Estoy en el kilómetro
70. En el Hornillo. Justo enfrente de mí un par de colaboradores indican… “la
corta a la izquierda. La larga a la derecha”. Son las tres de la tarde. Media
hora justo antes del cierre del control por este punto. Llevo seis horas y
media de pedaleo.
Atrás han quedado las
localidades de Mombeltrán, Santa Cruz, San Esteban, Villarejo y Cuevas. El
barranco de las Cinco Villas. Setenta kilómetros y más de 2000 metros de
desnivel acumulado. Llevadera la subida al puerto de Pedro Bernardo, una
pendiente mantenida y una pista en buen estado. Muy dura la del Alto de la
Centenera. Conozco bien esta zona y sé lo que me esperaba. Además, unas bajadas demasiado técnicas para mis escasos
conocimientos… y la lluvia.
Todo eso queda a mis
espaldas.
Ahora es el momento de
decidir.
Corta … a la izquierda.
Llegar, ducharme, comer y compartir con el resto de ciclistas la carrera.
Reconocer el extraordinario trabajo de la organización y disfrutar en el
Castillo de Arenas de lo que queda de tarde. Una pocas agujetas, algo de dolor
de piernas y a casa.
Larga… a la derecha. 60
kilómetros más de pedaladas. Solo, porque nadie detrás de mí continuará y
porque los que decidieron seguir pasaron hace más de media hora.
En realidad no tengo
dudas. No las tuve en ningún momento de los setenta kilómetros anteriores en
los que el objetivo era llegar con el control abierto. Así que … la elección
está clara: derecha.
¿Por qué? Hay personas
que nos alimentamos de retos. Otras, en cambio, no los necesitan para nada.
¿Es una cuestión de reafirmación personal? No acabo de saberlo. Ni me alegra
someterme constantemente a cualquier tipo de desafíos, no solo deportivos,
también académicos o profesionales, ni envidio a los que no lo hacen. Somos como
somos y vivimos como creemos que debemos hacerlo, condimentando el día a día de
los elementos que nos pueden hacer más felices.
¿Feliz? Tampoco lo
estoy. Pero sé que eso es ahora. Cuando termine lo estaré.
Lo que estoy es
empapado, cansado y dolorido.
Tengo que bajarme de la bici otra vez. No me
compensa subir esta cuesta que se empina delante de mi a 5 km/h si andando lo
puedo hacer a la misma velocidad y con menos esfuerzo. Un 25% de pendiente a
estas alturas es un muro.
Llevo solo más una hora. No es que no haya visto a
nadie de la carrera. Es que no he visto a nadie. Afortunadamente la
señalización no ha dejado una sola posibilidad de error. Pero debo ir atento a
no pasarme ninguna flecha o una cinta.
Voy camino de
Candeleda. Aún me quedan 40 kilómetros. Hace tiempo dimensioné el esfuerzo
sobre algo que me resultara conocido: cada tres kilómetros cuenta como uno de
un maratón. Estoy en el 90, así que… más o menos en el 30. Recuerdo las
sensaciones en los maratones que he corrido. Pero sé que queda mucha carrera. Todavía
no es momento de pensar en la meta.
Llueve. Y hasta ahora
no me ha importado. A pesar de ir mojado, no hace frio y, además, no he sido
consciente de lo que podía significar que lloviera. Pero de pronto me doy
cuenta: la pista que lleva a Candeleda es un barrizal. Veo las roderas de los
que han pasado antes por aquí. Patinazos y cambios bruscos de dirección. El
barro hace más difícil avanzar. No hay un momento de descanso porque tengo que
pedalear hasta en las bajadas. La bici “se pega” al camino.
Por fin llego a
Candeleda. Me duelen terriblemente los brazos de la última bajada, larga,
deslizante, llena de “cortaderos” para desaguar el agua que no escurre ni
drena. Bailando sobre la bici. Varios patinazos. “Controla”. Me digo en alto varias veces. “Si te la pegas te quedas aquí “tirao” un buen rato”. “Atento a lo que
haces”.
Me quedan 20
kilómetros. Kilómetro 35 de un maratón. Sé lo que significa.
Caminos llanos y un
barro que sencillamente me impide avanzar. Tengo que parar en un par de
ocasiones a limpiar con un palo el desviador, los platos y la cadena.
Pero ya me da igual.
Solo pienso en llegar. Vine a hacer la ruta larga y ya no puedo hacer otra cosa
que llegar a Arenas de San Pedro sobre mi bici. No me he caído, no he tenido
averías y no he pinchado. Nunca había estado sobre una bici más de 70
kilómetros y llevo 120. Nunca había subido más de 870 metros de desnivel y he
subido y bajado tanto que lo he multiplicado por cuatro. Y, ¡Caramba! no soy ciclista.
“Sigue”
“Sigue” “Sigue”.
Subida a Poyales. Es de
asfalto. Podría hacerla a 12 o 14 km/h y, sin embargo, no alcanzo a subir a más
de 7 km/h. No me quedan piernas. Desde aquí casi todo será bajada.
Un coche de la
organización me indica el camino. Estoy llegando. De pronto veo Arenas y muy
poco después la torre del castillo. Última curva. 10 metros. 5 metros.
Y, por primera vez,
recibo el premio que se le brinda al último. Más de cien personas me aplauden y
me saludan. Han estado esperando al último corredor. Se lo agradezco. No saben
ellos cúanto.
Y ahora ya sí. Me bajo
de la bici. Me dan de comer y de beber. Me siento.
Lo he hecho.
Todavía no estoy para
disfrutarlo… eso queda para dentro de unos días o unas semanas.
No soy ciclista…Pero ¡Caramba! lo
he hecho.
Muy buena cronica del sufrimiento se tuvo ese dia. Te puedo asegurar que lo que sentiste tu, lo sentimos tambien lo que llegamos algo antes, no pasaban lo kilometros.
ResponderEliminarEnhorabuena!!
ResponderEliminarYa no puedes decir que no eres ciclista. Lo eres. Y de los grandes.
Enhorabuena por el reto conseguido
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