Hay cientos de historias que merecen ser contadas
y que sin embargo, viven escondidas en los lugares más recónditos de los
archivos en los que la humanidad almacena sus memorias.
Una de estas historias la encontré en la página
web de la asociación de estadísticos de carrera de asfalto (http://www.roadracingstats.com/). Cómo llegué hasta allí y qué buscaba es un misterio, pero encontré un artículo
que a su vez, provenía de la revista Measurement News y que hacía referencia al
libro de Peter Hopkirk “The Great Game (OUP, Oxford, 1991)”.
Lo cierto es que me resultó fascinante, así que incluyo
aquí una traducción algo resumida del relato:
La idea de usar exploradores nativos para
realizar los estudios cartográficos de las regiones de acceso prohibido más
allá de las fronteras de la India surgió como consecuencia de la estricta orden
dada a los oficiales británicos para que no se adentraran en esas tierras. Como
consecuencia de esto, el Supervisor de la India, que tenía el encargo de
proporcionar al gobierno mapas del subcontinente completo y de las regiones
limítrofes, se encontró con enormes dificultades a la hora de cartografiar
Afganistan, Turkestan y el Tibet.
Ante tales dificultades, el oficial de los
Ingenieros Reales Thomas Montgomerie, planteó a sus superiores una solución:
¿Por qué no enviar en secreto a exploradores nativos entrenados en técnicas de
supervivencia a estas regiones? Sería mucho más difícil que fueran descubiertos
y, aún en ese caso, sería menos embarazoso para las autoridades que si fuera
capturado un oficial británico con las manos en la masa cartografiando estas
zonas prohibidas.
Sorprendentemente el plan de Montgomerie fue aprobado y
durante varios años agentes indios fueron despachados hacia las fronteras de la
India. Todos ellos eran hombres de montaña, cuidadosamente escogidos por su
excepcional inteligencia y por sus demostrados recursos para la supervivencia,
entre ellos Nain Singh y Kishen Singh.
Puesto que su descubrimiento o la mera sospecha
de sus objetivos les hubiera llevado directamente a la muerte, su existencia y
sus actividades fueron mantenidas en un estricto secreto. Su entrenamiento y
formación corrió a cargo personalmente del capitán Montgomerie en los cuarteles
del gobierno británico en las montañas del Himalaya.
Este adiestró a sus hombres para realizar las
mediciones en la sistemática de un ritmo de marcha constante, con un paso de
longitud conocida que debían mantener tanto en las ascensiones como en los
descensos y en terreno llano. Después les enseñó la manera de contar de forma
discreta el número de pasos dados durante la marcha diaria. Esto les permitiría
medir enormes distancias con notable precisión y sin levantar sospechas.
Con
frecuencia los exploradores viajaron bajo la apariencia de monjes budistas,
muchos de los cuales cruzaban de forma regular los pasos entre montañas para
visitar lugares santos de la antigua Ruta de la Seda. Estos monjes viajaban
acompañados de un rosario de 108 cuentas que usan para contar el número de sus
plegarias y un molinillo de oraciones que hacen girar mientras caminan. Ambos
elementos fueron estudiados por Montgomerie para sacarles partido. El rosario
fue desprendido de ocho cuentas para dejarlo en un número más exacto de 100
cuentas. Cada 100 pasos dados, el explorador haría pasar una cuenta. Eso haría
que un rosario completo supusiera 10.000 pasos, el equivalente a 5 millas.
El resumen de un día de marcha junto con el resto
de las observaciones tomadas debían ser cuidadosamente almacenadas en algún
lugar. Para eso el molinillo de oraciones, un pequeño cilindro de cobre, se
manifestó como un elemento de valor incalculable. Para conseguirlo, se
sustituyó el habitual rollo de plegarias de su interior por otro de papel
blanco, que servía de libro de anotaciones, fácilmente extraíble para las
operaciones secretas. La necesaria brújula con la que fijar y establecer rumbos
se ocultó bajo la tapa de la rueda de oraciones. Los termómetros, necesarios
para calcular altitudes, fueron escondidos en la parte superior de los bastones
de peregrinos que llevaban los exploradores y el mercurio, empleado para
establecer un horizonte artificial para realizar las mediciones con el sextante
fue ocultado en una caracola bien sellada que solo se abría en caso de
necesidad para verterlo en un tazón de peregrino. Además a las ropas de los
exploradores se añadieron bolsillos secretos donde esconder el sextante. Todas
estas artimañas fueron realizadas en Dehra Dun, en los talleres del gobierno
británico en la India y supervisadas por el capitán Montgomerie.
Los exploradores también fueron adiestrados en el
arte del disfraz y el engaño mediante el empleo de falsas identidades. En las
tierras más allá de la frontera su seguridad dependería de cómo de convincentes
resultasen sus interpretaciones de hombres santos, peregrinos o comerciantes
del Himalaya. Su engaño debería de superar pruebas durante meses de viaje,
incluso en la convivencia más próxima con peregrinos o comerciantes verdaderos.
