jueves, 7 de julio de 2011

BOLO DE VERANO




Solo me adelantó un corredor en toda la carrera.
Un solo corredor en los 10.000 metros.
Uno solo.
Bolo de verano playero: Carrera d’estiu de Bellreguard.
Las diez de la mañana. Hace calor. Mucho calor. La salida está muy próxima al paseo marítimo de Bellreguard. Mucha gente. Unos 540 corredores, según la organización, que tenía 500 dorsales y ha tenido “inventarse” otros 40 para satisfacer la demanda. La salida está muy bien organizada por la propia estimación de los corredores: “este me gana, le dejo que salga delante. A este le gano, me pongo delante”, un principio envidiable que debería ser regla común en todas las salidas y evitaría más de un choque entre “vehículos lentos y rápidos”, más de un accidente y más de un juramento en arameo acompañado de adjetivo calificativo.
De salida se forma un grupo de unos 30 corredores que en seguida marcan distancias. Me quedo solo en el primer kilómetro de carrera. Solo y a unos cuarenta metros del corredor que me precede. Por detrás no viene nadie. Primera vuelta. Hace calor. Me caen las gotas de sudor por todo el cuerpo. No quiero forzar mucho, no sea que reviente en los kilómetros finales. La carrera está muy bien señalizada. No hay posibilidad de equivocación. Los cruces están vigilados por voluntarios y te indican el giro a tomar. Los kilómetros están marcados, pero no son muy fiables según veo los parciales en el crono.
Hay una ducha en el recorrido. Me empapo. Se agradece. A los 200 metros se pasa el fresquito del agua, pero algo es algo. La gente del lugar anima y vamos avanzando. Como diría aquél famoso locutor de televisión española que nos ilustró tantas tardes de Tour de Francia “Los corredores se acercan con cada pedalada a la meta”. ¡Menos mal que se acercaban a la meta! Lo mismo hacemos nosotros. Cada zancada nos acerca a la meta. Paso el ecuador de la carrera en 18’ 45’’ y empiezo a atrapar corredores. Al de la camiseta roja le alcanzo pronto. El de amarillo me va costando más pero le araño distancia metro a metro. Busco la siguiente referencia. No me doy cuenta pero ralentizo el ritmo. El crono después me retratará en los parciales. Perdí mucho. Doy alcance a otro corredor más y me fijo en el siguiente. A estas alturas voy el 23º. Kilómetro 8 y pico. Oigo ruido por detrás. Miro y veo “bulto”. Más que el que he ido dejando. En el 9 se me juntan dos corredores. Uno joven y otro de mi categoría. Lo sé seguro porque según me alcanza no para de radiografiarme. “Este pollo me está datando”, me digo para mis adentros. Sigo a lo mío. En las curvas el pollo y su acompañante recortan subiéndose por la acera. No oculto que me fastidia y les lanzo un par de miradas de odio que no llegan a destino: rebotan en el cristal de mis gafas de sol. Otra curva y otro recorte. Mis principios me impiden hacer lo mismo y me toca recuperar un tres o cuatro metros por curva. Me mosqueo y decido ponerme a su rueda. Faltan 600 metros y el jovencito se queda. Quedamos el pollo y yo y el tio no para de apretar. Me pego a él (salvo en las curvas). A estas alturas queda claro que nos vamos a disputar un puesto del pódium de la categoría porque si no, no entendería tanto interés en dejarme atrás. 400 metros a meta. El pollo ya vuela más que corre y yo empiezo a pensar que “me cago en diez”. A 100 metros de la meta renuncio a la pelea. Es una decisión instantánea. No esprinto. No peleo. Llego a meta el 24. Mi rival me saluda y me dice algo en valenciano. Tal vez “buena carrera” o algo así. Yo le felicito, pero me queda dentro un “en las curvas no se recorta” que me durará hasta pasada la paella de “La parrilla de Juan” al mediodía. Incluso un poco más porque en la merienda noto que se me viene a la boca un regusto como de "recorte de curva con ajo" que me altera. Miro en la clasificación que el pollo ha sido tercero y yo cuarto de los veteranos B. Entonces me reprocho no haber esprintado como es debido.
Solo me ha adelantado un corredor en toda la carrera.
Y me empujó fuera del pódium.

No hay comentarios:

Publicar un comentario