jueves, 18 de abril de 2013

BOMBAS EN EL MARATHÓN DE BOSTON


Foto http://www.republica.com


Me han llamado muchos amigos estos días atrás. Amigos que conocen mi pasado maratoniano y se han visto tan sorprendidos como el resto del mundo al conocer los atentados ocurridos en Boston. Me llamaban para compartir su estupor, su incredulidad, su tristeza. Me llamaban porque un marathón no es portada de todos los informativos del mundo … salvo que ocurriese una tragedia como esta.
Y  … ¿Qué te parece? …
Pues qué me va a parecer … un acto de cobardía, una salvajada, un sinsentido absoluto. No entiendo cómo puede haber en el mundo gente capaz de causar tanto daño de una manera indiscriminada, sabiendo que se va a llevar por delante la vida de personas completamente inocentes y absolutamente ajenas a los conflictos. Me parece lo que nos parece a todas las personas normales del mundo, con nuestras ideas y opiniones, con nuestras discrepancias, nuestros repentinos ataques de rabia o nuestros momentos mejores o  peores. Me parece que nunca está justificado cometer un acto de esa naturaleza. Me parecen … tantas cosas.

Lo que si soy capaz es de ponerme en la piel de las victimas, porque he estado en muchas ocasiones en carreras en la calle, en maratones por distintas ciudades. Y sé lo que se piensa a 600 metros de la meta. Sé la alegría que se siente y que hace olvidarte de las calamidades que hayas podido pasar en los 42 kilómetros anteriores. Sé que se busca con la mirada a la familia, a los amigos,  porque es el momento de compartir esa alegría. Sé lo que se agradecen esos aplausos del público porque es una parte de la recompensa que te llevas a casa y que dura para siempre. Se que te acuerdas de los entrenamientos y que después de tantas dudas… ahí estas , a un paso de cumplir el objetivo.
Entre los más preciados recuerdos de mis maratones está una imagen imborrable del marathón de Munich. El día anterior ,Mercedes y yo habíamos planificado dónde me verían pasar y las combinaciones que tenían que hacer para conseguirlo. Uno de los puntos era la salida del metro que se hallaba situada en el kilómetro 35 más o menos, el penúltimo encuentro antes de encontrarnos en el Estadio Olimpico, donde estaba la meta. Según iba llegando a ese punto, recorría ambas aceras con la mirada, esperando encontrarles para hacerles una señal. Pasé la boca del metro y no les veía, así que supuse que estarían un poco más adelante o bien, que no tuvieron tiempo de hacer las conexiones. Seguía sin verles, dando ya por perdida la esperanza,  cuando de pronto, escuche sus voces por detrás de mí, me giré y les vi salir de la boca del metro atropelladamente,  con Ángel, que apenas tenía 10 años a la carrera para alcanzarme por la acera y el resto detrás, hasta ponerse a mi par.
Recuerdo sus gritos de ánimo y sus caras de satisfacción por haber conseguido “pillarme”.
En la meta de Boston estaban personas como ellos, esperando ver pasar a sus amigos, a sus padres o a sus hijos. Celebrando un día de fiesta.
 La fiesta que supone correr un marathón.
¿Cómo no compartir su dolor?

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