La música retumba en las fachadas
de la avenida Concha Espina. Globos gigantes de uno de los patrocinadores de la
carrera vuelan por encina de las cabezas de los corredores. Las cámaras buscan gestos,
saludos, disfraces. La euforia de los corredores se transforma en una cuenta
atrás acompasada por miles de gargantas. Primeros pasos caminando, después un
trote ligero hasta cruzar la línea de salida. Pongo el crono. Las costumbres no
se pierden y una San Silvestre, ahora, no es una San Silvestre más. Es un
regalo y sé muy bien lo que ha costado poder quitarle el lazo y desenvolverlo
una vez más, así que no estoy aquí solo para correr. Estoy, además, para absorber
hasta la última sensación que puedan captar mis sentidos.
Comienza la cuesta. Territorio
conocido. En otras épocas llegaba arriba con los pulmones y el corazón a punto
de estallar, sabiendo que después, una larga cuesta abajo, todo Serrano
adelante, me permitiría recuperar un ritmo cardiaco asumible. Pero ahora llego
con margen. No puedo correr deprisa. Hay demasiada gente, todos los que han
acreditado mejor marca que yo más otros cuantos cientos que se meten de
cualquier manera desde las aceras a partir de este momento.
Solo a partir del kilómetro 3
comienzo a correr a gusto. Sigo rodeado de corredores, pero, poco a poco, se
van abriendo huecos para adelantar con más facilidad.
Las calles están completamente
llenas de gente: Serrano, la Puerta de Alcalá, Cibeles, el Paseo del Prado… multitud
de personas que detienen por un momento su paseo o sus compras y animan la
carrera.
Me acerco al kilómetro 5.
Necesito ver el tiempo que llevo. A lo largo de todas las ediciones anteriores que
he corrido y ya son muchas, mi marca en meta ha sido dos veces la del kilómetro
5 más un minuto. una fórmula que siempre se ha cumplido, tanto antes, cuando
corría deprisa, como ahora que ya no lo hago tanto (podría poner despacio,
directamente, pero prefiero dejar margen al futuro). ¿Me importa mucho el
tiempo que haga? … No, mucho, mucho, no. Bastante, sí, porque uno, al fin y al
cabo, tiene su corazón de atleta.
Más que ver, imagino en el cronómetro unos
números que me sorprenden. Mi viejo reloj no se apiada de mi vista y esconde un
borroso mensaje en sus dígitos: vas muy bien. También puede ser que ese
2 sea un 3 y entonces no vaya tan deprisa como pudiera pensar. Lo cierto es que
me da igual: voy todo lo rápido que puedo, que, sin ser mucho, es bastante. Es
el mismo bastante que el bastante de la marca, para entendernos.
En Atocha siempre pasan cosas. Un
grupo de percusión de deja el alma por ayudar a los corredores ¿Terminaran los
tambores enteros al final de la última oleada de corredores? Los viajeros que
van a coger el tren y se encuentran con una desbandada de ñus, como en el mejor
documental de La2, ven con horror cómo el tiempo pasa y no hay forma de cruzar
de un lado a otro esta marea de corredores. No creo que imaginen la envergadura
de lo que viene por detrás. Siempre hay un momento en el que alguno de ellos ve
una oportunidad y, arrastrando la maleta, se lanza a la corriente. ¡Ay!
La Avenida Ciudad de Barcelona permite
aprovechar los últimos metros cuesta abajo. Se adivina el Puente de Vallecas
cada vez más cerca y, bajo él, el sonido de otro grupo de música que,
atronador, impulsa a los corredores a la parte más dura: una interminable
Avenida de la Albufera que destroza las piernas después de tanta bajada. Allí
está Enrique, que me anima. Otros años nos veíamos en la meta.
Estoy llegando.
Estoy terminando otra San
Silvestre, cuarenta años después de correr la primera. Llevo a mi padre en el
corazón y todas las ediciones anteriores repartidas entre las piernas y la memoria.
Cada esquina es un recuerdo, cada pequeña mano extendida que golpeo es un
empujón hacia delante. Cada grito de ánimo y cada aplauso es un compás de mi
corazón.
Vuelven a mi memoria un torrente
de recuerdos, de otros corredores que antes estaban a mi lado en estos metros
finales, cuando llegábamos al estadio de Vallecas y veíamos los focos iluminando
el césped. Ahora, subiendo los últimos metros, trato de apretar el ritmo al
máximo. Mi memoria revive una conversación con los doctores Manuel Villanueva y
Álvaro Iborra hace algo más de dos años: volverás a correr. No tanto ni tan
deprisa como la hacías antes, pero volverás a correr.
Cruzo la meta. He vuelto a correr.
Estoy extremadamente feliz.
Nota. El tiempo en la meta fue dos
veces el tiempo en el kilómetro 5 más… 58’’. Estoy mejorando.