CRONICAS DEL PLEISTOCENO
PICARSE EN LOS ENTRENAMIENTOS
Picarse en los entrenamientos no es un pecado mortal. Hay entrenamientos en los que incluso está bien que exista un cierto pique entre los corredores, por ejemplo en las series, al fin y al cabo es una manera de exigirse más a uno mismo y, por consiguiente, de avanzar en la mejora. Sin embargo todo tiene un límite. Hay entrenamientos en los que el pique no solo puede ser contraproducente para el corredor, puesto que las sesiones pueden acabar convirtiéndose en una sucesión diaria de competiciones, sino que además desde un punto de vista digamos “social” son notablemente perjudiciales. Yo lo aprendí hace muchos años en la situación que os relato a continuación. Era una tarde de verano. La temporada estaba prácticamente terminada y la “cuadra” de medio-fondistas y fondistas del AR Concepción, club de Madrid al que pertenecí mientras viví en la capital, pasábamos las tardes entre rodajes, partidos de frontón o de baloncesto. Una tarde apareció por allí un corredor de origen irlandés, más mayor que nosotros, que por entonces andábamos por los 19 o 20 años. Se acercó a nuestro grupo y nos preguntó en un español un tanto deficiente qué íbamos a hacer de entrenamiento ese día. Le propusimos un rodaje hasta el Retiro, con una vuelta por el parque y regreso, en total unos 12 kilómetros. Aceptó y sin más trámite nos pusimos en marcha. El camino de ida, por las calles del barrio de la Concepción, Ventas, Parque de la Fuente del Berro y O´Donell hasta el Retiro lo hicimos en grupo. No recuerdo exactamente quien estábamos ese día, tal vez Pedro, Enrique, Serafin, Cesar, … unos 8 o 10 en total. La vuelta por el parque del Retiro la realizamos también en compacto pelotón, con nuestro amigo John, que así se llamaba el corredor irlandés a la cola del grupo, disfrutando del paisaje. Cuando enfilamos O´Donell de vuelta al polideportivo, la cosa cambió. No se quién “desató las hostilidades”, pero lo hizo a lo grande. Al llegar a la Fuente del Berro el ritmo debía estar por debajo de 4 minutos/km y no paró de incrementarse hasta el final. Por supuesto que el grupo que componíamos ya no era tal. Cada cual iba a lo suyo y nadie se preocupó del irlandés. ¡Le estábamos dando una lección!. Poco a poco fuimos llegando al “poli” y agrupándonos de nuevo en las gradas a estirar. Pasados diez minutos John no había llegado. La verdad es que estábamos un poco intranquilos porque ninguno de nosotros había reparado en que tal vez no supiera regresar. Pocos minutos después le vimos entrar por la puerta y acercarse trotando suavemente hasta nuestro grupo. Se hizo el silencio. Él sonreía. “Me he perdido”, dijo. Le pedimos disculpas algo avergonzados. “No deberíais rodar tan fuerte, me habeis dejado tirado”, nos recriminó. Hasta ese momento no habíamos cruzado apenas palabra con él, pero comenzamos a preguntarle sobre su sus carreras y sus marcas para intentar ganar su amistad. Nos contó que estaba lesionado, que tenía sendos espolones en ambos pies y que no podía entrenar apenas. Eso empeoraba las cosas. Nos habíamos comportado como perfectos idiotas. Luego nos dijo que corría 1500m y que tenía una marca de 3´45´´. Aquello resultó definitvo. Habiamos abandonado en medio de Madrid a un corredor extranjero, que acababa de llegar a la ciudad, lesionado y que, para colmo, nos daba a todos sopas con ondas en una distancia en la que ninguno de nosotros había conseguido bajar de 4´ni de cerca (me apresuro a aclarar que alguno no lo llegamos a conseguir nunca). Aquél día decidí que no volvería a cometer semejante delito contra la cortesía y la educación. John siguió bajando a entrenar unos meses más, pero sus espolones no le dejaron continuar la práctica del atletismo. Un buen día dejó de correr y no volvimos a verle, pero en mi recuerdo siempre quedará la ironía de su sonrisa mientras nos daba una lección de comportamiento.
