viernes, 2 de abril de 2010

CRUCE DE TRAYECTORIAS

Era una mañana calurosa. Estaba de guardia así que tuve que salir a correr antes de lo normal. Estuve rodando por la presa de Fuentes Claras, mi circuito de las madrugadas de verano y ya enfilaba en camino de casa. Serían poco más de las 7:30. Bajaba la cuesta que da al puente de madera, junto a la estación depuradora de aguas. No había alcanzado el llano cuando en una aspiración noté que un bicho se me metía en la boca. Tal vez una décima de segundo antes la vi cruzarse por delante de mi cara, de derecha a izquierda. El caso es que justo en el preciso instante en que pasaba por mi boca, yo la atraje hacia el interior, no buscándola a ella, lógicamente, sino una bocanada de aire para mis piernas. Inmediatamente, tal cual entraba, ya estaba estrujando mi faringe para expulsarla. Y lo conseguí. Ahí estaba en el suelo, pataleando, aleteando y encogiendo el abdomen. Una abeja a la que le faltaba un trozo. El agujón, que en su paso de dentro hacia fuera había dejado clavado en mi campanilla. Según la miraba y la pisoteaba empezó a levantarse una marea de dolor en la garganta. Seguí corriendo, pero solo unos metros. Un minuto después el dolor se extendía desde la garganta hacia los oídos. Me entró un ataque de pánico. ¿Y si se me hincha tanto la garganta que me quedo sin respirar? ¿Sigo corriendo y llego antes a casa o me paro y no acelero el ritmo cardiaco? ¿Qué me está pasando? Notaba un dolor insoportable.
Ya dije antes que estaba de guardia y eso suponía llevar el móvil. Llamé a Mercedes para preguntarla qué hacía. Estaba en casa con los niños, Alberto entonces recién nacido. Me aconsejó volver andando mientras ella se me acercaba. Salió a mi encuentro con Alberto en brazos y me llevó al servicio de urgencias. Allí, nada más entrar y tras las explicaciones que les daba Mercedes - yo casi no podía hablar- me pincharon un jeringazo cuyo contenido, de vuelta a casa, me tuvo ocho horas seguidas durmiendo sin que me enterase de nada. Al despertarme el dolor y la inflamación habían desaparecido casi por completo. El susto no tanto.
Me salvé de una buena porque no soy alérgico a las picaduras de abejas o avispas. Si lo hubiera sido…
Las semanas siguientes fui depositario de multitud de historias relativas a aguijonazos de estos insectos: bebiendo de una lata de refresco, comiendo al aire libre, etc. Tantas historias que desde entonces, estoy bastante atento al vuelo de himenópteros a mí alrededor. No vaya a ser que alguno me quiera volver a explorar por dentro.

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