lunes, 2 de enero de 2023

SAN SILVESTRE VALLECANA 2022

 



La música retumba en las fachadas de la avenida Concha Espina. Globos gigantes de uno de los patrocinadores de la carrera vuelan por encina de las cabezas de los corredores. Las cámaras buscan gestos, saludos, disfraces. La euforia de los corredores se transforma en una cuenta atrás acompasada por miles de gargantas. Primeros pasos caminando, después un trote ligero hasta cruzar la línea de salida. Pongo el crono. Las costumbres no se pierden y una San Silvestre, ahora, no es una San Silvestre más. Es un regalo y sé muy bien lo que ha costado poder quitarle el lazo y desenvolverlo una vez más, así que no estoy aquí solo para correr. Estoy, además, para absorber hasta la última sensación que puedan captar mis sentidos.

Comienza la cuesta. Territorio conocido. En otras épocas llegaba arriba con los pulmones y el corazón a punto de estallar, sabiendo que después, una larga cuesta abajo, todo Serrano adelante, me permitiría recuperar un ritmo cardiaco asumible. Pero ahora llego con margen. No puedo correr deprisa. Hay demasiada gente, todos los que han acreditado mejor marca que yo más otros cuantos cientos que se meten de cualquier manera desde las aceras a partir de este momento.

Solo a partir del kilómetro 3 comienzo a correr a gusto. Sigo rodeado de corredores, pero, poco a poco, se van abriendo huecos para adelantar con más facilidad.

Las calles están completamente llenas de gente: Serrano, la Puerta de Alcalá, Cibeles, el Paseo del Prado… multitud de personas que detienen por un momento su paseo o sus compras y animan la carrera.

Me acerco al kilómetro 5. Necesito ver el tiempo que llevo. A lo largo de todas las ediciones anteriores que he corrido y ya son muchas, mi marca en meta ha sido dos veces la del kilómetro 5 más un minuto. una fórmula que siempre se ha cumplido, tanto antes, cuando corría deprisa, como ahora que ya no lo hago tanto (podría poner despacio, directamente, pero prefiero dejar margen al futuro). ¿Me importa mucho el tiempo que haga? … No, mucho, mucho, no. Bastante, sí, porque uno, al fin y al cabo, tiene su corazón de atleta.

 Más que ver, imagino en el cronómetro unos números que me sorprenden. Mi viejo reloj no se apiada de mi vista y esconde un borroso mensaje en sus dígitos: vas muy bien. También puede ser que ese 2 sea un 3 y entonces no vaya tan deprisa como pudiera pensar. Lo cierto es que me da igual: voy todo lo rápido que puedo, que, sin ser mucho, es bastante. Es el mismo bastante que el bastante de la marca, para entendernos.

En Atocha siempre pasan cosas. Un grupo de percusión de deja el alma por ayudar a los corredores ¿Terminaran los tambores enteros al final de la última oleada de corredores? Los viajeros que van a coger el tren y se encuentran con una desbandada de ñus, como en el mejor documental de La2, ven con horror cómo el tiempo pasa y no hay forma de cruzar de un lado a otro esta marea de corredores. No creo que imaginen la envergadura de lo que viene por detrás. Siempre hay un momento en el que alguno de ellos ve una oportunidad y, arrastrando la maleta, se lanza a la corriente. ¡Ay!

La Avenida Ciudad de Barcelona permite aprovechar los últimos metros cuesta abajo. Se adivina el Puente de Vallecas cada vez más cerca y, bajo él, el sonido de otro grupo de música que, atronador, impulsa a los corredores a la parte más dura: una interminable Avenida de la Albufera que destroza las piernas después de tanta bajada. Allí está Enrique, que me anima. Otros años nos veíamos en la meta.

Estoy llegando.

Estoy terminando otra San Silvestre, cuarenta años después de correr la primera. Llevo a mi padre en el corazón y todas las ediciones anteriores repartidas entre las piernas y la memoria. Cada esquina es un recuerdo, cada pequeña mano extendida que golpeo es un empujón hacia delante. Cada grito de ánimo y cada aplauso es un compás de mi corazón.

Vuelven a mi memoria un torrente de recuerdos, de otros corredores que antes estaban a mi lado en estos metros finales, cuando llegábamos al estadio de Vallecas y veíamos los focos iluminando el césped. Ahora, subiendo los últimos metros, trato de apretar el ritmo al máximo. Mi memoria revive una conversación con los doctores Manuel Villanueva y Álvaro Iborra hace algo más de dos años: volverás a correr. No tanto ni tan deprisa como la hacías antes, pero volverás a correr.

Cruzo la meta. He vuelto a correr. Estoy extremadamente feliz.

Nota. El tiempo en la meta fue dos veces el tiempo en el kilómetro 5 más…  58’’. Estoy mejorando.


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