Marathón de Viena 1999
... (Hace mucho que no cuento batallitas del pasado)...
Esta mañana, según iba en la bici, me he acordado de los
test que hacía antes de cada marathón. Por regla general, mis entrenamientos
para marathón comenzaban 10 semanas antes de la competición. A partir de ese
momento comenzaba a alargar un poco los rodajes, pero sobre todo, modificaba el
entrenamiento de los domingos, que consistían en un test, cuando no había
carrera. La pauta era una secuencia preestablecida de manera que el domingo
anterior al marathón hacía un test de 5 km, dos semanas antes de 10 km y tres semanas antes 20 km y de ahí
para atrás alternaba 10 km, 15 km y 20 km. Siempre los hacía en el mismo sitio,
así podía comparar cómo estaba unos años respecto a otros. Los hacía solo,
principalmente porque era la época en la que los domingos me levantaba muy
temprano para poder entrenar y estar de vuelta en casa pronto. Unas veces en
Ávila, en mi circuito de entrenamiento de toda la vida y otras en Madrid, en el Retiro. Ahora veo los tiempos y me parece increíble haber
corrido tan rápido.
Por cierto que, vistos los test y los tiempos que hice
después en las carreras, se llega a la misma conclusión que a la que llegamos
todos los que hemos practicado el noble deporte de la tortura maratoniana: los
42 km son otra cosa. No vale solo con entrenar. Ese día, el día de la
competición tienes que tener tu día. Según sales lo notas en tus piernas, en tu
cuerpo. “Hoy voy” o “hoy no voy” y, si no vas, tocará sufrir en mayor o menor
medida.
Estas semanas atrás Chema Martínez y Lamdasem, entre otros
atletas españoles, intentaron hacer la mínima para acudir a los Juegos Olímpicos.
Meses de entrenamiento, de sacrificio y de mucho esfuerzo y el día de la
carrera las cosas no salen como estaba previsto. En su caso se jugaban mucho
porque ya hay otros atletas que han conseguido la mínima. Ambos afirman que
estaban mejor que nunca. Sin duda sería así, pero el marathón tiene sus reglas
y una de ellas es que el día de la prueba todo tiene que salir perfecto.
En los resultados de mis test, las mejores marcas
corresponden al año 1999, en cuya primavera fuimos a Viena a correr el
marathón. Tres marcas por debajo de 38 minutos en el exigente circuito del
Retiro en 10 km y otras dos por debajo de 1h 19’ en 20 km en el mismo, me hacían
pensar que correría mi mejor carrera sobre la distancia. Nunca he sido un
maratoniano, a pesar de haber terminado 19 carreras sobre la distancia. Siempre
me ha quedado larga la prueba y siempre
he sufrido. En especial han sufrido mis rodillas. Pero antes de ir a Viena
pensé que, por fin, me saldría una marca acorde con las que tenía en 10 km o
media marathón.
Y sin embargo, las cosas no resultaron. El día anterior a
coger el avión tenía unas anginas de caballo y 40º de fiebre. El médico me
sugirió no correr, pero debió ver la cara que le puse y sin mediar más
comentarios me recetó la dosis más alta de penicilina que podía tolerar. El
pinchazo en el culo me dolió. Pero las lágrimas que brotaron de mis ojos no
eran consecuencia de ese dolor. Eran de rabia. Tanto entrenamiento, tanto
esfuerzo y antes de coger el avión para correr ya sabía que no habría marca.
Fuimos. Corrí. Salí como si mi cuerpo estuviera sano y
fuerte, como se dice ahora “to chulo”. En el kilómetro 20 tuve que pararme la
primera vez. Llevaba 1h 20’ 30’’. Me dolía tanto la rodilla y me encontraba tan
falto de fuerzas que no pensé que fuera capaz de dar un paso más. Caminé unos metros y volví a
correr. Tan solo unos centenares de metros. Me tuve que parar de nuevo. Y
comenzó un calvario de 22 km. Terminé la carrera porque me negaba a retirarme. Sencillamente
no había ido hasta allí para pararme en mitad de la prueba. 3h y 20’.
Doscientos minutos de rabia, de impotencia y de dolor. ¡Que
poco disfruté de esa carrera!
En el garaje de mi casa que utilizo como gimnasio, tengo una
foto tomada unas decenas de metros antes de la meta. Tengo un gesto de fatiga.
Cualquiera que vea esa foto pensará que es la típica de un maratoniano entrando
en meta después del esfuerzo. Y lo es. Lo es con una diferencia. Arrastré mi
cuerpo 22 km por Viena para estar allí, bajo el arco de meta y poder tener esa
foto. Cuando la veo recuerdo una frase. No sé de quién es, pero de vez en
cuando me acompaña:
A veces, entre la
derrota y el éxito no media otra cosa que un titánico esfuerzo de resistencia.
Me ha gustado la crónica...qué injusta es en ocasiones la "vida del atleta popular y élite". Tanto entrene y qué pocas veces se ve recompensado. Me he visto reflejado!
ResponderEliminarUn saludo!