Cuando Haile volvió a Asella, su
lugar de origen, aún tuvo que atender durante varios días a algunos periodistas
y televisiones que le habían seguido desde que anunciara su retirada. Enseñarles
su primera casa, su escuela, sus lugares de entrenamiento …Además debía recibir
a todos sus vecinos, sus fervientes admiradores locales, como había hecho desde
que se marchara muchos años atrás y también visitar a los ancianos del pueblo a
los que siempre había pedido consejo.
Y por fin, después de tanto
ajetreo llegó el día. El primer día de calma.
Haile preguntó por Kuru.
- - Kuru está en el árbol
Haile conocía la respuesta desde
antes de formular la pregunta, pero era una manera de indicar dónde estaría las
próximas horas. Así que Haile cogió un poco de fatira y una botella de tej
y partió hacia el árbol. No podría decir cuántas veces había hecho ese trayecto
corriendo, pero esta vez no tenía prisa y quería acompañar sus pasos de los
recuerdos de su infancia, de los sonidos, de los olores.
A unos centenares de metros de distancia
pudo distinguir la silueta de Kuru bajo el árbol. Apoyado en su base, con el
bastón entre las manos y el manto medio caído cubriéndole parte de la espalda.
Haile apresuró el paso.
Solo cuando estaba a pocos metros
de distancia Kuru se giró para saludarle.
- - Haile. Qué alegría. Sabía que estabas de vuelta.
- - Kuru, perdonamé por no haber venido antes.
- - No tienes de qué disculparte. Siempre levantas
mucho revuelo. Esta vez no sería menos.
Haile y Kuru eran amigos desde
niños. Desde muy niños. Con cinco años ambos recorrían todos los días los diez
kilómetros que mediaban entre su casa y la escuela. Primero lo hacían andando,
hasta que un buen día comenzaron a correr. En aquella primera ocasión llegaron
completamente cubiertos de sudor y polvo, pero también de una enorme satisfacción
por haberlo conseguido.
A partir de ahí, todos los días se convirtieron en
jornadas de carrera. Haile y Kuru se retaban constantemente. Al principio
Haile ganaba a Kuru, pero a las pocas
semanas Kuru comenzó a igualar el marcador. Cada día que llegaban a la escuela
colocaban una piedra a un lado u otro de uno de los árboles del camino. Lo
mismo hacían al llegar a la entrada del pueblo, en el árbol. En su árbol.
Según fueron pasando los años, en
ambos lugares había centenares de piedras en dos montones... muy desiguales.
Por fin llegó el día. Un
entrenador afincado en Addis Abeba había recibido una carta de un maestro que
contaba las correrías de dos chicos de Asella. Fue al pueblo y les vio correr.
Y quedó impresionado.
Haile era bajito, pero muy fuerte y muy rápido. Con un
correr eléctrico y unos tobillos prodigiosos, capaces de impulsar ese menudo
cuerpo hacia adelante como si se tratara de un antílope.
Por su parte Kuru era tan
elegante corriendo cómo nunca había
visto a nadie antes. Alto, fibroso, con un estilo prodigioso. Este chico de
apenas quince años sería campeón de lo que quisiera. Solo había que elegir la
distancia y afinar la preparación. El resto, las cualidades naturales que
atesoraba, serían suficientes.
Así que el entrenador se fue a hablar
con los padres de Haile y de Kuru.
En casa de Haile estaba la
familia entera reunida. El padre, la madre y un montón de hermanos. El
entrenador les expuso su propuesta: Haile firmaría un contrato con su empresa y
se iría con él a Europa en entrenar y a competir. Cuando escucharon sus palabras comenzaron a bailar alrededor de la mesa, a saltar de alegría y a
abrazar a aquél tipo al que no habían visto nunca pero que acababa de traer la
mejor noticia a aquella casa. Haile se iría a correr a Europa. Con sus cualidades,
eso traería fortuna a la familia.
Haile sería el sucesor de Bikila…
si pudiera algún día ganar a Kuru.
El entrenador fue entonces a casa
del otro chico. Allí estaba Kuru, junto a su padre y su madre. Igual que había
hecho antes, expuso las condiciones los progenitores del muchacho. Cuando terminó
se hizo un momento de silencio. Por la cara de Kuru comenzaron a rodar dos
enormes lágrimas. El padre se levantó de la mesa. Se apoyó en dos bastones y se
puso enfrente del hombre blanco.
- - Miramé. ¿Cuánto tiempo crees que me queda para
poder ir a cuidar las vacas?
El entrenador no pudo ocultar una
mueca de sorpresa y de dolor. El padre de Kuru tenía una pierna amputada desde
la rodilla y de la otra ya había perdido algunos dedos del pie.
- - Yo faltaré dentro de poco. ¿Quién cuidara de mi
mujer de mis hijos y de mis vacas si Kuru, mi primogénito, se va?
El entrenador trató de explicarles
de nuevo que Kuru ganaría dinero con las carreras desde el mismo momento en que
comenzara a competir en Europa. Sus condiciones le garantizaban el éxito con
toda seguridad. Eso traería prosperidad a la familia y así,
podría trata su enfermedad con los mejores especialistas del mundo.
El entrenador habló durante
horas. Pero por más que lo intentó el padre de Kuru no cedió. El chico no se
iría de Asella.
Y no se fue.
El resto de la historia es
conocida.
Haile se sentó al pie del árbol,
junto a Kuru. El sol se fue poniendo lentamente. Pasaron varias horas así, uno
junto al otro, sin mediar palabra hasta que Kuru le dijo.
- - Ayúdame a meter las vacas. Pero antes … echemos
una carrera de aquí a la escuela.
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