FOTO DE GONZALO GONZALEZ DE VEGA |
Todos los pueblos deberían tener
una carrera. Por lo menos una carrera. Supongo que, si en lugar de gustarme el
atletismo me gustara el futbol sala o el tiro con arco, diría lo mismo de estos otros deportes. Pues sí, lo diría … y añadiría una carrera. También alguna sesión de
cine nocturno al aire libre, un concierto de música, un certamen de
pintura y otras muchas cosas.
Claro que para todo eso hace falta
gente que deje de lado sus cositas y dedique su tiempo libre a organizarlo todo. A pensarlo, a buscar la manera
de hacerlo, ayuda para financiarlo, a pedir favores, encargar
camisetas sin saber cuántas ni de qué talla se van a necesitar, a montar y desmontar tenderetes, a
enfriar bebidas, a poner vallas…
Luego, el día de la carrera, del
concierto o del concurso de jotas, vamos los interesados, pagamos una pequeña
cantidad, disfrutamos del evento y nos volvemos a casa tan contentos.
A los organizadores aún les queda
trabajo, dejarlo todo como estaba, incluyendo recoger las botellas que hemos
ido tirando por el recorrido, latas vacías en la meta cuidadosamente apoyadas en el alfeizar de una ventana, retirar cintas de balizar, desmontar casetas,
…
El esfuerzo es el mismo si corren
50 personas o 300 ... un poco más de jaleo, un poco más de agua, unas sandías más
y alguna dificultad añadida para aparcar por el pueblo.
Por eso, en primer lugar, quiero
dar las gracias a todas esas personas que, un año más, se pusieron manos a la
obra y organizaron la decimotercera edición de esta carrera.
Hacía mucho calor, como casi
todos los años, pero el ambiente era el de siempre. Después de cinco años sin
correr una carrera en Ávila, volver a ponerme el dorsal me producía una
sensación un tanto extraña. Me sentía bastante fuera de lugar participando en
una carrera en la que, de antemano, sabía que no iba a poder correr como
siempre lo he hecho: a competir. Ya no tengo cuerpo para eso y tampoco entreno lo que se necesita para llegar a una carrera a darlo todo y aunque podía haber
intentado ir algo más fuerte, la prudencia me obligaba a no encenderme
demasiado.
Así que corrí entre medias de “medio
deprisa y medio como pude”, más lo segundo que lo primero y me planté en la meta tan contento de volver a correr
con un dorsal en el pecho y sobre todo, de saludar a algunos de los compañeros
de carreras de siempre, que muy cariñosamente me recibieron con la alegría de
volver a verme con el traje de luces, un tanto ajado ya, pero aún útil para
alguna faena más. También os quiero dar las gracias. Seguid ahí.
Volveremos a vernos.