jueves, 15 de marzo de 2012

CAMPEONATO DEL MUNDO DE ATLETISMO ESTAMBUL 2012


El fin de semana pasado se celebró el Campeonato del Mundo de Atletismo de Pista Cubierta. No me hizo falta mirar la programación de televisión. Tenía la certeza de que no se retransmitiría. Y así fue.
No obstante, mis rudimentos en Internet me permitieron acceder a una retransmisión en directo de la televisión turca (glup) y realizar un experimento consistente en dar respuesta a esta pregunta ¿Es atractiva una retransmisión por televisión de un gran campeonato de atletismo para el gran público?
A la búsqueda de una respuesta a un enigma de tanta trascendencia para la humanidad planetaria, nos sentamos mi espíritu crítico y yo delante del ordenador con unas mirindas y unas avellanas cordobesas -que diría mi cuñado, que es de por esa zona- a pasar la tarde (o un rato de ella).
Como ya os he dicho, el enlace era con la televisión turca, esto es, los comentarios estaban en perfecto turco, que no es una de las lenguas en las que me encuentre especialmente fluido. Dicho en otras palabras, nos quedamos con las imágenes, porque al lenguaraz comentarista no le cogíamos bien el acento.
Nada más conectar, asistimos a la ceremonia de premiación (pomposo nombre equivalente a la entrega de medallas) de no recuerdo qué. Medallas, besos, abrazos, lágrimas e himno. Cinco minutos entre que subo al podium, sube la bandera, doy la mano, me bajo del podium, me hago una foto, muerdo la medalla, me hago otra foto etc. Ya sabéis.
Mi espíritu crítico, que a estas alturas ya se había comido tres cuartas partes de las avellanas me miró de reojo con una sonrisita irónica.
            - Qué tostoncito, ¿no? Empezamos a tope.
Yo callado.
Salida de la final del 400. “Aquí te empato, chulin”, pienso para mí.
Presentación de los atletas -por cierto, no conozco a ninguno de los finalistas- sonrisas, gestos, la tontería de los deditos así o asao. Ya sabéis.
A sus puestos… listos… pum. Salida nula.
Mi espíritu crítico me mira sin disimulo con aires de superioridad. Se señala el reloj. Esta vez sin palabras porque las avellanas le llenan ambos carrillos, la traquea y el esófago. Llevamos ocho minutos y solo hemos visto dos nulos de altura.
Por fin salen los del 400. Carrera sosita, marca discreta, como diría José Luís González en su época de comentarista de televisión. Pelín tostón.
Pasamos a la siguiente prueba. El 1500 masculino. Una de las más atractivas del atletismo.
Ahora sí voy a darle a este con el plato de avellanas –ya vacío- en la cabeza. Me arrellano en el asiento a disfrutar por fin, … pero …¡oh!,…otra ceremonia de premiación. Más medallas, más besos, más abrazos, más banderas, más de todo lo de siempre… otros cinco minutos.
El fantasma crítico ya no tiene reparos en palmotearme la espalda como consolándome:
-          ¿Seguimos? Yo me aburro. ¿Puedo traer unas aceitunitas para hacer más sabrosa la tardecita que me estás dando?
No le contesto. Me limito a asentir con la cabeza para darle tiempo y que se tranquilice un poco.
Presentan a los corredores del 1500. Un representante español: Abad. Hay que estar al día de lo que es el 1500 en nuestro país  para saber que es uno de los muchos valores jóvenes en ciernes. Pero no es González, ni Abascal, ni Cacho, ni Estévez, ni Casado,ni Olmedo, … A esos los conocía el gran público. A Abad todavía no.
Disparo de salida. Carrera tranquila a jugársela al sprint en 3:45. Gana un marroquí completamente desconocido y con los codos más afilados que el resto de competidores, seguido de un turco de origen africano, completamente desconocido  y un etíope… completamente desconocido. Detrás los demás, completamente desconocidos. Abad octavo, fuera de la lucha a falta de quinientos metros.
Para colmo la televisión turca entrevista -en ingles- al turco-africano que se ha envuelto en la bandera –turca- jurando –en inglés- que ama a esa bandera y ama a ese país y ama a toda Turquía. Ganando un oro en un mundial en el mismísimo Estambul, puestos a amar, amará hasta Mehmed II, conquistador de Constantinopla.
Estoy perdido. De vez en cuando ponen algún salto de longitud, donde compite otro español, de origen cubano, sin llegar a los 8 metros (queda último de la final con 7.50 m). Antonio Corgos, hace más de 25 años peleaba por las medallas por encima de 8,20. Las medallas de la altura femenina de reparten en por debajo del 1,98  metros.
Cuando suena la fanfarria y aparecen los ganadores de otra prueba para otra entrega de medallas… me rindo definitivamente. Me llevo una aceituna a la boca y apago el ordenador. Mi espíritu crítico, victorioso, me guiña un ojo y se desvanece en un alarde chispeante y multicolor de pompitas con aroma de avellanas y trazas de aceituna. Qué majo.
Tal vez sea cierto que esto no le pueda interesar a nadie. Si el atletismo tiene que sobrevivir, debe ser atractivo para el gran público y estos campeonatos, seamos sinceros, no lo son. Un espectador con un mando a distancia y más de treinta canales a su disposición no puede estar escuchando siete veces el himno alemán o el francés o el de Estados Unidos.
Tiempos muertos en las salidas, preparaciones para los saltos, salidas nulas, saltos nulos, entro a la pista, salgo de la pista, presento atletas… al final tres cuartas partes del tiempo no pasa nada. Así es muy difícil competir por un espacio televisivo con otros deportes u otros programas más dinámicos.






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