Foto: ABC |
Son las ocho en punto de la tarde del 31 de diciembre de 2014. El último día del año. Estoy a punto de correr mi carrera favorita. Y sin embargo … lo más importante ya ha pasado.
Hemos llegado a Madrid a las
16:30. Poco después he dejado a Mercedes y a Ángel en la Castellana, cerca de Nuevos
Ministerios. Van a correr la carrera popular con otros 39.000 corredores, más
otros pocos miles que lo hacen sin inscripción. Entre toda esa muchedumbre de
camisetas amarillas, gorritos de papá Noel, cuernos de renos, espumillón y
todos los disfraces que os podáis imaginar, está mi padre. Si no fuera por su
guardia pretoriana, algunos de los jugadores del equipo de Veterinaria, mi
padre estaría siendo engullido por una masa de gente que empieza la fiesta de
Nochevieja con esta carrera. Pero sus guardianes protegen ese aparente frágil cuerpo
de 84 años. Hace cuatro días le dio un tirón en el gemelo, de manera que le tuvieron
que ayudar al llegar a casa. No podía ni caminar. Al rato me llamó por
teléfono. “Ángel, no corro. Me he lesionado”. Un rato de conversación permitió
posponer la decisión hasta el día anterior a la carrera.
Al final, con miedo por su
gemelo, pero ahí estaba. En la línea de salida. Solo él sabe lo que sintió a lo
largo de esos 10 kilómetros. Muchos aplausos, muchos ánimos de corredores
anónimos que le adelantaban, muchas fotos con unos y otros… Y la línea de meta
para certificar un año más que se puede hacer. Qué correr es la mejor manera de
mantener el cuerpo y la cabeza en equilibrio, a pesar de la edad y los dolores.
La mejor manera de mantener un espíritu joven aunque el cuerpo se empeñe en
desgastarse.
Son las ocho en punto de la tarde
del 31 de diciembre de 2014. Estoy en la línea de salida. La más concurrida de
la historia de esta carrera. Casi mil corredores. Mi dorsal, por orden de
tiempos acreditados me coloca de la mitad para atrás de la prueba, así que no
peleo mucho por salir muy adelante. Ya no me corresponden esos puestos.
El disparo precede a los primeros
500 metros de subida. Si casi siempre las salidas se hacen a “toda leche”, está
todavía más. Así, cuando llego al final de la cuesta se me sale el corazón por
la boca y me estallan los pulmones. Afortunadamente ahora hay kilómetros de
cuesta abajo para regular los latidos y la respiración. Pero, de pronto, ocurre
algo inesperado. Un apagón en la parte alta de la calle Serrano nos deja
completamente a oscuras. Solo se ve con la poca luz que emiten los semáforos.
Hay un momento de pánico y una especie de parón general, pero todos los que
estamos allí hemos venido a correr a todo lo que podamos y si toca hacerlo a
oscuras, pues se correr a ciegas. Es un momento de peligro porque aún vamos muy
agrupados y siempre hay cambios de trayectoria y algún tropezón, pero una
especie de sexto sentido nos ampara hasta que de nuevo entramos en la zona
iluminada. Ha sido algo menos de un kilómetro, pero se ha hecho largo.
Voy sin referencias. No veo los
puntos kilométricos hasta el 4. Aprieto el crono pero … no distingo los
números. Estamos en Cibeles y voy a todo lo que me dan las piernas. No guardo
nada. Llegamos al 5 y de nuevo aprieto el crono. Intuyo que pone 17’52”. Y me
hago la cuenta de toda la vida: 17’ 52” x 2 + 1= bajar de 37’.
Aún queda el descenso desde
Atocha hasta el Puente de Vallecas. Es donde comienza a acumularse más público
y los ánimos provocan un plus de velocidad. Otros años a estas alturas ya se
había formado un grupo más o menos estable. Estamos cerca del kilómetro 8 y no
paro de adelantar gente mientras otros me adelantan a mi.
Comienza la subida y con ella el
sufrimiento por dejar el último gramo de fuerza sin perder tiempo. Callejear
por Vallecas entre un pasillo de gente es lo más emocionante de la carrera,
pero no tengo mucho más en las piernas. Veo el kilómetro 9 y los últimos 1000
metros me los chupo repitiéndome constantemente eso, que solo quedan 1000
metros. La última cuesta antes de llegar al estadio es la más dura y la bajada
al campo algo peligrosa. Una vez dentro entrego mi último esfuerzo para parar
el crono en 36’ 38’’, es decir, 45” menos que en la carrera del año pasado.
Me he ganado el derecho a repetir
el año que viene.
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