"ENCINAS Y ESPLIEGO". 2010 ACUARELA DE ANTÓN HURTADO |
Brilla el Sol, pero no calienta.
La luz es intensa. Aún queda
nieve, casi hielo y la luz es intensa.
Camino concentrado en el ruido de
mis pasos, un crujir seco y áspero, rítmico, acompasado con una nubecilla de
vaho que sale de mi boca a cada respiración.
Así era también corriendo.
Y basta este fugaz recuerdo para
que saque las manos de los bolsillos y sume los brazos al compás de mis piernas
y de mis pulmones.
Entonces, casi sin querer,
incremento el ritmo. Los brazos, las piernas, los pulmones.
Ahora también siento los latidos.
Así era también corriendo.
Y entonces me obligo a mirar al
frente. Allí, a lo lejos, están las montañas. Desde donde estoy puedo ver el
camino que recorre los campos hasta acercarse a sus pies, donde se pierde.
Conozco cada tramo, cada recta,
cada curva, cada rampa. Los árboles, los cultivos. Reconocería los animales si
volviera a cruzarme con ellos. Como aquél lobo. Salió por mi izquierda, a unas
decenas de metros y cruzó mi camino al trote sin apartar los ojos de mí,
desconfiado, desafiante, hasta desaparecer en el bosquecillo de encinas, no
lejos de donde estoy ahora. O aquél jabalí enorme que salió corriendo temiendo
de mí, sin detenerse a pensar quién hubiera ganado en una eventual disputa. O
las vacas, siempre presentes, las urracas, esperando al último instante para
levantar el vuelo escasos metros a mi paso…y las hormigas a las que observaba y
con las que me entretenía en las fugaces recuperaciones entre series.
Cruzo un montón de piedras
situado al borde del camino. Nadie sabe qué significa. Yo lo puse ahí hace más
de veinticinco años ya. Una marca. Una señal. Desde la encina de la entrada hasta aquí, las series largas. Un día medí la
distancia con la bici. Mis series largas no lo eran tanto. Aquellos registros
no eran tan buenos. Lo cierto es que nunca me importó.
Llego a la piedra de la curva. Cerca
de allí fue donde cayó el rayo. Nunca pasé más miedo corriendo. Todavía queda un
rastro en la encina sobre la que descargó. Recuerdo el dolor de oídos y el
miedo que me llevó de regreso al coche. El granizo golpeándome en la cabeza, en
las manos.
Me siento sobre la piedra.
Así era también corriendo.
Había días en los que no tenía
muchas ganas de seguir y esta piedra era el lugar. Una parada y una reflexión.
¿Sigo? ¿Vuelvo? Las más de las veces, esa ridícula obligación de terminar el
entrenamiento me forzaba a continuar. Entonces no sabía entender que mi cuerpo
me hablaba. Dame un descanso .Para. Vuelve.
Casi nunca entendí el significado
de esas palabras casi suplicantes de mi propio organismo.
Hoy sí. Regreso por el mismo
camino. Al girar contemplo la otra mitad del paisaje. Aquella parte recorrida
de vuelta, sabiendo que el final estaba cercano, que el entrenamiento concluía
en veinte, diez, cinco minutos. La encina torcida, el estrechamiento, el montón
del dos, la bifurcación, la rodera…
Todo está en su sitio. Entonces
me invade una sensación que trato de evitar.
Todo está en su sitio. Todo
continúa igual. Ni las piedras, ni los árboles ni los animales encuentran
diferencia alguna. Solo yo sé qué falta.
Solo falto yo.
Ángel,
ResponderEliminarSé que escribes para tí. Quizás alguien más cercano también conozca qué es lo que quieres contar con este y otros relatos. Pero a mí no me importa. Sólo disfruto con la lectura de tus textos, con los que consigues llevarme a ese sitio que tan bien describes.
Me alegro de que hayas vuelto.
javier hernandez @lasdiezymedia
La claridad (al escribir) es algo así como una generosidad de espíritu.Es reconocer que el escritor y el lector son seres humanos compartiendo una experiencia.Paul Auster.
ResponderEliminarUna vez más lo que escribiste es sencillo y generoso,enhorabuena Ángel.
Celebro tu vuelta.
Un saludo.
Ávila.