PICARSE EN LOS ENTRENAMIENTOS
Picarse en los entrenamientos no es un pecado mortal. Hay entrenamientos en los que incluso está bien que exista un cierto pique entre los corredores, por ejemplo en las series, al fin y al cabo es una manera de exigirse más a uno mismo y, por consiguiente, de avanzar en la mejora. Sin embargo todo tiene un límite. Hay entrenamientos en los que el pique no solo puede ser contraproducente para el corredor, puesto que las sesiones pueden acabar convirtiéndose en una sucesión diaria de competiciones, sino que además desde un punto de vista digamos “social” son notablemente perjudiciales. Yo lo aprendí hace muchos años en la situación que os relato a continuación. Era una tarde de verano. La temporada estaba prácticamente terminada y la “cuadra” de medio-fondistas y fondistas del AR Concepción, club de Madrid al que pertenecí mientras viví en la capital, pasábamos las tardes entre rodajes, partidos de frontón o de baloncesto. Una tarde apareció por allí un corredor de origen irlandés, más mayor que nosotros, que por entonces andábamos por los 19 o 20 años. Se acercó a nuestro grupo y nos preguntó en un español un tanto deficiente qué íbamos a hacer de entrenamiento ese día. Le propusimos un rodaje hasta el Retiro, con una vuelta por el parque y regreso, en total unos 12 kilómetros. Aceptó y sin más trámite nos pusimos en marcha. El camino de ida, por las calles del barrio de la Concepción, Ventas, Parque de la Fuente del Berro y O´Donell hasta el Retiro lo hicimos en grupo. No recuerdo exactamente quien estábamos ese día, tal vez Pedro, Enrique, Serafin, Cesar, … unos 8 o 10 en total. La vuelta por el parque del Retiro la realizamos también en compacto pelotón, con nuestro amigo John, que así se llamaba el corredor irlandés a la cola del grupo, disfrutando del paisaje. Cuando enfilamos O´Donell de vuelta al polideportivo, la cosa cambió. No se quién “desató las hostilidades”, pero lo hizo a lo grande. Al llegar a la Fuente del Berro el ritmo debía estar por debajo de 4 minutos/km y no paró de incrementarse hasta el final. Por supuesto que el grupo que componíamos ya no era tal. Cada cual iba a lo suyo y nadie se preocupó del irlandés. ¡Le estábamos dando una lección!. Poco a poco fuimos llegando al “poli” y agrupándonos de nuevo en las gradas a estirar. Pasados diez minutos John no había llegado. La verdad es que estábamos un poco intranquilos porque ninguno de nosotros había reparado en que tal vez no supiera regresar. Pocos minutos después le vimos entrar por la puerta y acercarse trotando suavemente hasta nuestro grupo. Se hizo el silencio. Él sonreía. “Me he perdido”, dijo. Le pedimos disculpas algo avergonzados. “No deberíais rodar tan fuerte, me habeis dejado tirado”, nos recriminó. Hasta ese momento no habíamos cruzado apenas palabra con él, pero comenzamos a preguntarle sobre su sus carreras y sus marcas para intentar ganar su amistad. Nos contó que estaba lesionado, que tenía sendos espolones en ambos pies y que no podía entrenar apenas. Eso empeoraba las cosas. Nos habíamos comportado como perfectos idiotas. Luego nos dijo que corría 1500m y que tenía una marca de 3´45´´. Aquello resultó definitvo. Habiamos abandonado en medio de Madrid a un corredor extranjero, que acababa de llegar a la ciudad, lesionado y que, para colmo, nos daba a todos sopas con ondas en una distancia en la que ninguno de nosotros había conseguido bajar de 4´ni de cerca (me apresuro a aclarar que alguno no lo llegamos a conseguir nunca). Aquél día decidí que no volvería a cometer semejante delito contra la cortesía y la educación. John siguió bajando a entrenar unos meses más, pero sus espolones no le dejaron continuar la práctica del atletismo. Un buen día dejó de correr y no volvimos a verle, pero en mi recuerdo siempre quedará la ironía de su sonrisa mientras nos daba una lección de comportamiento.
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