¿Por qué nos
lesionamos? ¿Por qué casi todos los
corredores nos lesionamos?
Seguro que esta
pregunta tiene varias respuestas posibles. Vaya por delante que mi respuesta está fundamentada tan solo
en mis treinta y ocho años de corredor, mis dolores, intervenciones quirúrgicas
y lesiones más o menos serias que he padecido. Cualquier parecido con la
respuesta de un especialista en la materia, no es más que una coincidencia.
¿Por qué nos
lesionamos? ¿Por qué casi todos los
corredores nos lesionamos?
En primer lugar vamos a
acotar el término lesión. Dejo voluntariamente al margen las lesiones por
accidente, una rotura, un esguince, etc.
Muchos corredores dicen
estar lesionados y sin embargo les vemos correr un día sí y otro también. Desde
mi punto de vista, estar lesionado es tener un determinado dolor que te impide correr. Cualquier otra cosa
previa se puede calificar de molestia.
Con molestias se puede
correr. Con dolores no. Una molestia, que te deja correr, se puede acabar
convirtiendo en un dolor, que no te deja.
En segundo lugar está
la siguiente cuestión: el cuerpo humano es una máquina casi perfecta.
Casi.
No es perfecta del
todo, tiene … imperfecciones. Esos pequeños (o grandes) “defectillos de fábrica”
pasan desapercibidos cuando no exigimos nada de nuestro cuerpo, cuando llevamos
una vida más o menos sedentaria, pero se ponen de manifiesto (¡Y de qué
manera!) cuando obligamos a nuestro cuerpo a repetir un determinado gesto
millones de veces o cuando ponemos la maquinaria a tope de revoluciones.
Ese famoso cajón del
IKEA que siempre está abriéndose y cerrándose acabará por descolgarse un día.
(No lo veremos porque en seguida vendrá un sueco y pondrá otro). De la misma
manera, nuestro cuerpo acusa los defectos “avisando” con una molestia (oye que
te estás pasando) y “advirtiendo” con un dolor (vale, majete, hasta aquí hemos
llegado).
Como os decía llevo 38
años corriendo (¡Hay corredores compitiendo conmigo en categoría de veteranos
que no habían nacido cuando yo ya llevaba más de un marathón en mis piernas!...
Arrgggggg!!!!!!) . Y como no solo tengo patología física sino también psíquica,
he ido anotando todos estos años en mis agendas los entrenamientos diarios. Así
que sé que estoy cerca de 60.000 kilómetros recorridos a la carrera. A unas 700
zancadas por kilómetro, supone 42.000.000 pasos.
42 millones de
zancadas. Eso es repetir un gesto.
Y como mi cuerpo no es
perfecto “desgasto” más por un lado que por otro, hago trabajar a una parte de
mi musculatura más que a otra, “tenso” más unas determinadas zonas que otras …
e inevitablemente, sobrecargo (la palabra clave) mis músculos, mis tendones y
mis ligamentos de una manera desigual.
Entonces mi cuerpo me
avisa y aparecen las molestias. Y … ¿Qué
hacemos la mayoría de los corredores? … Quejarnos un poquillo, decirles a los
colegas de entrenamiento lo fatal que tenemos la rodilla, el isquiotibial o el
ligamento colateral fibular (¡ole!), apretarnos la zona para ver cuánto nos duele
… y seguir saliendo a entrenar a y a competir.
Si la cosa no es muy
seria es posible que aguantemos semanas, meses e incluso que se acabe pasando (¡a
veces ocurre!). Pero si la cosa es
seria, acabaremos por fastidiarla del todo y entonces tocará parar.
Eso es estar lesionado.
Parar porque no puedes
correr más. Parar porque no soportas el dolor. Hemos llegado a un punto de
sobrecarga tan grande que la molestia se ha convertido en una inflamación
severa, una de las “… itis” a las que
tanto tememos, tendinitis, periostitis, fascitis … , de esas que duran semanas
en el mejor de los casos y años en el peor.
Y después de esos
treinta y ocho años corriendo ¿no he escarmentado? …
Si. Algo si.
Algo he
aprendido en carne propia cómo gestionar esta situación. Me ha costado, pero mi
cuerpo y yo nos vamos entendiendo.
Ese es el siguiente
capítulo.
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