viernes, 1 de abril de 2011

CORTOCIRCUITOS: VALENCIA. EL TURIA


Hay ocasiones que una tragedia se convierte, años después, en una oportunidad.

El 14 de octubre de 1957 Valencia sufrió “La gran riada” que afectó a gran parte de la ciudad provocando enormes daños. Como consecuencia de la misma, se decidió modificar el cauce del rio en lo que se llamó el Plan Sur, mediante el diseño de un nuevo trazado que diera salida, por el sur de la ciudad, a las aguas. Como cosa curiosa, parte de las obras se sufragaron a través de la recaudación de 25 céntimos de peseta sobre todos los envíos postales que salieran desde Valencia. Es decir, el céntimo sanitario (aplicado a otros menesteres) ya se inventó hace décadas.

Pues bien. Son las 8:30 de la mañana , estoy en Valencia y me voy a correr. ¿Dónde? Al Turia. Aquél antiguo cauce al que se privó del baño de las aguas, se da a diario otro baño, esta vez de multitudes, que lo usan para pasear, montar en bici, correr o tomar el sol. Un breve callejeo entre torres de pisos y de pronto se entra en un oasis. Accedo al parque urbano por la zona más cercana al mar, allí donde Calatrava ha dejado aparcadas unas cuantas naves espaciales. Enfilo hacia la cabecera del rio. Chopos, aligustres, bungavillas, pinos y ficus.

Mucha gente en bici con pinta de ir al trabajo o a la Universidad. El diseño de las diferentes zonas del jardín da un papel relevante al agua. Fuentes y acequias contribuyen al frescor. La primavera ha llegado a pesar de ser primeros de marzo. Naranjos, jacarandás, tipuanas y grevilleas adornan con diferentes colores el entorno. Las instalaciones deportivas se suceden, campos de futbol, de beisbol y de rugby. Un carril bici marca cada hectómetro. Almeces, catalpas, ciruelos, fresnos y acacias.

El parque es un jardín botánico. Innumerables especies con algunos ejemplares de porte muy notable a pesar de no sobrepasar los 50 años de edad. Las plantas tienen muchos meses para crecer en este clima suave y húmedo. Llevo media hora corriendo y debería ir dando la vuelta, pero me resisto a no ir un poco más allá. Una pista de atletismo y un campo de hockey hierba, ambos llenos de gente entrenando, me provoca una punzada de envidia. Pinos carrascos y piñoneros, alcornoques y robles, madroños, algarrobos, olivos, sauces, tarays y adelfas.

Puente del nueve de octubre. Treinta y siete minutos. Me doy la vuelta. No sé cuánto me dejo sin explorar. No me importa. Así tendré excusa para la próxima vez que venga. Me toca volver deprisa. Cambio de lado para no dejarme detalle atrás. Me cruzo con dos corredoras africanas haciendo series bajo un pinar. Han elegido bien la ciudad. Encinas, árbol del amor, jaboneros de China, pino laricio, tilos y moreras, mimosas, palmitos y pino canario.

Ciclistas, paseantes, corredores, barrenderos y jardineros. Unos metros por debajo del bullicio, entre árboles, en un vergel en pleno corazón de la ciudad. Cada cual a lo suyo.

Llego al hotel y tras la ducha nos vamos a desayunar.

Las once de la mañana.

Estamos sentados en una terraza al sol.

Un zumo de naranja, una tostada de pan con aceite y jamón.

El paraíso existe y está cerca de nosotros.


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