Hay ocasiones en las que me gustaría tener el don de la palabra escrita. Incluso sin ser pretencioso, ser capaz, simplemente, de hacer llegar mis sentimientos a un papel tal cual habitan dentro de mí. Porque solo con juntar palabras, a veces no es suficiente y temo que esta es una de ellas.
Conocí a Antonio desde el momento
de mi ingreso en la Escuela de Montes. Ambos pertenecíamos al equipo de
atletismo de la Escuela. A ese legendario equipo del que ya he contado historias
aquí. Desde ese momento supe que él era una persona diferente. Mi ignorancia y
mi bisoñez no me permitían distinguir en qué era diferente y solo con los años
pude ir descubriéndolo.
La sensibilidad.
Esa cualidad de la que muchas
personas carecemos y nos hace perder una buena parte de las cosas que jalonan
nuestra vida: interpretar los sonidos, apreciar los matices, encontrar la
belleza en los objetos.
Sentir.
Cosas que pasan desapercibidas y que solo los
artistas encuentran con la facilidad con la que un vidente reconoce en un mundo
de ciegos.
Saber sentir.
Antonio era un artista con una
enorme sensibilidad. Su amor por la música le condujo a explorar hasta lo más
profundo uno de los instrumentos con más capacidad de expresar los sentimientos
humanos: el violonchelo. Y de ahí a trabajar en varios programas de música en Radio Clásica, con una fiel audiencia que sabía dejarse guiar por su amplio
conocimiento, por su sencillez y por su vital característica, la sensibilidad.
Una de las aficiones que
compartimos en su momento fue la de los minerales. Y uno de los recuerdos más
gratos que tengo de aquella época fue el día que me regaló un cristal de pirita
incrustado en su matriz. En aquel momento me enseñó que la belleza del cristal
no radicaba en él, sino en el conjunto. Me hizo ver cómo el cristal dorado brotaba
de la roca y su perfección contrastaba con la tosquedad de esa piedra parduzca
y deforme de la que manaba.
Lo bello no era el cristal. Lo
bello era el vínculo de ambos.
Con los años comprendí que
aquello que me enseñó sobre los minerales, también valía para cualquier otro
elemento de la naturaleza y, principalmente, para las personas. Las cualidades
más hermosas brotan de una matriz imperfecta y tosca, pero somos el conjunto.
Brillantes y coloridos cristales insertados en un cuerpo con aristas, con
errores, con imperfecciones.
Apreciar ese vínculo entre lo
sublime y lo vulgar es la máxima expresión de la tolerancia.
Antonio salió a la montaña a
sentir bajo sus pies la tierra, dejando que el viento frio golpeara su rostro y
descubriendo nuevos matices en las rocas, en las plantas, en el cielo, en el
aire. Y allí murió.
Esta vez no le dio tiempo a
compartirlo.
Compartir. Sentir.
Las personas dedicamos mucho
tiempo a las tareas cotidianas, rutinarias, importantes o no, pero dejando de lado
transmitir sentimientos. Hoy siento la necesidad de abrir de nuevo el blog para
compartirlo, con vosotros, y sobre todo con mi hermana y con mis sobrinos, sus
compañeros de viaje.
Compartir su tristeza y su
ausencia, pero también alentarles para seguir su camino. A encontrar en la
tierra, en el aire, en la luz, en la montaña, la sensibilidad que les dio vida.
A sentir la vida.
Para Inma, Laura y Pablo.
Estimado Angel
ResponderEliminarHoy hace unos minutos, en Navacerrada, me acabo de enterar del fallecimiento de Toni. No se que decir más que le traslade un abrazo muy fuerte a Inmaculada de parte de Isabel y el mío a los que la casualidad nos encontró en el mismo hospital el día que nacieron nuestras hijas. Soy Jacobo
Hola. Soy un oyente de Radio Clásica y, en el aniversario de la muerte de Antonio, su amigo Sergio Pagan le dedica un sentido homenaje siguiendo esta entrada de su blog como guión...¡preciosos ambos, la entrada y el programa!...
ResponderEliminarQuisiera transmitirle a usted y a la familia mi pésame aunque sea un año después.
carlos
Una delicia eran su voz,sus musicas y sus pensamientos que me regalaba pintados en la noche
ResponderEliminarGracias.
Gracias a Sergio Pagán hoy hemos conocido una fuente más. Un abrazo
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