Enfrentar a corredores del Norte
contra corredores del Sur es una excusa tan válida para organizar una carrera
como cualquier otra. Mi barrio madrileño, al que sigo perteneciendo, tal vez sin
derecho y desde luego tampoco de hecho, está al este de la ciudad, lo que me
permite elegir bando según me guste más una camiseta u otra, cosa que también haría,
aunque viviera en Chamartín o en Villaverde.
La carrera se anunciaba como uno
de los mejores circuitos para correr en Madrid y desde luego lo es, pero … con
cuestas. Que el desnivel final sea de más de 100 metros de descenso no quita
para que entre medias, “te comas” unos cuantos repechos que, en mi caso, con
poco fuelle y menos fuerzas, me pasaron una más que abultada factura.
La salida, perfectamente
organizada por cajones en los que los corredores parece que ya hemos aprendido
a situarnos en función de nuestras expectativas (no todos, …aun te estrellas
con algún “armario” a los quinientos metros de salida de los que no han
terminado de hacer las cuentas de su tiempo en 10K).
Y allí estaba yo, en mitad de una
muchedumbre de más de 5000 corredores otra vez por las calles de Madrid, calle
Serrano abajo, tal vez por la que más veces he competido en mi vida, sin la
ambición de otras veces, pero probablemente con más ilusión y agradecimiento
que otras.
Volver a competir es un lujo que
hace tiempo estaba casi descartado. Volver A pisar el asfalto entre una
multitud de corredores. ¡Qué poco se valora cuando lo tienes a tus pies!¡Cuánto
tiempo pensado en recuperar aquellos momentos! Y, un buen día…, aquí estoy.
Uno nace de una determinada
manera. Acordaos de los guisantes de Mendel. Pura genética. Y luego, te vas
haciendo, como un bizcocho. Te vas modelando, se aprenden cosas, se viven
otras, se disfrutan, se sufren, ganas, pierdes, sueñas, aciertas, te equivocas,
hieres, te hieren… Y eres así. Y como eres así, haces las mismas cosas de la misma manera.
Siempre he corrido con toda mi
alma. A veces ha corrido más mi alma que todo mi cuerpo. Quizá ya no es momento
de hacerlo así. Tal vez debería aprender algo del pasado. Pero me cuesta. Y ¡ay!...
No me olvidé del crono. Ese endemoniado artilugio siempre tan constante, siempre
tan certero. Y pretendí correr contra el tiempo. Y ese tiempo, pequeño, esos
minutos y segundos que reflejan lo que tardé en correr de una línea a otra distanciadas
entre sí diez mil metros, reflejaba otro tiempo más grande, ese otro que pasa
día a día, mes a mes, estación a estación. Ese que marca todo lo que ha pasado
desde el día que tuve que parar de correr hasta ahora que vuelvo a hacerlo.
El reto es asumirlo. Y superarlo.
Y está conseguido: tanto asumido como superado. Y con un añadido: disfrutarlo
igual que antes.
Así que la Norte Sur fue una
fiesta que disfruté en la más íntima soledad entre miles de corredores, porque,
ahora resulta… ¡que ya no conozco a nadie! Pero esa es otra historia.
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