Algunos exploradores estuvieron fuera durante años.
En
conjunto, sus actividades secretas y clandestinas proporcionaron una
extraordinaria riqueza al conocimiento geográfico de la región de Asia Central
durante veinte años de trabajo, siempre al mando del capitán Montgomerie.
En el libro “Trespassers on the Roof of the World”,
su autor, Peter Hopkirk describe algunos de los viajes realizados por Nain
Singh, primero en compañía de su primo Mani, del que después tuvo que separarse
para reducir el riesgo de ser descubiertos.
Naim se las apañó para unirse a una caravana de
Ladakh que se acercaba desde el oeste con destino a Lhasa. En una de las etapas
los comerciantes de Ladakh embarcaron sus mercancías en balsas y navegaron 85
millas sobre las aguas del Río Tsangpo [Brahmaputra] hasta Shigatse, la segunda
ciudad del Tibet. Pero Nain Singh, debió continuar su viaje por tierra, con el
fin de completar su trabajo cartográfico de la zona, todo ello sin levantar
sospechas de su verdadera actividad, protegido bajo su apariencia de monje y
con sus herramientas de medición: pasando las cuentas de su rosario y haciendo
girar su molinillo de oración.
En enero de 1866, exactamente un año después de
su partida de Dehra Dun, Nain llegó a Lhasa después de contar todos y cada uno
de los pasos que dio en el camino y después de tomar innumerables y
clandestinas mediciones. En la ciudad santa estuvo tres meses anotando
observaciones solares y estelares para establecer la latitud del lugar (los
exploradores nunca fueron instruidos en la más compleja medición de las
longitudes). Las cuentas de Naim Singh colocaban a Lhasa a 29º39’ de latitud.
Las más precisas mediciones actuales la sitúan a 29º41’. La altitud de la
capital del Tibet fue establecida en 11.700 pies (3.566 metros). En la
actualidad se estima en 12.000 pies (3.657 metros), escasamente 100 metros de
diferencia, probablemente debidos a la toma de datos en diferentes puntos de la
ciudad.
En abril de 1866 Naim se enteró que la caravana
de Ladakh con la que anteriormente había hecho parte del viaje a Lhasa, estaba
lista para regresar. El viaje de 500 millas les llevó dos meses por la antigua
ruta de comerciantes de Jong-lam que recorre el Tibet de Este a Oeste, la ruta
más elevada del planeta a más de 4.500 metros de altitud. Una vez más Naim
Singh contó todos y cada uno de sus pasos y realizó mediciones y observaciones
en secreto para volver definitivamente a la India británica después de un año y
medio de ausencia.
Montgomerie recibió todo este caudal de
información para elaborar la cartografía de la zona. “Estos hombres merecen
todo el reconocimiento, su trabajo ha superado todas las pruebas” dijo. “La
longitud de Lhasa fue calculada con las observaciones tomadas en la ruta con
precisión menor a un cuarto de grado. La ruta de Naim Singh, en la cual ha
recorrido 1200 millas y ha contado 2,5 millones de pasos ha modificado el
conocimiento existente según los mapas de la región existentes”.
El informe elaborado con los viajes secretos de
sus exploradores fue enviado a la Real Sociedad Geográfica y fueron revelados a
todos sus miembros en su Diario, incluso el modo en que fueron empleadas las
herramientas del peregrino: el rosario, el bastón y el molinillo. Esta
información puso en riesgo la seguridad de futuras operaciones en esas zonas.
Los chinos hubieran tenido razones para intervenir, pero su delegación en
Londres no tuvo conocimiento del Diario. Solo con que un entrometido hubiera
alertado de la situación o los vigilantes en las fronteras se hubieran enterado
de las actividades que estaban realizando, la empresa entera su habría venido
abajo.
Nunca se ha entendido del todo qué movió a estos
hombres a adentrarse en los peligros y dificultades que soportaron para
satisfacer a sus invasores imperiales. Quizá fue la fuerza y liderazgo de su
capitán Montgomerie, que siempre se
mostró orgulloso de sus exploradores y les trató como a sus propios hijos.
Posiblemente fue el hecho de sentirse pertenecientes a una élite de elegidos
entre los mejores para una gran tarea. O quizá Montgomerie se las apaño para
imbuir a sus hombres de su espíritu patriótico y de su determinación para
completar los espacios en blanco del gran mapa antes de que lo hicieran los rusos.
Desgraciadamente se sabe muy poco de estos hombres, de los que no han quedado
memoria de tipo alguno.
Hola.
ResponderEliminarLlevava tiempo leyéndote, perdona por no haberme presentado antes. Y es en una entrada que no tiene nada que ver con el mundillo cuando lo hago.
Fascinante, sin duda. por favor, sigue compartiendo cosas como esta.
Muchas gracias...
Gracias a ti por participar en el blog.
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