domingo, 24 de octubre de 2010

HERE COMES THE SUN



La mejor hora para entrenar en el verano es el amanecer. Es un poco duro el despertar, pero compensa. La primera hora del día es la más fresca. Por mucho que esperes a la caída de la tarde el calor se mantiene.
Muchos días de verano a lo largo de estos últimos años me he levantado entre las tinieblas de la noche y con mucho cuidadito de no despertar a nadie, como un furtivo, he salido de casa a correr. Uno de mis recorridos habituales era salir en dirección hacia la carretera de El Espinar, entre las calles iluminadas de las Hervencias, todavía de noche, de manera que al llegar al camino que va hacia Bernuy (el carril bici) me recibía la primera claridad del día. Todavía quedaba un rato para que el Sol pudiera levantarse por encima del horizonte que establecen las montañas de la Sierra de Ojos Albos, así que muchas mañanas le echaba una carrera a ver quién llegaba antes al vértice geodésico. Otros días el primer rayo ya me daba en la espalda, de regreso a casa, proporcionándome la compañía habitual de mi sombra, más alargada que nunca, estirándose varios metros por delante de mis pasos. En alguna ocasión, pocas, me cruzaba con otro corredor (qué gente más rara).
De vuelta al mundeo civilizado, la ciudad ya está en movimiento. Me cruzo con la gente que entra a trabajar a las ocho. Me queda poco tiempo para llegar, ducharme, desayunar y salir pitando a la oficina, pero ya he entrenado. El día empieza de otra manera.

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