Dicen las fuentes históricas que un 8 de diciembre de 1304,
cuatro hombre buenos y justos, Blasco Muñoz, Juan Nuñez, Álvaro Muñoz y Sancho
Blasco fueron enviados por el alcalde regidor de Ávila al concejo de Riofrio.
Desde tiempo atrás los colonos de este territorio
reconquistado a los moros, se quejaban de la escasez de tierras de las que disponían para labrar y
poco a poco, estaban abandonando el lugar por otros dominios más prósperos.
Así, aquel día, estos cuatro hombres delimitaron las posesiones
que quedaron adjudicadas al concejo de Santa María de Riofrio para que sus
habitantes no tuvieran escasez de tierras: el nuevo término estaría definido por
los cerros de Navaverzosa, Navatremedal, Navalfito, Valechoso y Cabeza Piornosa
hasta el camino de Navalmoral.
Aún pasaron siglos de disputas de terrenos, pastos y labrantíos hasta que los límites quedaran definitivamente establecidos.
Hasta ahí la historia recogida en los textos.
La tradición oral incluye un pasaje desconocido para la
mayoría y es que son setecientos años desde
que el hecho acaeció, para que la fidelidad del mismo no sea puesta en tela de
juicio.
En cualquier caso, esto es lo que se dice que ocurrió aquél
mismo día.
Estando los hombres reunidos en la plaza y de acuerdo con
los cuatro representantes del regidor de Ávila, la voz de Juan Gómez alzose
entre las del resto de asistentes y vino a decir…
“entre todas estas tierras no hay tramo que no sea en cuesta.
¿Y si al cabo de los años nuestros descendientes pretenden organizar una
carrera? ¿Qué será de los corredores? ¿Qué les cuesta entre tanta cuesta a sus
mercedes otorgar alguna heredad en llano?.
El silencio fue la respuesta inmediata ante tamaña propuesta.
Los aldeanos se santiguaron, algunos se
arrodillaron y otros salieron espantados a encerrarse en sus casas. Después se alzaron murmullos de incredulidad ... ¿Una carrera? ¿Una carrera ... qué es una carrera?
Hasta que otro vecino, Alonso Garcia espetole a Juan “Esas
yerbas que te fumas mañana tarde y noche van a acabar de trastornar esa cabeza
que tanto costó mantener sobre los hombros en la lucha con los moros. Déjate en
paz Juan no vaya a ser que estos señores te acaben apresando por vidente, brujo,
nigromante o adivino. Aquí ya ha habido carreras bastantes persiguiendo y
perseguidos como para que nadie tenga más ganas de patear cerros”.
Sea de esta manera u otra semejante, lo cierto es que los
cuatro hombre se marcharon para no volver, dejando al término de Riofrio sin
más tramo llano que el suelo de su magnífica iglesia.
Casi 712 años después de esa fecha, setenta corredores
partimos de la plaza de Riofrio para recorrer los casi 8 kilómetros de la
cuarta edición de su carrera. Perfectamente organizada, con un avituallamiento
en la meta completo y fresquito, que bien que se agradece, unas duchas para
refrescarse y el enorme entusiasmo de los voluntarios. La prueba la ganaros
Roberto Jiménez y Jaqueline Martín, pero en la meta todo el mundo estaba
contento. Buena señal.
Y un año más pude saludar a mi entrañable amigo, hijo del
lugar, Eugenio Hernández Galán.
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