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En la media marathon de 1997. José con el dorsal 465 |
Conocí a José María Hernández Torrubias
al poco de mi llegada a Ávila, a primeros de los noventa.
Era uno de los corredores más
fuertes dentro del incipiente atletismo popular que se abría camino en la
ciudad. Un tipo fino todo músculo. Por entonces no existían tantas carreras
como ahora y apenas teníamos ocasión de enfrentarnos en tres o cuatro pruebas a
lo largo del año, además de encuentros casuales en otras competiciones de
Madrid.
José, Torru o Torrubias, como le
conocíamos todos por entonces, corría mucho. Y cuando digo mucho quiero decir
mucho, a pesar de que no entrenaba con un método muy ortodoxo. Pero era muy
bueno. Siempre recordaré una media maratón en el circuito de entonces, de ida y
vuelta a El Fresno. Fuimos en un grupo toda la carrera juntos, dejando atrás
corredores que se nos habían pegado y cazando a otros que iban por delante. Íbamos
deprisa, a un ritmo fuerte, pero en la cabeza yo tenía (y temía) la cuesta del
Hospital. Así que le dejé a él que tirase. Con suerte, pensé, llega cansado al
pie de la muralla y será momento de atacarle.
Llegamos al pie de la muralla y
José cambió de ritmo en el primer tramo. Yo subía completamente atascado pero a
su espalda sin ceder un metro. En el segundo tramo volvió a cambiar. Me mantuve
tras él con las últimas fuerzas y llegando a la puerta del Rastro me atizó el
cambio definitivo. Y me fundió.
Al llegar a la meta nos abrazamos
y me puso de flojo y nenaza para arriba por no haberle podido seguir, me
criticó no haberlo dado todo en las rampas del Rastro y haberle esprintado.
Yo no tenía fuerzas ni para
contestarle. Así so forjó nuestra amistosa rivalidad.
Después vinieron sus lesiones de
gemelos y no volvió ser el mismo
corredor. Y hace unos años la maldita caída en la cuesta del castillo de
Mironcillo.
Pero José era un hombre tenaz. De
los muchos rasgos de su carácter que yo admiraba el que más destacaba era su
capacidad de lucha. José nunca se rendía. Igual que en aquella media maratón,
él salía a luchar todos los días. A trabajar, a entrenar, a recuperarse… a lo
que fuera. Con una envidiable capacidad para desafiar los reveses que la vida
le ponía por delante.
Esa capacidad de no rendirse
junto con su modestia, su humildad, su sencillez y su bondad, hacían de él una
persona entrañable. Era muy fácil quererle. Tendría sus momentos malos como
todos los tenemos y también sus defectos, porque, afortunadamente, no somos
perfectos.
Pero José era un hombre bueno.
Era un hombre noble.
Me encontraba muchos días con
José. Caminando, por la ciudad, en el Soto… . Y siempre nos parábamos a charlar
un rato. De su salud, de sus planes y de los hijos. Siempre de los hijos. Con
orgullo de lo que hacen y de cómo son. Siempre con orgullo. Y también en las
carreras. Cada carrera en la que corría Jorge, ahí animándole, a él y a todos
los demás conocidos.
Y exigiendo. Siempre exigiendo. “Vamos” “A por el de adelante” “Vamos” “No te
duermas” “Puedes con él” “Sigue”. “Pero
… sigue” ¿Qué haces?” Inclinado hacia adelante para hacer más fuertes sus
palabras, apretando el puño con fuerza. Tengo la certeza de que él daría todo
en el asfalto, en la pista o en la montaña. Con su constancia y su fuerza.
José, como todas las personas,
tenía sus ilusiones, esas luces en la penumbra que nos hacen mantener un rumbo
en la vida, que nos permiten superar adversidades y compartir con otros unos
momentos que con los años, son inolvidables. Y José encontró en la montaña una
razón más para levantarse y pelear, para reponerse de las operaciones de su
pierna, para abandonar las muletas, para caminar sin miedo a una nueva
fractura, para salir de expedición.
Y se levantó, se recuperó, caminó
y volvió a una expedición.
Y lo hizo porque en la vida hay
que ser valiente y dejarse llevar por los sueños y las ilusiones. El objetivo
era el Pico Lenin. Pero la vida, a veces, es traicionera. Y José, allí, murió.
José se ha quedado en el camino
de su sueño y nosotros, sus amigos, sus conocidos, sus compañeros, su familia,
nos hemos quedado con las ganas de volver a compartir con él su ilusión.
Seguro que hubiera vuelto a correr y hubiéramos ido juntos a la montaña. Seguro que volvería de expedición con sus compañeros del Almanzor.
Le quedaron muchas cosas por hacer.
Seguro que hubiera vuelto a correr y hubiéramos ido juntos a la montaña. Seguro que volvería de expedición con sus compañeros del Almanzor.
Le quedaron muchas cosas por hacer.
Quizá el mejor homenaje que le
podamos hacer sea el recordar su afán de lucha, su fortaleza y su tenacidad y
que eso nos ayude a superar las dificultades de la vida como él siempre intentó
hacer.
José, descansa en paz. Aquí
trataremos de seguir tu ejemplo.