Orgullo. Si
tuviera que resumir el sentimiento de los británicos tras los Juegos, orgullo
sería la palabra. No solamente por el éxito deportivo alcanzado sino también
por la organización de los Juegos en sí.
Londres celebró
sus terceros Juegos Olímpicos de la era moderna, después de las ediciones de
1908 y de 1948. Ninguna ciudad del planeta ha recibido semejante honor. Y los
británicos supieron sacarle partido. Sir Sebastian Coe, en la ceremonia de
clausura no hizo sino expresar el sentimiento unánime de todo un país: el mundo
nos confió la celebración de los Juegos 2012 y nosotros le ofrecimos lo mejor
de nosotros. Algo así como un “somos
los mejores y lo hemos demostrado” o incluso… “ellos sabían que nosotros somos los mejores y otra vez se lo hemos
demostrado”.
Un par de frases del propio discurso:
“encendimos la llama y alumbramos el mundo”
“por tercera vez en su historia el movimiento olímpico depositó su confianza en Londres y por tercera vez hemos demostrado ser ampliamente merecedores de esa confianza”.
A nivel
deportivo se situaron en el tercer lugar del medallero, detrás de los
inalcanzables EEUU y China, pero por delante de otras potencias deportivas como
Rusia o Alemania.
El éxito ha
encumbrado al Olimpo a un puñado de deportistas que son adorados por todo el país:
Bradley Wiggins,
después de su victoria en el Tour de Francia alcanzó su séptima medalla en unos
Juegos Olímpicos (bronce en Sidney 2000, oro, plata y bronce en Atenas 2004,
dos oros en Pekin 2008 y un nuevo oro en Londres 2012).
Chris Hoy, otro
ciclista de pista, que sumó dos nuevos oros a sus cuatro anteriores.
Jessica Ennis,
medalla de oro en heptatlón.
Mo Farah,
medalla de oro en 5.000 y 10.000 derrotando a etíopes y keniatas ante el
delirio de su público.
Ben Ainslie,
primer regatista en alcanzar cinco medallas en cinco Juegos Olímpicos diferentes,
una plata en Atlanta 1996 y cuatro oros seguidos en los siguientes.
Andy Murray,
siempre a la estela de los tres mejores tenistas de la década, Nadal, Federer y
Djocovic, consiguió ganar en el momento oportuno en el lugar oportuno: Wimbledon
la final de los Juegos.
Alistair
Brownlee, su oro en triatlón junto al bronce de su hermano Jonathan fue un
acontecimiento de primera página varios días.
Victoria
Pendleton, un oro y una plata más a sumar a su palmarés de ciclista en pista.
Tal vez la deportista más querida del Reino Unido.
Ellos, el resto
de medallistas y el conjunto de deportistas que representaron al país, constituyen
ahora parte de lo que medios de comunicación y políticos se refirieron, constante
y machaconamente, durante los Juegos Olímpicos,
como el legado. “El espíritu de estos Juegos inspirará a una generación”, dijo Coe. El
Estado invirtió mucho dinero en los deportistas y estos respondieron, pero
¿cómo rentabilizar ahora esa inversión? Gracias al éxito alcanzado, el gobierno
británico pretende impulsar el deporte como una actividad escolar básica,
potenciando especialmente aquellos deportes de equipo en los que El Reino Unido
no brilló. Su plan pasa por atraer dinero privado al deporte ante la
demostración palpable de su rentabilidad dado el enorme interés mediático
suscitado y así poder mantener el nivel alcanzado en los próximos Juegos de Rio
2016. Reino Unido está tan en crisis como otros muchos países, con una enorme
deuda pública, una tasa de paro creciente y una economía en recesión. El Estado
no puede mantener el nivel de inversión en deporte, pero “ha arrancado” la maquinaria y
han demostrado saber hacerlo, porque ha funcionado. Tienen el mayor interés en
promover la actividad deportiva a todos los niveles, potenciando los clubes y
fomentando las competiciones.
Los próximos
años veremos competir a muchos de sus deportistas olímpicos más jóvenes en grandes campeonatos. Su éxito
será que estos se acompañen de una nueva generación tan buena como la que ellos
constituyen.
Están orgullosos
y les sobran los motivos.
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