sábado, 30 de diciembre de 2017

ENTRENADOR



Creo que ha llegado el momento.

Hace unos meses tomé una decisión: no volvería a correr hasta que  remitiesen todos los dolores de mi cuerpo. Después de tantos años entrenando con molestias, ahora en las rodillas, ahora en los pies,… llegó un momento en que me planteé no seguir forzando la máquina.

Tengo la certeza absoluta de que volveré a correr, porque lo he hecho siempre y las lesiones que me apartan ahora de la carrera no son terriblemente graves. Tengo la seguridad de que volveré.

Pero entre medias siento que ha llegado el momento de ayudar a otros corredores. Además de seguir corriendo… cuando pueda.

No me atrevo a llamarme entrenador. Sé que es solo una etiqueta, una identificación. Solo si sirve para entendernos, entonces me vale.

Quiero ayudar a otros corredores igual que mis entrenadores me ayudaron a mí.

Voy a resumir brevemente mi filosofía del entrenamiento, mis principios. Decía Groucho Marx: “estos son mis principios, si no le gustan… tengo otros”. Pues bien, yo solo tengo estos.

Entiendo el deporte en general y el atletismo en particular como una parte más de la formación de las personas a todos los niveles, no solo el físico, sino también a nivel emocional y social, un enriquecimiento integral de la persona.

Entiendo el atletismo como una manera personal de proponerse retos y tratar de alcanzarlos, pero desde la más absoluta limpieza, sin trampas, sin atajos. Nunca he entendido el dopaje en el deporte aficionado, tampoco en el profesional, aunque ahí hay personas alrededor del deportista que se encargan de confundirlo. Nunca he comprendido a quienes atajan en las carreras ni a los que cierran premeditadamente el paso a otros corredores. Corro para alcanzar mis objetivos, mi satisfacción personal, pero compito con otras personas que buscan lo mismo. Hagámoslo juntos, sin perjudicarnos.

Entiendo el atletismo como una ilusión, no como una obsesión. Son dos conceptos diferentes, pero tienen  una frontera común que no debe traspasarse. Hay que mantener la ilusión por conseguir un objetivo, una marca, una clasificación, un campeonato…. Pero no hay que cruzar la línea y obsesionarse con ello. Ahí comienza el peligro. El riesgo de lesiones, de decepciones y de abandono.

Hay que entrenar en función de objetivos. Hay que plantearse objetivos realistas, adaptar un entrenamiento a ese objetivo y tratar de cumplirlo. Y cada atleta decide. No es lo mismo entrenar para bajar de 35’ en 10 km, que para bajar de 40’ o de 50’. El entrenamiento es diferente. La exigencia es diferente. El atleta debe decidir cuánto está dispuesto a dar a cambio de conseguir ese objetivo. Y si hay que entrenar duro, se entrena duro. Pero si no hace falta entrenar duro, entonces se guardan fuerzas, se evitan desgastes, se conservan energías. En definitiva: se cuida el cuerpo para que nos dure más.

El entrenamiento no solo es el medio para alcanzar el objetivo. Salimos a correr porque nos gusta correr. Así que hay que salir a entrenar para disfrutar de ese rato diario de carrera. Esto es muy importante entenderlo, porque si nos gusta correr, entrenamos casi todos los días del año, pero solo se compite unos pocos. Así que hay que sumarlo todo, la ilusión por alcanzar un objetivo con la satisfacción de entrenar día a día, sin que lo primero acabe con lo segundo.
Antes de que haya empezado siquiera a entrenar a nadie ya alguien ha dicho que voy a ser un entrenador flojo.

Bien. Me gusta. Si por flojo se entiende que voy a cuidar a mis atletas, que no les voy a machacar, que voy procurar evitarles lesiones, que no voy a forzarles hasta límites que no tienen sentido… entonces, sí, soy flojo. Serán los propios corredores los que me dirán cuáles son sus límites, hasta donde están dispuestos a llegar para lograr los objetivos.

Hay quien piensa que entrenar de la misma manera que entrenan los atletas profesionales les va a llevar a conseguir sus mismos, o parecidos, resultados. ¡Ojalá fuera así de sencillo! El entrenamiento es un largo proceso en el que el cuerpo va adquiriendo destreza, aprendizaje, habilidad, conocimiento… y ese conjunto de cualidades es lo que nos permite alcanzar nuestros objetivos. No hay atajos.

Todo el cuerpo corre. Cuando entrenamos, focalizamos casi toda nuestra atención en las piernas, en la idea de que son estas las que corren. Y no es así. Toda la musculatura, todo el esqueleto, todos nuestros sistemas están implicados en la carrera. Cualquier disfunción se traslada al conjunto. Somos una máquina perfectamente diseñada para que actúe en armonía y así hay que entrenarla, alimentarla, hacerla descansar y pasar sus revisiones.

