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Me han llamado muchos
amigos estos días atrás. Amigos que conocen mi pasado maratoniano y se han
visto tan sorprendidos como el resto del mundo al conocer los atentados
ocurridos en Boston. Me llamaban para compartir su estupor, su incredulidad, su
tristeza. Me llamaban porque un marathón no es portada de todos los
informativos del mundo … salvo que ocurriese una tragedia como esta.
Y … ¿Qué te parece? …
Pues qué me va a
parecer … un acto de cobardía, una salvajada, un sinsentido absoluto. No
entiendo cómo puede haber en el mundo gente capaz de causar tanto daño de una
manera indiscriminada, sabiendo que se va a llevar por delante la vida de
personas completamente inocentes y absolutamente ajenas a los conflictos. Me
parece lo que nos parece a todas las personas normales del mundo, con nuestras ideas y opiniones, con nuestras
discrepancias, nuestros repentinos ataques de rabia o nuestros momentos mejores
o peores. Me parece que nunca está
justificado cometer un acto de esa naturaleza. Me parecen … tantas cosas.
Lo que si soy capaz es
de ponerme en la piel de las victimas, porque he estado en muchas ocasiones en
carreras en la calle, en maratones por distintas ciudades. Y sé lo que se
piensa a 600 metros de la meta. Sé la alegría que se siente y que hace
olvidarte de las calamidades que hayas podido pasar en los 42 kilómetros
anteriores. Sé que se busca con la mirada a la familia, a los amigos, porque es
el momento de compartir esa alegría. Sé lo que se agradecen esos aplausos del
público porque es una parte de la recompensa que te llevas a casa y que dura
para siempre. Se que te acuerdas de los entrenamientos y que después de tantas
dudas… ahí estas , a un paso de cumplir el objetivo.
Entre los más preciados
recuerdos de mis maratones está una imagen imborrable del marathón de Munich.
El día anterior ,Mercedes y yo habíamos planificado dónde me verían pasar y las
combinaciones que tenían que hacer para conseguirlo. Uno de los puntos era la
salida del metro que se hallaba situada en el kilómetro 35 más o menos, el penúltimo
encuentro antes de encontrarnos en el Estadio Olimpico, donde estaba la
meta. Según iba llegando a ese punto, recorría ambas aceras con la
mirada, esperando encontrarles para hacerles una señal. Pasé la boca del metro
y no les veía, así que supuse que estarían un poco más adelante o bien, que no
tuvieron tiempo de hacer las conexiones. Seguía sin verles, dando ya por
perdida la esperanza, cuando de pronto,
escuche sus voces por detrás de mí, me giré y les vi salir de la boca del metro
atropelladamente, con Ángel, que apenas
tenía 10 años a la carrera para alcanzarme por la acera y el resto detrás,
hasta ponerse a mi par.
Recuerdo sus gritos de
ánimo y sus caras de satisfacción por haber conseguido “pillarme”.
En la meta de Boston
estaban personas como ellos, esperando ver pasar a sus amigos, a sus padres o a
sus hijos. Celebrando un día de fiesta.
La fiesta que supone correr un
marathón.
¿Cómo no compartir su
dolor?
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