Mi padre falleció hace ahora justo un año.
Al poco tiempo escribí unas líneas. Este blog, Correr como los ángeles, recibe su nombre de los "ángeles" de la familia y, de alguna manera, después de escribir aquí tantas cosas sobre él, necesitaba que aquellas también quedaran recogidas en esta "cibermemoria". Pero pasaban los días y no lo hacía. Y no han sido pocas las veces que lo he intentado.
Y me sigue costando. Pero quiero desempolvar este blog y volver a escribir sobre carreras, deporte y otras rarezas. Ahora, un año después, las dejo como homenaje y recuerdo a mi padre, de quien siempre recibí apoyo, consejo y aliento sin agradecérselo en su justa medida, como casi siempre hacemos los hijos.
ADIÓS,
PAPÁ.
“Lo
correcto es decir que las carreras se celebran porque correr es una fiesta”.
Así
se expresaba mi padre en una entrevista que le hicieron hace unos años para un diario digital.
Y así lo vivió durante su vida de corredor.
“Esto
yo no me lo pierdo”.
Recién
concluida la primera edición del maratón de Madrid, en 1978, mi padre decidió
que estaría en la siguiente. No tardó mucho en ponerse a entrenar, una vez
liberado parcialmente de las enormes obligaciones que le había supuesto sacar a
su familia adelante: había estudiado una carrera universitaria con nosotros
tres por medio (dando mucha guerra), había estado pluriempleado durante años y
ahora, por fin, podía permitirse dedicarse un tiempo para él. Y sería corriendo.
Y así
empezó.
Su
vida de corredor se puede seguir pormenorizadamente a través de sus inseparables
agendas anuales, donde anotaba con cuidadosa regularidad todos y cada uno de
sus entrenamientos y sus competiciones, contabilizando los kilómetros
recorridos.
En
sus últimos años, aquellas agendas eran el apoyo que le ayudaba a comprobar los
datos que se iban borrando de su memoria cuando cualquiera de nosotros, sus
hijos, sus nietos o sus amigos nos acercábamos por casa a ver qué tal andaban
mi madre y él. Sesenta y un años juntos, construyendo.
Mi
padre disfrutó de una vida larga y activa. Nunca podré agradecer lo suficiente
a todos sus amigos del Retiro que, aun cuando ya apenas corría unos pocos
pasos, siguieran llamándole para citarle a los desayunos del Corretiro, su equipo, a un paso
del parque donde recorrió miles y miles de kilómetros.
Una
de las cuestas del circuito de cinco kilómetros de ese oasis madrileño, fue,
en su día y por sus compañeros de entrenamiento, bautizada – y rotulada
debidamente- como "Cuesta de Ángel", por el eterno y cabezón empeño de mi padre
en cambiar de ritmo desde su inicio hasta el final.
Tampoco
quiero olvidar a los chicos del equipo de Rugby de Veterinaria que los últimos
años le animaron a participar en la San Silvestre Vallecana acompañándole y
protegiéndole en la carrera como un pack de forwards, permitiéndole disfrutar
durante la primera mitad de cada año de tan magnífico recuerdo y soñando la
otra mitad con la siguiente edición.
Mi
padre, además de ser mi padre, era otro amigo y compañero más de carreras. Compartimos muchas competiciones juntos y unos cuantos maratones por el extranjero. Hablábamos con frecuencia de nuestros entrenamientos, de las competiciones, de
nuestros camaradas de afición. Tras cada carrera, la primera llamada que
recibía era la suya, para preguntarme qué tal me había ido. Entonces charlábamos
un rato del frío que había hecho, de las marcas, de las cuestas, de los
recuerdos que me habían dado Carlos, Enrique, Félix, Sergio o Miguel para él y
siempre, siempre, siempre, concluía con un clásico: “cuando tengas mi edad
ya verás cómo no puedes correr tan deprisa”, que siempre, siempre, siempre,
nos llevaba a una eterna discusión nunca acabada.
La
vida de mi padre fue una larga carrera y creo que, a pesar de sus duros
comienzos, la celebró. No lo tuvo fácil, pero fue superando obstáculos gracias
a una de sus más admiradas virtudes: la tenacidad. Mi padre no se rendía.
Acompañado durante toda su vida por mi madre, fue tejiendo con esfuerzo una
sólida red en la que criarnos y educarnos y durante mucho tiempo pudo disfrutar
de nuestros pequeños éxitos y ayudarnos en nuestros momentos más difíciles.
Sus
últimos días en el hospital fueron difíciles. Verle inmóvil después de
recordarle tantos años corriendo en el polideportivo de La Concepción, en el
Retiro, en los pinos de Béjar o en las carreras que compartíamos, fue duro.
Verle luchar sin rendirse, apurando el último resquicio de sus pulmones para
prolongar una zancada más la vida…
Y
también es difícil escribir sobre ello. Podría contar tantas cosas… pero
todavía se me hace un nudo en estómago, mi cabeza no acierta con las palabras
ni los dedos con las teclas.
Tampoco hace falta. Muchos de vosotros le conocisteis y compartisteis con él esos pequeños momentos que, al final, son los recuerdos más duraderos.
Vuela como los angeles en tus sueños compañero
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