Y hay que saber correr. Con demasiada frecuencia nos lanzamos a una actividad sin saber exactamente cómo hacerlo. Correr es lo más natural para los seres humanos, cada uno de nosotros sabemos hacerlo y lo ponemos en práctica de una forma personal, pero eso no significa que lo hagamos bien, con economía de carrera, con un estilo que nos permita minimizar el esfuerzo y maximizar el rendimiento.

Pues bien, aquí estoy. Si puedo aportar algo podemos intentarlo juntos. No soy un experto en la materia. No pretendo ir de listo. Pero creo que después de tantos años en el mundo del atletismo, he aprendido lo suficiente como para tratar de ayudar, tanto a los que empiezan desde coero como a los que llevan ya tiempo corriendo.

Unas cuestiones prácticas.

Si te animas, basta con que me envíes un mensaje por correo electrónico y yo me podré en contacto contigo.


Ve pensando en tus objetivos, es la base de la planificación. El objetivo puede ser sencillamente empezar a correr sin más pretensiones que las de iniciarse en esta actividad y de ahí para arriba, lo que te plantees.

Yo elaboraré un plan e iremos hablando a medida que lo realizas. Tendremos que buscar momentos para, juntos, desarrollar sesiones de técnica, de estiramientos, fortalecimiento, etc, pero eso lo iremos hablando.

martes, 5 de diciembre de 2017

EN EL CAMINO

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"ENCINAS Y ESPLIEGO". 2010 ACUARELA DE ANTÓN HURTADO

Brilla el Sol, pero no calienta.
La luz es intensa. Aún queda nieve, casi hielo y la luz es intensa.
Camino concentrado en el ruido de mis pasos, un crujir seco y áspero, rítmico, acompasado con una nubecilla de vaho que sale de mi boca a cada respiración.
Así era también corriendo.
Y basta este fugaz recuerdo para que saque las manos de los bolsillos y sume los brazos al compás de mis piernas y de mis pulmones.
Entonces, casi sin querer, incremento el ritmo. Los brazos, las piernas, los pulmones.
Ahora también siento los latidos.
Así era también corriendo.
Y entonces me obligo a mirar al frente. Allí, a lo lejos, están las montañas. Desde donde estoy puedo ver el camino que recorre los campos hasta acercarse a sus pies, donde se pierde.
Conozco cada tramo, cada recta, cada curva, cada rampa. Los árboles, los cultivos. Reconocería los animales si volviera a cruzarme con ellos. Como aquél lobo. Salió por mi izquierda, a unas decenas de metros y cruzó mi camino al trote sin apartar los ojos de mí, desconfiado, desafiante, hasta desaparecer en el bosquecillo de encinas, no lejos de donde estoy ahora. O aquél jabalí enorme que salió corriendo temiendo de mí, sin detenerse a pensar quién hubiera ganado en una eventual disputa. O las vacas, siempre presentes, las urracas, esperando al último instante para levantar el vuelo escasos metros a mi paso…y las hormigas a las que observaba y con las que me entretenía en las fugaces recuperaciones entre series.
Cruzo un montón de piedras situado al borde del camino. Nadie sabe qué significa. Yo lo puse ahí hace más de veinticinco años ya. Una marca. Una señal. Desde la encina de la entrada  hasta aquí, las series largas. Un día medí la distancia con la bici. Mis series largas no lo eran tanto. Aquellos registros no eran tan buenos. Lo cierto es que nunca me importó.
Llego a la piedra de la curva. Cerca de allí fue donde cayó el rayo. Nunca pasé más miedo corriendo. Todavía queda un rastro en la encina sobre la que descargó. Recuerdo el dolor de oídos y el miedo que me llevó de regreso al coche. El granizo golpeándome en la cabeza, en las manos.
Me siento sobre la piedra.
Así era también corriendo.
Había días en los que no tenía muchas ganas de seguir y esta piedra era el lugar. Una parada y una reflexión. ¿Sigo? ¿Vuelvo? Las más de las veces, esa ridícula obligación de terminar el entrenamiento me forzaba a continuar. Entonces no sabía entender que mi cuerpo me hablaba. Dame un descanso .Para. Vuelve.
Casi nunca entendí el significado de esas palabras casi suplicantes de mi propio organismo.
Hoy sí. Regreso por el mismo camino. Al girar contemplo la otra mitad del paisaje. Aquella parte recorrida de vuelta, sabiendo que el final estaba cercano, que el entrenamiento concluía en veinte, diez, cinco minutos. La encina torcida, el estrechamiento, el montón del dos, la bifurcación, la rodera…
Todo está en su sitio. Entonces me invade una sensación que trato de evitar.
Todo está en su sitio. Todo continúa igual. Ni las piedras, ni los árboles ni los animales encuentran diferencia alguna. Solo yo sé qué falta.

Solo falto yo.