Aquél hombre llevaba sentado ahí más de una hora. Igual que
hizo ayer y que anteayer e igual que haría mañana. No era tiempo de
desperdiciar el calor. Ya llegaría el invierno y no habría quien saliera al
escaño a tomar el sol. A sus 87 años ya había pasado mucho frío y este verano
estaba siendo un regalo para sus huesos.
Apoyado en su garrota vio pasar a tres jóvenes corriendo, más tarde aparecieron otros, en pequeños grupos y luego un rosario de gente sudando y jadeando. “Cagüenlá. A estos les ponía yo a cavar pa que se esforzaran en algo útil”, pensó para sus adentros mientras se recostaba en la pared.
Apoyado en su garrota vio pasar a tres jóvenes corriendo, más tarde aparecieron otros, en pequeños grupos y luego un rosario de gente sudando y jadeando. “Cagüenlá. A estos les ponía yo a cavar pa que se esforzaran en algo útil”, pensó para sus adentros mientras se recostaba en la pared.
Mientras, el niño, pegado a la pared de la casa, sabía que
no debía soltarse de la mano de su madre, pero no entendía cómo podría aplaudir
a su padre cuando pasara. A lo mejor su mamá le soltase para que ella misma
aplaudiera y así él también tendría la oportunidad de hacerlo. Además no
pensaba separarse ni un metro de sus piernas. Eso era una calle por la que
podían pasar coches y sabía que no podía pisar sin un mayor.
Llegaron los primeros, destacados de los demás.
No era su padre.
Llegaron detrás un grupo de ocho o diez y después otros tantos.
Y su padre tampoco estaba entre ellos.
Mama… ¿Y papá? …
Papá viene ahora, ya verás.
Y pasaron más corredores y más hasta que su madre, de pronto, le soltó la mano y comenzó a aplaudir. ¡¿A quién?! Él no veía a su papá entre tanta gente. Y por más que lo intentaba no le distinguía entre todos los corredores ¿de qué color era su camiseta?.
Llegaron los primeros, destacados de los demás.
No era su padre.
Llegaron detrás un grupo de ocho o diez y después otros tantos.
Y su padre tampoco estaba entre ellos.
Mama… ¿Y papá? …
Papá viene ahora, ya verás.
Y pasaron más corredores y más hasta que su madre, de pronto, le soltó la mano y comenzó a aplaudir. ¡¿A quién?! Él no veía a su papá entre tanta gente. Y por más que lo intentaba no le distinguía entre todos los corredores ¿de qué color era su camiseta?.
El grupo se perdió entre las calles y él sin ver a su papá.
No sabía si ponerse a llorar o decir lo que siempre le había oído a su abuelo “Cagüenla…”
La mujer se asustó al oír las pisadas de los primeros
corredores. Giró la cabeza y vió avanzar a dos atletas por el camino. Se apartó
y se quedó mirando. Detrás venían otros.
Sintió una punzada de envidia. Siempre le había llamado la
atención salir a correr, pero nunca se había atrevido. Todo lo más a salir a
caminar y una vez, bien segura de que nadie la veía, se atrevió a correr unos
centenares de metros.
La punzada se convirtió en latigazo cuando vio a las primeras mujeres y más aún a las últimas. Envidió y admiró a partes iguales su decisión y su fortaleza. ¿Por qué corren ellas y yo no? “Cagüenla como dice mi tío, tengo que atreverme, pero …¿Cómo empiezo?
La punzada se convirtió en latigazo cuando vio a las primeras mujeres y más aún a las últimas. Envidió y admiró a partes iguales su decisión y su fortaleza. ¿Por qué corren ellas y yo no? “Cagüenla como dice mi tío, tengo que atreverme, pero …¿Cómo empiezo?
Vicolozano a las 10:30 de la mañana. Parecía que la carrera
la haríamos este año en fresquito, porque amaneció así, pero … qué va. Hizo
calor. Calor y polvo: los primeros pisan fuerte. En seguida se escaparon Borja,
Jorge y Arturo Mancebo. Detrás un grupo con Pedro Raez, Juan Rodríguez, Angel Luís
González, David, Diego, que aparece de nuevo en las carreras sin bajar el
pistón, Alejandro, Francisco Javier Gil, Vicen … Y más atrás Olivares, Jesús
Toribio, Oscar, Cesar Galán, Diego, Roberto …
Al paso por Brieva, las posiciones estaban mucho más
definidas. Por entonces yo iba acompañado de dos “Triavilas”, Cesar y Alberto y
por David, tratando de mantener un ritmo fuerte a ver si cazábamos a alguno de
los de delante. Al paso por el pueblo, un anciano apoyado en una pared y un
niño, agarrado a su madre, cruzaron su mirada con la mía.
Dejando atrás Brieva la carrera se endurece.
La última cuesta se me hizo tan pesada como todos los años. Mucha animación de conocidos que saben que su apoyo es importante en ese último tramo y de desconocidos que pasaban por allí. Entre ellos una mujer. Su mirada la delataba: ¡Cuánto la gustaría estar dentro de la carrera!.
La última cuesta se me hizo tan pesada como todos los años. Mucha animación de conocidos que saben que su apoyo es importante en ese último tramo y de desconocidos que pasaban por allí. Entre ellos una mujer. Su mirada la delataba: ¡Cuánto la gustaría estar dentro de la carrera!.
Sin apenas fuerza
para seguir a Cesar aunque sin nadie agobiándome por detrás me obligué a llegar
a meta con fuerza. Una cosa es no
esprintar y otra hacer el “nenaza”.
Otra carrera muy bien organizada, con todo lo necesario para
los corredores, las bebidas fresquitas, la sandía, el melón y con el detalle de
las revolconas y la cervecita, que es un lujo.
Y ahora… vamos a por la tercera, a completar el circuito.
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