Conozco a muy pocos corredores que no apunten su entrenamiento a diario. Los hay, pero son pocos. La mayoría, mejor dicho, la gran mayoría dejamos constancia a diario de lo realizado. Unos lo hacemos en una agenda de las clásicas. Otros utilizan el ordenador, a través de hojas de cálculo o aplicaciones específicas. Los más “tecnológicos” ya ni siquiera apuntan, directamente “descargan” la información de su gps. También hay diferencias en los datos que se toman: la distancia y el tiempo son obligados. Las series con los tiempos parciales, la recuperación, las pulsaciones, las sesiones de gimnasia. Otros afinan más e incluyen las zapatillas con las que corren, la temperatura, la alimentación… en fin, casi no hay límite en la toma de datos. Luego viene la segunda parte: la estadística. Datos acumulados y medias por semana, mes o año. Sumas totales, sumas parciales según tipo de entrenamiento, ritmos, zapatillas. Gráficos con comparativas entre distintos periodos. En definitiva: toda la historia del entrenamiento en un compendio de cifras y líneas.
¿Para qué sirve todo eso? Cada uno sabrá. Yo os voy a contar para que me ha servido a mí.
Primero: como motivación para entrenar. Salir a correr a diario y solo exige ciertos alicientes. Yo encontré uno en intentar superar día a día, semana a semana y mes a mes los datos de los periodos anteriores. No es que cada día tuviera que correr más que el anterior, ni acumular más kilómetros un mes que el pasado. No se trataba de eso, pero sí me servía de referencia para intentar superarme.
Segundo: para ver mi estado de forma. El cronómetro no miente y los tiempos de las series a lo largo de un plazo suficientemente largo - pongamos un mes- suelen indicar bastante bien el nivel en el que te encuentras en ese momento.
Tercero: la información que se registra queda para siempre, en caso contrario te tienes que fiar de recuerdos que no suelen corresponder con la realidad. (¿Alguien se acuerda de la cantidad de agua que cayó el 25 de mayo de 1998 en Ávila? Si. La Agencia Estatal de Meteorología).
No obstante, ahora que veo las cosas del correr de otra manera, he de confesar que he sido un esclavo de mi agenda. Algunos días, algunos entrenamientos los he hecho solo - o casi- por esos kilómetros que me faltaban para completar tal o cual cantidad. Esos kilómetro de “descalentar” después de unas series, esa vueltecita a la manzana al llegar a casa o ese “te acompaño” cuando estaba terminando y de pronto aparecía alguien con quien compartir otros 10 minutos de carrera. No es un pecado de los mortales, pero ¿tiene sentido fuera de esa “pelea” entre las agendas de otros años y la del año en curso? Pues no lo sé.
Este año, el “año en el que cambié de mentalidad”, no es diferente en cuanto a anotar el entrenamiento realizado, pero si es diferente en lo que respecta a comparar. Me he liberado. Me da igual saber si enero de 2009 o del 2008 hice tantos kilómetros más o menos o si las series me salieron mejor o peor. Tal vez sea el tener la certeza de las respuestas antes de hacerme las preguntas, pero lo cierto es que he superado esa costumbre - o manía-. Ya no “araño” ese kilómetro de más. Ya no miro las agendas de otros años. ¡Me he curado!
Mis agendas, que abarcan 28 de los 33 años de mi vida en el atletismo, me han permitido conocer multitud de datos intrascendentes, como por ejemplo, que el 28 de junio de 2005 completé mi primera “vuelta al mundo” - redondeando la cifra a 40.000 km-, o que al terminar la San Silvestre vallecana de 2009 completé la cifra “exacta” de 52.000 km. También podría conocer el número de días que he salido a correr o cual es el mes de mi vida que más entrené. Otro día bucearé en las agendas y las exprimiré un poco.
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