jueves, 30 de diciembre de 2010

SAN SILVESTRE VALLECANA 2010... ENTRANDO EN AGUJAS...


Poco más de 24 horas. Mañana volveré a la San Silvestre Vallecana Internacional. Mi prueba favorita. He corrido distancias desde 800 metros hasta el marathón. He participado en competiciones en pista, cross, en ruta y en montaña. En España y en el extranjero. De día, por la tarde y por la noche. En verano y en invierno. De todas las competiciones en las que he participado, esta es mi prueba favorita. Y toca mañana. Volveré a los aledaños del Santiago Bernabeu hacia las 19:00, todavía alterado por la huella de la carrera popular, en la que este año participarán 35.000 corredores. Vallas, bolsas, ropa, mucha ropa… con cientos de personas recogiendo y limpiando mientras otros seiscientos o setecientos corredores merodeamos hasta que de la hora de comenzar a calentar. Será de noche ya. Bajo la luz mortecina de las farolas y sobre el asfalto mojado por las máquinas limpiadoras o por la lluvia (este año el pronostico vuelve a proponer una carrera pasada por agua) haremos el último ajuste del cuerpo antes de someterlo a la prueba de 10 kilómetros a tope. Y esta vez es a tope de verdad. Esta es, quizá, la única carrera en la que doy más allá del 100%. Sentiré un cosquilleo en la salida. No son nervios. Hace tiempo que no me pongo nervioso por correr. Más bien es… emoción. Desde el primer metro compito sin reservas. Solo la experiencia de muchos años me permite saber que esa sensación de esfuerzo extremo que siento al terminar la primera cuesta de medio kilómetro, es soportable. Esa sensación de estar corriendo a un ritmo por encima de lo razonable no es más que la prudencia que el cerebro pretende imponer al cuerpo. “Reserva para luego”, resuena en la cabeza. “Guarda para la cuesta”, insiste. Pero no. En esta carrera no. No hay reservas. Aquí se da todo. Ya veremos qué ocurre en el Puente Vallecas. Allí, ocho kilómetros más allá de la salida, cuando la fatiga ya se acumula en los músculos, cuando los pulmones trabajan como los pistones de una locomotora, con el corazón impulsando oxígeno como una bomba a tope de revoluciones, allí está lo peor y lo mejor de la carrera. Lo peor porque el cuerpo va al límite y aún se le exige más. Lo mejor porque, a pesar de que los primeros ya han pasado hace muchos minutos, la gente sigue haciendo pasillo a los corredores y animando y gritando y saludando, dando ánimos, sabedores de que esas palabras son las que permiten al corredor dar todavía un poco más, ese poco más que el cerebro quiere guardar, pero el espíritu de la competición obliga a dar. Y así, tras una última y agónica cuesta, entraremos en el estadio de futbol de Vallecas, convertido, una vez al año, en el templo del atletismo. Una entrada bajo los focos, bajo los aplausos y con el reconocimiento de quien se da cita en las gradas del estadio. Y tras un último sprint, una mirada a ese cronómetro que impasible, inalterable, pero siempre justo, determinará la medida de tu esfuerzo.

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