lunes, 18 de octubre de 2010

LA MILLA DE ORO

Días atrás se ha celebrado la Milla de Ávila. Una más de entre las decenas que se disputan por toda la geografía española y que sirven para completar los ingresos de los mediofondistas (y de algún “arrimao”), afortunados atletas que has visto cómo su especialidad se acerca al público mediante este tipo de pruebas. Y me pregunto yo, ¿Por qué una milla y no otro tipo de competición? ¿Es que dentro del atletismo solo el medio fondo resulta atractivo al público? Yo creo que no. En una jornada de aproximación del atletismo al gran público, celebrando la competición en la calle o en la plaza, cabrían muchas más especialidades. De acuerdo, el martillo no. Pero ¿el peso? Vale, la longitud tampoco. No se trata de hacer un foso en mitad de la Calle Mayor, pero ¿La altura? ¿La pértiga? Cuando se ve a un saltador desde el mismo suelo que pisa elevarse por encima de un listón a más de dos metros (¡no hace falta llegar a 2,40!) te das cuenta de la magnitud del logro. Cuando ves desde el suelo a un pertiguista superar los 5 metros, te da un escalofrío ver la caída. ¿Qué decir de la velocidad? ¿Ver correr 100 metros en 10’’50 por delante de tus narices? Un espectáculo. ¿Y si le añadimos unas vallas? Lo mismo.
Y sin embargo el atletismo que se enseña al público en su localidad es… la milla. No el 1.500. La milla. ¿Es que no se puede hacer algo diferente?
La organización de una milla precisa del contacto con los agentes de los atletas. Tanto dinero, tantos atletas. O mejor dicho, tantos atletas de élite. Traer a un campeón de Europa como Arturo Casado no es barato. Traer a dos medallistas de bronce del europeo, Olmedo y Blanco, tampoco. Suma y sigue.
Y me vuelvo a preguntar… Tanto dinero en organizar una prueba ¿Compensa? Si pregunto a quien organiza seguro que me contesta que es una forma de acercar a los atletas de élite al público, que los chavales se encuentren con sus ídolos, que les firmen un autógrafo, que se hagan una foto con ellos … (con ellos … y con los políticos, añado yo). El montante de la operación no es pequeño. Pongamos entre 20.000 y 40.000 euros, según la cantidad y calidad de los atletas. Esa suma de dinero, según mi forma de entender el deporte, deberían ser el sobrante del destinado a cubrir las necesidades deportivas de la población del lugar y de sus clubes. Y no me estoy refiriendo solo al atletismo. Yo entiendo que el primer dinero debe dedicarse a la promoción, a sacar deportistas, a fomentar el deporte entre la gente joven, a darles alternativas a pasarse las tardes pegados a una valla hasta que alguien acerca unas litronas y después unos canutos.
Y después a pagar a entrenadores que les enseñen y les cuiden y les eduquen en valores deportivos.
Y si aún queda algo, a mantener, a mejorar y a construir nuevas instalaciones, que falta hace.
Y si sobran pasta, a organizar competiciones deportivas para toda la gente del lugar. Y no me refiero solo a carreras. Me refiero a campeonatos de lo que sea para que al personal se le pase la vergüenza de ponerse en pantalón corto y tirar a canasta, dar raquetazos o jugar al polo (si tiene caballo).
Y por último, si ya están cubiertas y recubiertas estas necesidades básicas de la población (porque el deporte debería ser entendido como una necesidad básica, igual que la educación o la atención sanitaria), entonces adornamos un fin de fiesta trayendo a los mejores a correr (o a jugar al squash) a nuestra ciudad. Y nos hacemos todos, todas las fotos que haga falta y podemos decir bien alto que nuestra ciudad apuesta por el deporte.
Pero en este país solemos saltarnos todo el trabajo de en medio y nos vamos directamente al final.

1 comentario:

  1. Buenísima reflexión Angel, con la que estoy totalmente de acuerdo. La foto, la maldita foto... Mira que nos cuesta a todos. ;-)

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