Si el primer día es
importante el segundo… lo es aún más. Con dos diferencias grandes: que el
segundo día ya sabes de qué va esto y… que del segundo día solo te acordarás
eternamente… si es el último.
Si las cosas han ido
bien estás de nuevo en tu habitación poniéndote la ropa de correr. Ya sabes
elegante, práctico, sin estridencias. Gústate.
Sales a correr de nuevo
por el mismo sitio que lo hiciste el día de tu debut en el mundo del correr.
Primera cuestión a resolver: hoy no tienes por qué ir más deprisa que el primer
día. No tienes que batir ninguna marca ni tienes que adelantar a tu sombra. De
hecho entre el primer y segundo día no hay diferencias: sigues siendo la misma
persona, no puede haber más diferencias que las que se están operando en tu
cabeza. Estás decidido a correr y por eso estás ahí de nuevo. Pero el cuerpo, no te engañes,…
sigue siendo el mismo.
Segunda cuestión:
tampoco tienes que correr más distancia. Si el primer día hiciste quince o
veinte minutos, puedes repetir durante ese mismo tiempo. Y si te apetece correr
un poco más, hazlo. Pero de la misma manera, si te apetece correr menos también
puedes hacerlo. Se trata de que estás a gusto contigo mismo y de que vayas
olvidando ese "mantra" que durante tanto tiempo has forjado en tu mente como
excusa: Correr es aburrido, correr es cansado, soy un pato, no sirvo para
correr, me canso … Todas esas excusas que te han servido de barrera para evitar
intentarlo, ahora tienen que desaparecer. Por eso póntelo fácil. Ya llegará el
día, si de verdad así lo quieres, que te sometas a un plan de entrenamiento,
que tengas en tu cabeza una competición y que hagas constantes cálculos de
tiempos de paso.
Para eso aún queda tiempo.
Ahora simplemente sal, corre,
vuelve y mírate al espejo.
Sigues siendo el mismo… pero ya has salido dos veces
…
No hay comentarios:
Publicar un comentario