miércoles, 29 de febrero de 2012

EFECTOS SECUNDARIOS/1



- Hola Ángel. ¿Qué tal estás? Te encuentro más gordito. (Versión cariñosa).
- Hola Ángel. ¿Qué tal estás? Estás más gordo. (Versión chúpate esa).
Dejar de correr tiene sus efectos secundarios. No todos negativos. Alguno positivo debe haber. Por el contrario existen unos cuantos que no acaban de resultar del todo agradables.
El peso.
Tampoco es que me encuentre en un combate sin cuartel contra la báscula, pero no puedo ocultar que me molesta su comportamiento. En efecto, cuando me subo a ella, un cierto sentimiento de temor sustituye a la satisfacción de antaño, cuando el resultado arrojado era, por lo general, un valor conocido, controlado, ajustado exactamente a los parámetros de toda la vida. Ahora no. Ahora la báscula no me respeta. Incluso observo con cierta desazón esa sonrisita que dibuja la aguja, curvando su extremo superior para arañar unas decenas más. Maldita vengativa.
No solo es la báscula, también compruebo con temor como el cinturón se va estrechando. El abdomen… ¿presenta una cierta concavidad? ¿Era así hace unos meses? Le miro con desconfianza, sin acabar por determinar si esa era la silueta de entonces o estoy cambiando de forma.
Y lo peor no es eso.
Lo peor es lo que ocurre en casa de mis padres. Durante años, muchos años, casi todos los años de mi vida mi madre me asaltaba por el pasillo y con voz de profunda desesperación (siempre ha sido una gran actriz) me decía:
- ¡Ay, Angel! ¡Pero qué delgadito estás!
Y después…
- Pero… ¿Tú comes bien? … ¿Dónde lo echas?...
No. Ahora no. Desde hace unos meses mi madre no me dice nada. Y eso solo quiere decir una cosa… Una cosa grave ...
… Malo…

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