el partido entre los equipos prebenjamines del Lloret de Mar y la S. H. U. M. de Maçanet de la Selva, en la cancha del primero. Hacía tiempo que no veía jugar a niños y niñas tan pequeños al hockey (el tiempo pasa y los hijos se hacen mayores) y lo cierto es que me estaba resultando de lo más entretenido el ver cómo patinan y juegan unos críos tan pequeños.

El encuentro estaba más o menos igualado hasta que un fortuito rebote hizo que la bola golpeara en la cara de uno de los chicos del Lloret dejándole con un buen chichón y sin poder volver a la cancha el resto del partido.  El equipo, en cuadro por no tener sustitutos disponibles, se aprestaba a jugar todo lo que quedaba en inferioridad numérica. Y eso en el hockey es un problema. Cuatro contra tres es toda una diferencia.

Aún así el Lloret no perdió los papeles y se dispuso a capear el temporal con una buena defensa y tratar de alcanzar la portería contraria con contrataques rápidos o tiros lejanos. El equipo de la S.H.U.M. muy sólido en todo el campo, dominaba el marcador, y también el partido.

En esto se produjo una jugada de ataque del Lloret que acabó con un disparo a puerta. Los lloretenses reclamaron gol. Una parte del público también. Pero el árbitro, tal vez tapado por el propio portero, no apreció que la bola hubiera traspasado la línea, de manera que no concedió el tanto.

Los chicos, unos y otros, siguieron jugando, patinando, moviendo la bola y lanzando a portería. Pero algo rondaba en la cabeza del portero de la S.H.U.M. Algo le mantenía intranquilo porque no habían pasado dos minutos y había llamado a uno de sus jugadores con el que cruzó unas breves palabras. El juego continuaba.

Hasta que el pequeño portero se irguió, levantó el guante para detener el partido y patinó hasta el encuentro del árbitro. Entonces le explicó el motivo de su inquietud: él creía haber visto claramente la bola traspasar la línea de gol y, por tanto, entendía que éste debía haber subido al marcador.

El árbitro le explicó que al no haberlo visto él, no podía darlo por válido, pero le agradeció su gesto, él y los espectadores que estábamos viendo el partido, tanto de un equipo como de otro.

Tal vez os pueda parecer una bobada o una trivialidad. Tal vez me estoy volviendo muy ñoño. He comenzado diciendo que estoy seguro que gestos así ocurren con frecuencia en cualquier campo de cualquier deporte, pero a mí me resultó tan gratificante que, semanas después, todavía lo recuerdo y noto una agradable sensación… algo así como de comprobar que todavía hay muchas cosas que son como tienen que ser.

Con tanta tontería como vemos cada semana en el deporte profesional, con tanta estrella (estrellita) retratándose en cada partido con gestos y acciones de lo más antideportivo, a mí me resulta suficiente saber que en el deporte base todavía existe el sentido del honor, la caballerosidad y el juego limpio por encima del ganar a cualquier precio.

Ojalá este portero y todos los que son como él crezcan y hagan grande el deporte defendiendo estos valores.

Seguro que él nunca llegará a saber que aquel gesto suyo quedó recogido en un marginal blog de los millones que fluyen en la red. Espero que nunca le haga falta que se lo aplaudan para que vuelva a repetirlo.

Nota. Ganó el equipo del Maçanet, pero eso,… ¿a quién le importa?